The Seven Year Slip

—Cuestión de tiempo —susurré.

—Cuestión de tiempo —propuso, y volvió a besarme antes de que su boca recorriera mi vientre hasta llegar a mi ropa interior, hasta que la bajó, y enrosqué los dedos en sus rizos casta?os mientras me decía suaves devociones allí mismo, en mi cocina. Era tan tierno cuando puso sus manos en mis muslos y me abrió las piernas de par en par, y, oh, realmente amaba a este hombre. Amé a este hombre mientras besaba el resto de mi cuerpo y me llevaba a mi dormitorio. Mientras se tomaba su tiempo para conocer las cicatrices de mis rodillas de cuando me caí de ni?a, mientras recorría con sus dedos callosos y cálidos las pecas de mi espalda y besaba la cicatriz de mi ceja derecha por haber estado a punto de golpearme con un trozo de cristal. Me echó suavemente el pelo hacia atrás y me besó tan profundamente que por fin comprendí a qué se refería mi tía cuando decía que siempre sabías el momento exacto en que te enamorabas…

Lo supe.

Algo así.

Me enamoré por cada beso que me plantó, pero había caído días, semanas, meses, antes. Me enamoré un poco en aquel viaje en taxi con un desconocido, y caí un poco más cuando le pedí a ese desconocido, siete a?os después, que se quedara. Seguí cayendo, dando tumbos, sin darme cuenta de que ya no pisaba tierra firme, mientras cenábamos y reíamos con vino y bailábamos música de violín, mientras comíamos fajitas de madrugada en el parque y caminábamos por aceras relucientes hechas de plástico reciclado, tropezando de cabeza con algo tan profundo, aterrador y maravilloso que no me di cuenta de que había enamorado hasta que él vino a sentarse a mi lado frente al cuadro de un artista muerto y me dijo que me quería.

Lo decía en serio mientras sus dedos memorizaban mi cuerpo, mientras descubría cómo encajábamos juntos de nuevo, y era mucho mejor en todo eso que hace siete a?os. Un juego impecable, se?or. De repente no tenía reparos con todas las mujeres que recordaba de su Instagram. Eran mucha práctica y yo estaba cosechando absolutamente los beneficios. Rodeó las mías con sus manos y, mientras nos movíamos juntos, pronunció mi nombre como si significara algo en sí mismo: un hechizo. Tal vez el comienzo de una receta. ?Para el desastre? No, ni siquiera lo pensaré.

Me mordisqueó un lado del cuello, justo debajo de la oreja, y yo me apreté contra él, intentando estar más cerca de lo que jamás podríamos estar. Quería entrar en su torrente sanguíneo, fundirme con sus huesos, formar parte de él con todo lo que era.

—He so?ado con esto durante a?os —murmuró, besando la parte baja de mi cuello—. He so?ado tanto contigo.

—?Cómo está la realidad? —pregunté, yo misma a su alrededor, sin querer soltarlo.

—Maldición, mucho mejor.

Me reí y lo besé, y entonces él se movió más deprisa mientras nuestros latidos aumentaban, y no hubo más que hablar mientras caíamos, cada vez más fuerte, el uno hacia el otro, juntándonos en el lugar adecuado en el momento adecuado, y lo amé. Me encantaban sus cicatrices y las quemaduras de cocina de sus brazos y el estúpido tatuaje del batidor detrás de su oreja. Me encantaba cómo sus rizos casta?os abrazaban mis dedos, y me encantaba que tuviera tres mechones de pelo gris.

Solo tres.

Probablemente iba a darle más.

Y nos reímos, y trazamos los cuerpos del otro hasta nuestras entra?as, mapas de lugares que eran familiares y a la vez nuevos, y la noche era buena, y mi corazón estaba lleno, y yo estaba feliz, tan feliz, de enamorarme en una noche como ésta, en la que sentía que por fin había atrapado la luna, y más.





Epílogo


  Y nos quedamos


En el cuarto piso del Monroe, en el Upper East Side, había un apartamento peque?o y desordenado que me encantaba.

Me encantaba porque, por las ma?anas, una luz perfecta se proyectaba sobre la cocina, derramando yema de huevo dorada sobre la mesa y el suelo de baldosas, y en la quietud de las diez de la ma?ana, las motas de polvo brillaban en el aire como estrellas.

Me encantaba porque tenía una elegante ba?era con patas de garra del tama?o perfecto para acurrucarse dentro y pintar. Me encantaba porque los libros se desparramaban por las estanterías del estudio y la hiedra del diablo medio moribunda se enroscaba alrededor de los bustos de poetas muertos hacía mucho tiempo. Y por las tardes, recordaba a mi tía paseándose por el salón, con el pelo recogido en un pa?uelo de colores, vestida con su bata favorita de ?Asesiné a mi marido a sangre fría? un martini en una mano y toda la vida, agarrada por los cuernos, en la otra.

Me encantaba porque había marcas en la puerta que daba al dormitorio, donde cada verano mi tía medía mi estatura y la marcaba con un tono diferente de esmalte de u?as.

Y me encantaba aquel apartamento porque me encantaba ver a Iwan en él, tarareando canciones pop de los noventa mientras bailaba por la cocina, de la tabla de cortar a los fogones y al fregadero, lanzándome miradas furtivas con aquellos ojos brillantes de piedra preciosa. Casi podía imaginarme queriendo volver a esos momentos, una y otra vez, solo para recordar cómo sonreía y me llamaba Lemon con su voz suave y retumbante.

Incluso mientras lo metíamos todo en cajas, me encantaba este apartamento. Cuando me besé los dedos y los planté en la pared, y me despedí, por primera y última vez, quise quedarme aquí para siempre, pero Iwan me agarró de la mano y me condujo a través de la puerta principal y hacia un brillante desconocido.

Nada se quedó… o eso había pensado siempre. Nada se quedaba y nada permanecía.

Pero me equivoqué.

Porque había un apartamento en el Monroe del Upper East Side que estaba lleno de magia, y me ense?ó a decir adiós.

Y ya no era mío.

Pero eso no importaba, porque me llevaba conmigo todos los buenos momentos, las paredes y los muebles —la ba?era con patas de garra y el sillón azul huevo de petirrojo— y la forma en que bailaba con mi tía por el salón, así que, estuviera donde estuviera, siempre estaría en casa.

Porque las cosas que más importaban nunca se fueron.

El amor permanece.

El amor siempre permanece, y nosotros también.





Nota de la autora


Cada libro es una cápsula del tiempo.

La persona que soy ahora —estoy escribiendo esto seis meses antes de que The seven year slip llegue a las estanterías— no es la persona que seré cuando leas esto. En ese sentido, los libros son como un apartamento mágico, capturan un punto singular en el tiempo en el que un autor escribe un libro que quizá, algún día, tú visitarás y leerás en el futuro.

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