The Seven Year Slip

—Eso es lo que yo pensaba. Pensé que solo estabas jugando limpio en la sala de conferencias. No estabas exactamente amigable allí. Tenías esa mirada en los ojos. Ya sabes, la… —E hizo un movimiento de pellizco con las manos hacia las cejas. ?Se refería a mi…?—. ??sa! Esa misma.

La mortificación me invadió.

—?Pensé que no querías verme! —No lo has hecho en siete a?os. Ni siquiera has venido a buscarme. Di un paso atrás y me pasé los dedos por el pelo—. Dios mío.

—Lo siento —aceptó, aunque parecía querer decir otra cosa—. Realmente me encantó la energía de Drew. Parece que sería genial trabajar con ella.

—Lo es —insistí—. ?Entonces lo reconsiderarás?

—Yo… tendré que hablar con mi agente —respondió, y volvió a restregarse el costado del cuello… antes de darse cuenta de lo que hacía y detenerse rápidamente. Puso las manos a los lados.

Al menos era mejor que donde estábamos antes.

—Bien —respondí brevemente.

—De acuerdo.

Su ayudante chef asomó la cabeza en la zona trasera. No parecía sorprendida en absoluto de encontrarnos allí.

—?Chef, deja de coquetear, te necesitamos aquí!

—Sí, Chef —respondió, y empezó a dirigirse al frente de la cocina, pero se volvió hacia mí y me susurró—: No me gusta cuando nos peleamos, Lemon —y me dejó en el pasillo, el sonido de su apodo para mí como un caramelo al final de la cena, dulce y perfecto, y yo no podía quitarme la sensación de que tal vez (tal vez) estaba sobrepasada.





Capítulo 24


  Un regalo no deseado


Y así fue como Drew se encontró flotando en las nubes el viernes por la tarde. Sacó todos los libros de cocina que Strauss & Adder tenía de las estanterías como si fuera un ratón de biblioteca en una librería donde todo era gratis, mientras Fiona y yo le enviábamos enlaces de tutoriales de YouTube y hacíamos una lista de programas de cocina de Netflix para pegarnos un atracón cada hora que estuviéramos despiertas este fin de semana. El apartamento no me devolvió de nuevo a él, pero tal vez fue para mejor, ya que poco a poco entré en una espiral de pánico sobre cómo sostener un cuchillo.

—Podríamos quemar todo el restaurante —dijo Drew alegremente, acercándose a Fiona y a mí en la mesa de la cocina—. ?Pero al menos seguimos en la carrera!

Fiona estaba comiendo la mitad de la barrita de cereales que se suponía que iba en mi parfait. La mordisqueó.

—Para alguien que no sabe cocinar, ciertamente vas a intentarlo como en la universidad, nena.

—Por supuesto, nena —contestó Drew, dejando la pila de libros en el borde de la mesa y tomando asiento—. Voy a quemar unos tortellini. No sé cómo lo has hecho, Clementine, pero haces milagros. Como siempre. La agente dijo que se precipitó antes de consultar a James Ashton.

Fiona a?adió:

—?Qué hiciste para que recapacitara?

Me encogí de hombros, revolviendo mi yogur.

—Nada, en realidad. —Además de entrar en una cocina y maltratar a un posible cliente—. Solo le pregunté por qué y cambió de opinión.

Sobre todo.

Desde la sala de correo, Jerry —nuestro cartero, un hombre alto que preparaba los mejores pasteles para las fiestas— sacó un carrito silbando una canción de Lizzo.

—Buenos días, se?oras —saludó, y agarró un paquete para dármelo—. Para usted.

—?Ah? —Lo tomé y di la vuelta al paquete para leer el nombre. Mi mundo se redujo a un pinchazo.

Jerry se volvió hacia Drew.

—?He oído que estás en la siguiente ronda con ese chef! ?Felicidades!

Se chocaron los cinco.

—?Gracias! Voy a estrellarme y a quemarme —contestó ella contenta, y él se echó a reír y siguió con su carrito. Agarró el primer libro de la pila: Salt, Fat, Acid, Heat, de Samin Nosrat y empezó a leer.

—Supongo que no terminaremos la habitación del bebé este fin de semana —dijo Fiona con ironía, y Drew la miró abatida—. ?Qué? Todavía no has colgado el papel pintado que compré.

—Nena, sé menos de colgar papel pintado que de cocinar.

—Hay menos formas de estropear el papel pintado —respondió con naturalidad.

Drew me fulminó con la mirada y Fiona sonrió, y ése fue su matrimonio en pocas palabras. Dejé el paquete rápidamente y le di la vuelta a la dirección.

—Me encanta empapelar. ?Puedo ayudar?

—Dios mío, ?de verdad? Gracias —dijo Fiona aliviada, y se metió el resto de la granola en la boca.

—Te pagaremos —a?adió Drew.

—Una botella de rosado y soy tuya todo el tiempo que necesites —respondí, y con un último bocado de yogur, metí la cuchara de plástico en el vaso vacío y me puse en pie—. Probablemente debería volver al trabajo.

Había empezado a irme cuando Drew dijo:

—Oye, olvidaste tu paquete.

Fiona lo agarró y le dio la vuelta.

—Me pregunto de quién es… Oh.

Hice un gesto de dolor.

Fiona le mostró a Drew el nombre del paquete y sus ojos se abrieron de par en par.

—?Tu tía? —preguntó Drew—. Pero…

—Se habrá perdido en el correo —murmuré.

Mis amigas intercambiaron una mirada de preocupación. A veces, cuando mi tía vivía, enviaba paquetes a mi trabajo para sorprenderme —cuadernos encuadernados en piel de Espa?a, tés de Vietnam, pantalones de cuero de Alemania— cada vez que se iba de viaje sola.

Pero mi tía llevaba muerta seis meses.

El paquete debía de llevar mucho tiempo perdido en el correo. No había ido a ningún sitio desde el pasado noviembre, cuando visitó el último lugar en el que nunca había estado: la Antártida. Había dicho que era el lugar más frío que había sentido en su vida, tanto que las yemas de los dedos aún no se le habían calentado en las semanas transcurridas desde que regresó a casa.

—?Funciona la calefacción? —le había preguntado, y ella se había reído.

—Oh, estoy bien, estoy bien, cari?o. A veces el frío se te pega.

—Si tú lo dices. —Creo que volvía a casa del trabajo, acababa de salir del metro, tenía la nariz fría y la nieve chapoteaba en el suelo, pero no me acordaba. Nunca guardas en la memoria un momento mundano, pensando que será la última vez que oigas su voz, o veas su sonrisa, o huelas su perfume. Tu cabeza nunca recuerda las cosas que tu corazón quiere recordar en retrospectiva.

Mi tía me dijo:

—Me siento inquieta. Vámonos de aventura, cari?o. Nos vemos en el aeropuerto. Elijamos el primer vuelo que salga…

—No puedo, tengo trabajo —interrumpí—, y además, hoy mismo he comprado los billetes a Islandia para nuestro viaje en agosto. Eran una auténtica ganga, así que no pude resistirme.

—Oh.

—?No quieres ir a Islandia?

—No… no, sí quiero. Es que ya hemos estado antes.

—Pero no en agosto. Por lo visto se puede ver el sol a medianoche, y hay unas aguas termales que quiero probar; he oído que son muy buenas para la artritis, así que te vendrán muy bien —a?adí, y mi tía hizo un ruido con la garganta porque cada vez era más evidente que no le gustaba la idea de ir más despacio. Tenía sesenta y dos a?os, así que, en su opinión, no debería tener artritis. Al menos hasta los setenta. Mi teléfono sonó—. Oh, mamá está llamando. Te veré en la cena de A?o Nuevo con mis padres, ?estarás allí?

—Por supuesto, cari?o —respondió ella.

—?Prometes que no te irás en el próximo avión que salga del JFK?

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