Su rostro emanaba confianza, pero yo no estaba tan segura y me estremecí al pensar en lo que podía suceder si tenía el efecto contrario. Además, aquello ya no importaba. Iba a convertirme en una compa?era de piso modélica y no volvería a desencadenar sus ansias de sangre nunca más. Eso si no se ponía fu-riosa y decidía largarse de casa, cabreada por todo el tiempo que había perdido conmigo. No obstante, si se quedaba, era posible que, algún día, decidiera poner de su parte para suavizar las cosas…
Mi madre se acercó de nuevo a la mesa y se sentó frente a mí con los ojos puestos en el pastel.
—A?ádele una buena cantidad de zumo de lima. Los cítricos contribuyen a alcanzar las capas más profundas, y tú necesitas estimular los procesos cerebrales más complejos, no los superficiales.
—De acuerdo —dije dirigiendo la vista a los hechizos de disfraz que me había preparado. Al fin y al cabo, la experta era ella—. Gracias.
Ella sonrió aún más, aunque daba la impresión de que estaba a punto de echarse a llorar.
—Me gustaría ayudarte, cari?o. Siento mucho haberme comportado de un modo tan extra?o en el pasado y haberte dado la sensación de que no podías recurrir a mí.
Yo le devolví la sonrisa, sintiéndome reconfortada.
—Yo también lo siento.
Mi madre alargó el brazo y me dio unas palmaditas en la mano.
—Marshal está preocupado por ti. Me alegro de que hayas sido honesta con él y le hayas advertido de lo peligrosa que es tu vida. Solo espero que hayas sido más sincera con él que conmigo.
Ya estamos. Otra vez haciéndome sentir culpable.
—No quería preocuparte —dije con una especie de gemido sin dejar de mirar la tarta. ?Oh, Dios! ?Cuánto me molestaba que la voz me jugara esas malas pasadas!
Ella me dio una nueva palmada, pero esta vez lo hizo con tanta fuerza que me clavó el anillo en los nudillos. A continuación retiró la mano y dijo:
—Sé muy bien que sueles estar de mierda hasta arriba, pero quiero que se lo digas antes de que empiece a sentir algo más profundo por ti.
—?Mamá!
—Lo siento —se excusó cabizbaja tras un profundo suspiro.
Yo me escondí detrás de un nuevo bocado de tarta.
—No pasa nada —farfullé—. Estamos haciendo las cosas bien.
Ella volvió a sonreír volviendo a ser la madre de siempre.
—Lo sé.
En ese momento sonó el timbre de la puerta y las dos alzamos la vista.
—Debe de ser Marshal —dijo ella levantándose y estirándose el jersey—. Le dije que te despertaría a tiempo para vuestra cita de las tres y media, así tendrás tiempo de sobra para volver al terreno consagrado. Y ya sabes que la doctora mamá acaba de recetarte un poco de distracción.
Miré a la tarta y cogí la mitad que me quedaba por comer.
—Mamá —protesté con la boca llena mientras la seguía por el pasillo—. No puedo. Tengo que volver a la iglesia a prepararme para una misión. Tenemos una pista de quién puede estar invocando a Al y queremos echarles el guante ma?ana. Además, no estoy preparada para empezar una nueva relación.
Mi madre se detuvo a mitad del largo pasillo pintado de verde rodeada por un montón de fotos de Robbie y mías, imágenes del pasado que le servían para reunir fuerzas para seguir adelante. Se veía una sombra masculina moviéndose en las escaleras del exterior, pero mi madre se colocó delante de mí con expre-sión seria aislándome del resto del mundo, hasta el punto que me resultaba prácticamente imposible apartar la vista de sus ojos llenos de arrepentimiento.
—Precisamente esa es la razón por la que tenéis que salir un poco —dijo agarrándome el hombro para que no se me ocurriera replicar—. Ya prepararás los hechizos más tarde. Si sigues así, vas a estallar, querida. Necesitas descansar y distraerte un poco, y Marshal es un buen chico. No te romperá el corazón ni se aprovechará de ti. Solo te pido que hagas algo con él… Cualquier cosa. —Seguidamente torció el gesto y a?adió—: Bueno, cualquier cosa no.
—Mamá… —protesté, pero antes de que pudiera continuar, ella ya se había girado hacia la puerta y la había abierto. Marshal estaba esperando y, cuando nos vio allí a las dos, la una junto a la otra, nos miró varias veces como si estuviera comparándonos. Aturullada, dejé la tarta encima de la librería de la entrada y me limpié las manos en los vaqueros. Aun así, no pensé que fuera la tarta lo que había provocado su expresión de sorpresa. Mi madre y yo éramos como dos gotas de agua, a excepción del pelo y de la forma en que íbamos vestidas.
—Buenas tardes, se?ora Morgan —dijo con una sonrisa. Y, dirigiéndose a mí, a?adió—: Rachel…
Mi madre esbozó la típica sonrisa de Mona Lisa y yo levanté la vista hacia el techo con gesto de desesperación y descubrí que había aparcado su enorme todoterreno junto al bordillo.
—Hola —respondí secamente—. Tengo entendido que ya conoces a mi madre.
—Aprovechando que dormías, Marshal y yo hemos estado viendo las fotos de cuando eras peque?a —dijo—. Adelante —lo invitó—. Estábamos comiendo un poco de tarta.
Marshal echó un vistazo al trozo a medio comer que estaba por encima de nuestras cabezas y sonrió. Luego echó el cuello hacia atrás hasta que se oyó un crujido y dio un par de pasos, los suficientes para poder cerrar la puerta.