Fuera de la ley

La música empezó y la gente se puso a patinar trazando círculos y más cír-culos. Yo me quedé mirando a Trent. ?Quen estaba agonizando?

 

—Lo siento, se?orita —dijo Aston poniéndome la mano en el hombro y apestándome con su aliento con olor a burbon—. Ha estado a punto de ganarle, pero se ha pasado un poco con el pelo. El de Rachel Morgan no es tan crespo. Que tenga una noche agradable.

 

La mujer que estaba con él se lo llevó casi a rastras canturreando. La luz del foco les siguió, dejándonos a Trent y a mí en la esquina de la pista, donde se acumulaban las pelusas. Con expresión cansada, Trent se quitó el collar de cupones y se limpió la marca de carmín con un pa?uelo blanco de lino.

 

—Quen ha preguntado por ti —repitió provocándome un escalofrío—. Se está muriendo, Morgan. Por tu culpa.

 

 

 

 

 

16.

 

 

Me encantaba mi iglesia, pero tener que quedarme allí encerrada resultaba un verdadero co?azo. En aquel momento me encontraba en el campanario, introduciendo el último de mis libros de hechizos en la estantería con un ímpetu inusitado. De repente me di cuenta de que estaba a punto de volcarse y, sintiendo un subidón de adrenalina, alargué los brazos para impedir que aquel antiguo mueble de caoba lleno de muescas se me cayera encima. Afor-tunadamente, logré sujetarlo a tiempo y resoplé, feliz de que Ceri todavía no hubiera regresado de buscar provisiones para realizar hechizos y pudiera ver lo cabreada que estaba. Mi inoportuno mal humor se debía en gran parte al sentimiento de culpa, y mientras me metía el amuleto para cambiar el color de la piel debajo de la camisa, decidí que lo mejor que podía hacer era dejarlo estar. No pensaba ir a ver a Quen. Podía tratarse de un truco, o tal vez no, pero no estaba dispuesta a correr el riesgo. Era la mejor decisión, pero no estaba contenta con ella, lo que a?adía credibilidad a mi nueva filosofía de que, si no me gustaba una decisión, probablemente era la mejor.

 

En aquel momento se escuchó el inicio de un trueno, cuyo sonido retumbó en las colinas que rodeaban y guarecían Cincy, para luego desvanecerse en la sibilante lluvia. Luego espiré, dejando que el aire saliera lentamente, me senté en el borde del gastado diván minuciosamente tallado, apoyé la barbilla en las palmas de las manos y eché un vistazo al peque?o y desangelado lugar. Cuando se hizo evidente el sonido de la lluvia cayendo sobre los guijarros y las hojas secas, sentí que la presión de la sangre empezaba a descender. Aquel cubículo hexagonal parecía mucho más espacioso de lo que era en realidad, y olía a polvo de carbón, lo que resultaba extra?o teniendo en cuenta que el edificio se había construido mucho después de que dejara de utilizarse como combustible.

 

Había llegado a casa antes del anochecer y, atormentada por el remordimiento, había cruzado la calle y me había acercado a casa de Ceri para pedirle disculpas. Cuando Marshal y yo habíamos pasado por casa de mi madre, tuve la sensación de que se sentía aliviado por poder meterse en su todoterreno y largarse de allí, pensativo, y yo me prometí batirme en retirada antes de empezar a compor-tarme como una imbécil que se moría por ser su novia. Yo no iba a llamarlo, y si él no lo hacía… probablemente sería lo mejor.

 

Había ido a ver a Ceri con la intención de pedirle perdón por haber perdido los estribos y asegurarme de que se encontraba bien. Por eso, y porque quería recabar información sobre el estado de Quen. Ella tenía previsto ir a visitarlo aquella misma noche, pero me dijo que antes quería ense?arme cómo encender una luz. Probablemente era su manera de pedir disculpas, dado que era inca-paz de expresarlo con palabras. A mí no me importaba que lo dijera o que no, porque sabía que, cuando empezara a pasársele el dolor que le había causado, acabaría haciéndolo.

 

Seguía sin estar de acuerdo con lo que estaba haciendo con Al, pero inten-taba vivir su vida lo mejor que sabía. Además, yo había tomado decisiones mucho peores que ella con mucha menos capacidad para echarme atrás. Y no pensaba perder a otra amiga solo por una estúpida cuestión de orgullo y testarudez y por quedarme callada y no intentar arreglar las cosas.

 

En ese momento Ceri estaba buscando un anillo de metal que necesitaba para un hechizo de líneas luminosas que quería ense?arme pero, hasta que volviera, no tenía nada mejor que hacer que quedarme mirando la gárgola de Jenks, que todavía no se había despertado, pero que se había ocultado en las vigas para protegerse de la lluvia.

 

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