The Seven Year Slip

De toda la gente, de todas las experiencias, de todos los recuerdos, que me amaron hasta hacerme existir.

Oí abrirse la puerta y salí de su estudio. ?Se le había olvidado algo a Iwan?

—Iwan, si te has vuelto a olvidar el cepillo de dientes… —Se me cortó la voz mientras miraba a la mujer en la puerta de la cocina, vestida con su ropa de viaje.

Dejó caer sus maletas, su cara se estiró en confusión, y finalmente asombro. Luego sonrió, brillante y cegadora, y extendió los brazos. Mi corazón se hinchó de pena, alegría y amor. Tanto amor por este fantasma mío.





Capítulo 39


  Te conocí


Me senté en uno de los bancos frente a Van Gogh con una petaca de vino y tres de mis mejores amigas, y todas nos la pasamos, compartiendo sorbos, mientras me cantaban el cumplea?os feliz y me hacían regalos. Un libro romántico de Juliette: —?Es el último de Ann Nichols! Lo conseguí antes de tiempo, no se lo digas a nadie.

Y Drew y Fiona, me regalaron un elegante y precioso porta pasaportes.

—Porque deberías usarlo —dijo Fiona con una sonrisa.

Las abracé a todas, agradecida de tener amigas como ellas, que estaban a mi lado cuando no los necesitaba y corrían hacia mí cuando los necesitaba. Por lo general, todos celebrábamos los cumplea?os en nuestro local de vino y lloriqueos el miércoles que estuviera más cerrado —así es como celebrábamos los cumplea?os de todas—, pero ellas sabían que yo iría al Met el miércoles, ya que era mi cumplea?os y yo no era nada si no la hija rutinaria de mis padres, y me habían abordado en las escaleras, de forma totalmente inesperada. Pensé que no volvería a ver a Drew y Fiona hasta dentro de una semana, por lo menos, pero decidieron traer a Penelope, que dormía una siesta sorprendentemente feliz en la falda de Drew. Mi tía y yo solíamos visitar a Van Gogh antes de emprender nuestros viajes, pero este a?o no había viaje, aunque seguía siendo agradable ir y sentarse, como solía hacer en la universidad, y beber un poco de vino, y escuchar a mis amigas comentar las obras de arte como si alguno de nosotras supiera de lo que estaba hablando.

—Me gusta ese marco —dijo Juliette—. Es muy… austero.

—Creo que es de caoba —se?aló Fiona, antes de que Penelope Grayson Torres hiciera un ruido que probablemente indicó a Fiona que algo iba mal, porque le quitó el bebé a Drew y dijo—: Necesito ir a buscar un ba?o. ?Drew?

—Creo que hay uno por aquí. Enseguida volvemos —a?adió Drew, levantándose con su mujer.

—Tómense su tiempo —respondí, y se marcharon por el pasillo. Juliette Agarró un mapa que había quedado abandonado en uno de los bancos y mencionó que hacía tiempo que no venía a este museo.

—Deberías ir a explorar. He estado aquí tantas veces que creo que me sé de memoria todas las placas —le contesté con naturalidad, y a ella le pareció una idea estupenda, porque se puso en marcha hacia el ala Sackler, dejándome a mi aire.

Por fin sola, en la tranquilidad rodeada de turistas, me acomodé en mi banco y miré a los Van Gogh, emparedados junto a otros pintores postimpresionistas de la época, Gauguin y Seurat. Aunque la gente intentaba no hacer ruido al moverse por la Galería 825, sus pasos eran ruidosos y arrastrados, y resonaban en el suelo de madera en espiga.

Cerré los ojos, exhalé un suspiro y eché de menos a mi tía.

Siempre decía que le encantaba la obra de Van Gogh, y quizá por eso a mí también me gustaba. Y sabiendo lo que yo sabía ahora, quizá también le gustaba la obra de Van Gogh por otras razones. Quizá le gustaba cómo creaba cosas sin conocer su propio valor. Tal vez le gustaba la idea de ser imperfecto, pero ser amado de todos modos. Tal vez sintió algún tipo de afinidad con un hombre que, durante toda su vida adulta, luchó contra sus propios monstruos en su cabeza. Las últimas palabras de Vincent van Gogh fueron, después de que su hermano lo consolara diciéndole que mejoraría de la herida de bala autoinfligida en el pecho: —La tristesse durera toujours.

La tristeza durará para siempre.

No era mentira. Había tristeza, había desesperación y había dolor, pero también había risas, alegría y alivio. Nunca hubo pena sin amor ni amor sin pena, y elegí pensar que mi tía vivía gracias a ellos. Por toda la luz, el amor y la alegría que encontró en las sombras de todo lo que la atormentaba. Vivió porque amaba, y vivió porque era amada, y qué hermosa vida nos regaló.

No me di cuenta de que Drew había vuelto hasta que se aclaró la garganta, con las manos en la espalda, sospechosamente, como si estuviera ocultando algo. Fiona no estaba con ella.

—Hola, lo siento. No quería darte esto con todo el mundo alrededor…

—?Qué pasa? —pregunté.

—Espero de verdad que no te enfades conmigo, pero… —Reveló un paquete y me lo dio—. Cuando lo tiraste, yo… lo saqué de la basura. Intentaba encontrar el momento adecuado para dártelo y, bueno… nunca hay un momento adecuado, supongo.

Era el mismo paquete que había tirado, el de mi tía que se había perdido en el correo.

Lo tomé y pasé las manos por la letra de mi tía.

—Lo siento si estás enfadada pero…

—No. —Parpadeé con lágrimas en los ojos—. Gracias. Me arrepentí de haberlo tirado.

Ella sonrió.

—Bien. —Luego se agachó y me abrazó—. Te queremos, Clementine.

Le devolví el abrazo.

—Yo también las quiero a todas.

Me besó la mejilla y empezó a marcharse de nuevo, pero la detuve un momento.

—?Has tenido noticias? ?Sobre James Ashton?

?Lo había estropeado todo? Pero tenía miedo de preguntar esa parte, porque no me había enterado de una manera u otra de lo que acabó pasando con esa subasta. Creo que terminó hoy. Probablemente fue con Faux, o Harper, o…

Un brillo iluminó los ojos de Drew y asintió con una sonrisa. Se sentó en el borde del banco, me agarró las manos con fuerza y dijo: —?Lo tenemos! Me enteré justo antes de venir para darte una sorpresa.

Mis hombros se relajaron con alivio.

—Ya lo tienes.

—Tenemos algunas cosas que resolver en el contrato, pero es nuestro.

—Es tuyo —le corregí.

Su sonrisa vaciló un poco.

—Strauss y Adder no serán lo mismo sin ti.

—Será igual de bueno, y brillará contigo, lo sé.

Ella se animó.

—Tienes razón, y deberías decirlo más alto.

Así que lo hice. Me puse de pie, se?alé a Drew y grité: —?Atención todos!

Drew palideció.

—No, espera, para…

—?Por favor, un aplauso para Drew, la editora de libros más atenta y encantadora que jamás encontraran! —grité, mientras Drew intentaba hacerme callar y me ara?aba para que volviera a sentarme. El asistente de la sala me dirigió una mirada cansada—. ?Y acaba de ganar el libro de sus sue?os en una subasta!

Hubo una ronda de escasos aplausos cuando Drew volvió a bajarme al banco, con la cara roja por el rubor.

—?Calla! ?Basta ya! ?Qué te pasa, quieres que te echen?

Me reí y prometí:

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