Ella se rio.
—Lo prometo, lo prometo. No sin ti.
Y, de repente, volví a la ma?ana de A?o Nuevo, con el teléfono sonando y sonando y sonando, mientras me latía la cabeza. Había bebido demasiado la noche anterior, demasiado de todo. Sentía la boca como algodón de azúcar y creo que besé a alguien a medianoche, pero no recordaba su cara. Drew y Fiona siempre me arrastraban a las fiestas de Nochevieja, y nunca fallaba que todas las fiestas fueran igual de horribles.
Busqué el teléfono en la mesilla y, cuando por fin lo encontré, lo desenchufé y contesté.
—Mamá, es muy temprano…
—Se ha ido. —Nunca había oído a mi madre sonar así. Alta e histérica. Su voz quebrándose. Sus palabras forzadas—. ?Se ha ido! Cari?o, cari?o, se ha ido.
No lo entendía. Mi cabeza seguía adormilada.
—?Quién? ?Qué quieres decir? ?Mamá?
—Analea. —Luego, más tranquila—: Los vecinos la encontraron. Ella…
Lo que nadie te dice, lo que tienes que descubrir por ti misma a través de tu propia experiencia, es que nunca hay una forma fácil de hablar del suicidio. Nunca la hubo y nunca la habrá. Si alguien me preguntara, le diría la verdad: que mi tía era increíble, que vivía mucho, que tenía la risa más contagiosa, que sabía cuatro idiomas distintos y tenía un pasaporte con tantos sellos de diferentes países que haría que cualquier viajero del mundo se pusiera verde de envidia, y que tenía un monstruo sobre el hombro que no dejaba que nadie más viera.
Y, a su vez, ese monstruo no la dejaba ver todas las cosas que se perdería. Los cumplea?os. Los aniversarios. Las puestas de sol. La bodega de la esquina que se había convertido en aquella tienda de muebles de chapa. El monstruo cerró los ojos ante todo el dolor que causaría a la gente a la que dejaba: el terrible peso de echarla de menos y de intentar no culparla, todo al mismo tiempo. Y entonces empiezas a culparte a ti mismo. ?Podrías haber hecho algo, haber sido esa voz que finalmente se abriera paso? Si la hubieras querido más, si le hubieras prestado más atención, si hubieras sido mejor, si hubieras preguntado, si hubieras sabido preguntar, si hubieras sabido leer entre líneas y…
Y si, si, si.
No es fácil hablar del suicidio.
A veces las personas a las que quieres no te dejan con despedidas, simplemente se van.
—?Estás bien? —preguntó Fiona suavemente, poniendo su mano en mi hombro.
Me aparté de ella, parpadeando para que se me saltaran las lágrimas.
—Sí —dije, aspirando una bocanada de aire. Y luego otra. Fiona tenía el paquete en la mano y yo lo tomé. No iba a abrirlo—. Estoy bien. Es solo… inesperado.
Drew miró el paquete.
—Es bastante peque?o. Me pregunto qué será.
—Tengo que volver al trabajo. —Al salir, tiré mi almuerzo, y el paquete, a la papelera, volví a mi cubículo y me sumergí en el trabajo como solía hacer. Como debería.
Dos horas más tarde, cuando casi todo el mundo se había ido de la oficina, volví al cubo de la basura para sacar el paquete de debajo de los fideos chinos de cuatro días y medio bocadillo de atún, pero no estaba allí. El paquete que me había enviado mi tía había desaparecido.
Capítulo 25
Lo mejor de la exposición
El resto del fin de semana y la semana siguiente pasaron como un borrón. El apartamento se sentía vacío sin Iwan en él. Cada vez que abría la puerta, esperaba volver a encontrarlo, pero siempre me recibía el presente, y empecé a preguntarme si me llevaría de vuelta.
Los días pasaban sin mucha algarabía; Drew y Fiona preparándose para sus permisos parentales a medida que se acercaba el bebé, organizándolo todo, hasta que de repente me encontré sentada en un Uber que se detuvo en la acera frente al Olive Branch. El cartel de la puerta decía que estaba cerrado por la noche por un acontecimiento especial, ?y ese acontecimiento especial? La clase de cocina. Editores y sus equipos de todas las editoriales debían estar aquí. Faux y Harper, algunos de Random Penguins y —según los rumores— el nuevo editor de Falcon, el mismísimo Benji Andor. A través de las ventanas abiertas, pude ver a algunas personas que ya se mezclaban en el comedor vacío.
—Este es el plan: yo cocino y tú cortas —especificó Drew, probablemente porque no confiaba en mis habilidades culinarias. Lo cual era justo. Yo tampoco confiaba en ellas—. Y si nos encontramos con Parker, lo atamos y lo metemos en el ba?o.
Fiona asomó la cabeza por el asiento del copiloto del todoterreno.
—?Acaben con ellos, se?oritas! —Nos hizo se?as con el dedo mientras el Uber se alejaba de nuevo, rumbo al Lower East Side para dejarla en casa.
Drew y yo esperamos a que el todoterreno doblara la esquina antes de que ella se alisara la parte delantera de su camisa abotonada.
—?Qué tal estoy?
Le estiré el collar medallón y le puse las manos sobre los hombros. Parecía tan nerviosa como yo.
—Vas a patear traseros ahí dentro.
—Vamos a patear traseros —me recordó. Pasó su brazo por el mío y dio un escalofrío—. ?Oh, por fin estoy nerviosa! ?Podemos echarnos atrás? ?Decirle a Strauss que me he ido al bosque? ?Hacernos ermita?as? ?Vivir de la tierra?
—?Qué pasó con la editora que dijo que mataría por James Ashton? Además, odiarías vivir sin agua caliente instantánea.
—Tienes razón. Me iré a un castillo en Escocia.
—Probablemente esté embrujado.
—Te gusta estropearlo todo, ?verdad? —ironizó.
Puse los ojos en blanco y la guié suavemente en dirección a la puerta principal.
Dentro del restaurante vi a editores de todas las editoriales, algunos de renombre y otros que no reconocí en absoluto. No había asistido a ninguna reunión en los últimos meses —al menos, desde que murió mi tía—, así que Drew me puso al corriente de todo. Había una mesa con copas de champán, tomamos una y nos fuimos a merodear por un rincón del restaurante hasta que llegó la hora de empezar nuestro viaje culinario.
—Esto es misión imposible —murmuró Drew, recorriendo la habitación con la mirada—. Estamos en territorio enemigo, dos espías en la selva de… Parker, hola. —Se enderezó rápidamente cuando un larguirucho blanco con unas gafas demasiado grandes y el pelo engominado se acercó a nosotras. Tenía lo que yo llamaría el síndrome del MI (maldito idiota). Actuaba constantemente como si fuera el más listo de la sala, su libro favorito era algo de Jonathan Franzen o, peor aún, El club de la pelea. El tipo de persona que miraba el meme: ?pechugona bajando las escaleras? y asentía con la cabeza y decía: ?Sí, sí, esto es indudablemente literatura de calidad?.
Era ese tipo de hombre.
—Drew Torres, me alegro de verte —dijo Parker con una sonrisa que probablemente era tan genuina como sus tapones para el pelo—. ?Emocionada por la clase de esta noche?