Fuera de la ley

—Se lo agradezco mucho, se?ora Morgan, pero si tengo que llevar a Rachel a casa antes de que anochezca, será mejor que nos vayamos ya.

 

—Tiene razón —dije yo, que no tenía ningunas ganas de soportar una hora de humillaciones por parte de mi madre. Además, cuanto antes nos fuéramos, antes podría disculparme por su comportamiento y dejar que Marshal se largara. No tenía intención de salir a divertirme sabiendo que Ivy estaba en casa convencida de que lo había vuelto a fastidiar todo. No era así. Habíamos conseguido solucionar aquel jodido embrollo cuando se presentó Jenks y lo echó a perder. Pero eso no significaba que fuera a permitirle agujerearme la piel una vez más. Tenía que dejar de convencerme a mí misma de que una decisión era buena solo porque me hacía sentir bien. Porque, por mucho que me hubiera gustado, había sido una auténtica cagada.

 

—?Oh! —gorjeó mi madre alegremente—. Me olvidaba de tu abrigo. Además, creo que te has dejado el bolso en la cocina.

 

Mi madre echó a correr por el pasillo y Marshal se asomó por encima de mi hombro cuando oyó el ruido de la puerta de la secadora. Yo me aparté y me coloqué bajo el reflejo de la luz verde del pasillo, incómoda por no saber de qué habían hablado. El plato de tarta seguía en lo alto de la estantería, y me pregunté si le importaría que me lo terminara.

 

—Lo siento de veras —dije mirando el pasillo vacío—. Mi madre está con-vencida de que su única misión en la vida es buscarme un novio y, a pesar de que le he dicho que pare más de una vez, no consigo que me escuche.

 

Marshal recorrió con la mirada las fotografías que tenía delante con interés.

 

—Fue idea mía.

 

Sentí como si se encendiera una alarma en mi interior. Tenía que saber lo que había pasado aquella misma ma?ana, después de que se hubiera ido de la iglesia. Al fin y al cabo, había hablado con Jenks, y los mordiscos de mi cuello lo decían todo. Yo, en su lugar, estaría ya de vuelta en Mackinaw.

 

Marshal se concentró en mi foto favorita, aquella en la que estaba rodeada de hojas secas.

 

—Jenks quería que supieras que Ivy estará fuera toda la noche. Está inten-tando encandilar a sus viejos amigos para averiguar todo lo que pueda sobre la noche que murió tu novio.

 

Luego vaciló y soltó un profundo suspiro. Era evidente que estaba a punto de a?adir algo más, pero prefirió callárselo.

 

—Gracias —le dije con prudencia, intentando imaginar lo que me estaba ocultando.

 

—Dijo que volvería al amanecer —a?adió desplazándose para dejar sitio a mi madre, que volvía con el abrigo colgado del brazo, mi bolso en una mano y un trozo de tarta sobre una servilleta en la otra.

 

?Acaso piensa que él conseguirá rescatarme? No. Nadie es tan estúpido.

 

—Gracias, mamá —dije agarrando el abrigo y el bolso mientras Marshal se sonrojaba y murmuraba algo, incómodo, por el trozo de tarta que ella le ofrecía. El aire frío que entraba del exterior había hecho que la caldera volviera a activarse y yo me arrebujé en el abrigo para aprovechar al máximo el calor que desprendía.

 

Mi madre nos miraba alternativamente con una sonrisa de satisfacción.

 

—Te he puesto los hechizos de disfraz en el monedero —dijo mientras me rodeaba el cuello con una bufanda roja para ocultar las marcas de los dientes de Ivy—. Te los dejaste aquí el domingo. ?Por cierto! Olvidaba decirte que, mien-tras dormías, te ha llamado ese encantador hombre lobo. Ha dicho que pasará a recogerte ma?ana a la una y que te pongas algo bonito.

 

—Gracias, mamá.

 

—?Que os divirtáis! —concluyó alegremente.

 

Pero yo no quería divertirme. Quería averiguar quién había matado a Kisten y había intentado vincularme a él.

 

—?Espera, espera! —dijo mi madre abriendo el armario y sacando mis viejos y desgastados patines blancos—. Llévatelos. Estoy cansada de tenerlos en mi armario —a?adió colgándomelos en el hombro. Seguidamente agarró el trozo de tarta de lo alto de la estantería y me lo puso en la mano.

 

—Pasadlo bien. —Luego me dio un beso y, en su susurro, a?adió—: ?Te im-portaría llamarme después del crepúsculo para que pueda quedarme tranquila?

 

—Te lo prometo —respondí pensando que era una hija egoísta e insensible. Ella no era estúpida, solo algo despistada. Y había soportado un montón de mierda por mi parte. Sobre todo últimamente.

 

—?Adiós, mamá! —exclamé mientras Marshal abría la puerta y empezaba a bajar los escalones hacia el sendero. Acababa de darle un bocado a la tarta y tenía la boca llena—. Gracias por todo —dije riendo mientras Marshal emitía un gemido de placer. Mi madre preparaba unas tartas excelentes.

 

—?Uau! ?Está de muerte! —dijo dándose la vuelta y dedicándole una sonrisa. De pronto me sentí genial. Mi madre era una tía guay. Y yo no la valoraba lo suficiente.

 

En ese momento observé los dos coches aparcados junto al bordillo. Al lado del enorme y espantoso todoterreno de Marshal, mi peque?o descapotable parecía un peque?o destello rojo.

 

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