—?Es un poni? —pregunté—. Oh… ?por fin me estás cocinando sopa de guisantes?
—?Puedes hablar en serio un minuto? Esto es importante. Ponte ahí —a?adió, colocándome en un punto exacto del suelo. Me mordí el labio inferior, intentando no sonreír demasiado—. Bien —dijo—, tres… dos…
Respiró hondo.
—Uno.
Luego apartó las manos.
Del techo colgaban suaves lámparas rústicas que proyectaban una luz dorada sobre las mesas de caoba, la mayoría de ellas peque?as, en las que había hermosos ramos de jacintos violetas en jarrones de cristal, intercalados con velas que titilaban suavemente. Las paredes eran de un verde salvia —no carmesí, pero el carmesí ya no le quedaba bien— y estaban salpicadas de una colección de obras de arte, colgadas en distintos marcos y tama?os.
Se apresuró a acercarse a una silla y la apartó.
—Tardaremos un poco en acostumbrarlos —dijo cuando me senté y me empujó—, pero creo que tenemos tiempo.
—?Esto es cuero de verdad?
—Por favor, pero no se lo digas a los críticos —a?adió con un gui?o. Luego agarró un menú que había sobre la mesa y me lo entregó. Era casi idéntico al menú que había visto aquí hacía casi dos semanas. Salvo que había una diferencia. Dos, en realidad, y por supuesto dije a la que no se refería—: ?Pusiste el nombre en mayúsculas?
Me miró y se?aló el postre.
—Voy a hacer la maldita tarta de limón. Aunque los fideos con hielo seco se quedan —a?adió, un poco más tranquilo.
Los bordes de mi boca se crisparon en una peque?a sonrisa. Me gustaba la luz que había ahora, lo hacía todo brumoso y encantador. Romántico.
—Creo que es un buen trato —respondí, sin dejar de mirar el menú. Sonriendo, en realidad. Porque también había a?adido otro plato. Pommes frites—. ?Eh? ?Qué has dicho?
Se arrodilló a mi lado, con una mano en mi rodilla, de modo que quedamos a la altura de los ojos. Era tan guapo que quería trazar las líneas de su cara, dibujar la nitidez de su mandíbula y pintar el color de su pelo. Esta escena iría en la sección de la guía de viajes titulada: ?Lugares pintorescos? porque no me cansaría de mirar su cara durante a?os, décadas. Quería verlo envejecer, quería ver qué tipo de arrugas se tejían en sus sonrisas.
—?Es esto lo que imaginabas? —preguntó, volviendo la mirada a través del restaurante—. Después de que me recordaras que lo que hizo perfecta aquella comida fue mi abuelo, miré a mi alrededor y empecé a preguntarme qué partes de este restaurante eran yo.
Sacudí la cabeza.
—Fuiste todo tú, cada segundo del camino. Me equivoqué.
—No del todo —respondió, y volvió a ponerme de pie—. Las sillas fueron una mala idea, eran demasiado incómodas.
—Lo eran —admití aliviada.
—Y la iluminación era demasiado brillante e implacable, como si pusiera a todo el mundo bajo un foco. Pero —a?adió—, a diferencia del lavavajillas de hace siete a?os, sé que me gusta la idea de las mesas peque?as —son íntimas—, pero quizá el blanco era demasiado arrogante. —Tiró de mí hacia el centro del restaurante y se colocó detrás de mí, rodeando mi cintura con sus brazos y apoyando la barbilla en mi hombro, mientras me giraba lentamente hacia un espacio en blanco en la pared del centro del restaurante—. Es para ti, si alguna vez encuentras la inspiración para poner algo ahí.
Apreté los dedos con fuerza alrededor de los suyos en mi cintura, con los labios apretados mientras las lágrimas me picaban en los ojos.
—?En serio? —susurré, y sentí que asentía contra mi hombro.
—De verdad. Toda mi vida he querido crear un lugar en el que la gente se sintiera cómoda. Un lugar donde la gente pueda venir, y comer comidas perfectas con sus abuelos, y sentirse como en casa. Este hyacinth soy yo. No el de hace siete a?os, ni la versión de prensa, sino yo. Y tú me ayudaste a recordarlo, Lemon.
Me giré en sus brazos y miré a aquel hombre encantador, mezcla de lavaplatos idealista y chef de cocina experimentado, en parte ni?o cuya comida perfecta era un plato de papas fritas y en parte hombre que hacía las tartas de limón más delicadas.
—Me encanta cómo cada parte de este restaurante cuenta una historia, cómo el ambiente es el narrador. Y esta historia es sobre el pasado —apretó su frente contra la mía— encontrándose con el presente.
—O el presente encontrándose con el pasado —recordé.
Se llevó mi mano a los labios y la besó.
—Y el presente conociendo al presente.
—Y… —sonreí, recordando a aquella chica sentada en un taxi compartido—, el pasado encontrándose con el pasado.
—Creo que estoy enamorado de ti.
Parpadeé.
—?Q… qué?
—Clementine. —Y la forma en que pronunció mi nombre en ese momento me pareció una promesa, un juramento contra la soledad y la angustia, y podría escuchar el modo en que su lengua envolvía las letras de mi nombre durante el resto de mi vida—: Te quiero. Eres testaruda, te preocupas demasiado, siempre se te arruga el entrecejo cuando piensas, ves partes de la gente que ya no ven en sí mismas, y me encanta cómo te ríes y cómo te ruborizas. Me encantaba la mujer que conocí en el apartamento B4, pero creo que a ti te quiero un poco más.
Me tragué el nudo que tenía en la garganta. Sentía el corazón brillante y terriblemente fuerte en los oídos.
—?En serio?
Me agarró la barbilla, girando mi cara hacia la suya, y susurró: —Te quiero. Te quiero, Lemon.
Me sentí como si pudiera flotar hacia el cielo.
—Yo también te quiero, Iwan.
Me inclinó hacia él, con el aroma de la loción de afeitar embriagándole la piel.
—Voy a besarte ahora —ronroneó.
—Por favor.
Y me besó allí, en los momentos robados de una noche de miércoles, en un restaurante que sentía como su alma, y su beso sabía agudo y dulce, como el comienzo de algo nuevo. Sonreí contra su boca y susurré: —Y yo que pensaba que encontrarías el romance en un trozo de chocolate.
Soltó una carcajada.
—Una chica que conocí una vez juraba que se lo había comido en un buen cheddar. —Sus manos bajaron hasta mi cintura y empezó a balancearme un poco, adelante y atrás, al son de alguna canción invisible—. ?Qué te gustaría esta noche, Lemon?
Lo besé de nuevo.
—A ti.
—?Para cenar! —Se rio, echando la cabeza hacia atrás, y luego dijo, un poco más suave—: Aunque también puedes tenerme.
—?No me juzgarás?
—Nunca.
—Quiero un PB&J.
Volvió a reír, brillante y dorado, y me besó en la mejilla.
—De acuerdo. —Y tiró de mí hasta la inmaculada cocina y me preparó un sándwich de mantequilla de cacahuete y mermelada con algunos extremos sobrantes de una barra de pan recién horneado, compota de uva y mantequilla de cacahuete natural. El pan estaba blando, y cuando lo besé, sabía a mermelada de uva, y me habló de los nuevos chefs de su cocina, y me preguntó—: ?Qué vas a hacer ahora con el resto de tu vida, Lemon?
Ladeé la cabeza y debatí mientras él se inclinaba y le daba un mordisco a mi bocadillo.
—No lo sé, pero creo que debería asegurarme de que mi pasaporte está bien.