The Seven Year Slip

—Oh. —Se frotó la nuca, avergonzado—. No lo sabía.

—No esperaba que lo supieras. —Nos detuvimos en el siguiente cruce y miramos a ambos lados antes de cruzar, pero no venían coches en ninguna dirección—. Han pasado siete a?os.

—Y parece que no has envejecido ni un día.

Me apoyé sobre los talones y empecé a caminar hacia atrás delante de él.

—?Quieres que te cuente mi rutina de cuidado de la piel? —Porque dudaba que creyera la verdad—. Podría dártela con todo lujo de detalles.

—?Estás diciendo que parezco viejo?

—Distinguido es un giro mucho mejor.

Se quedó con la boca abierta y se llevó una mano al pecho con un grito ahogado.

—?Ay! Y yo que pensaba que queríamos empezar con buen pie.

—Lo hacemos —le recordé, incapaz de contener una sonrisa. Volví a girar sobre mis talones y esperé a que me alcanzara—. Estoy bromeando, por cierto.

Apretó las manos contra su cara, como si pudiera suavizar las patas de gallo alrededor de sus ojos.

—Siento que necesito ponerme botox ahora…

—?Estaba bromeando! —Me reí.

—Quizá cirugía plástica.

—Oh, por favor, ?y arruinar tu nariz perfecta?

—?También me estoy quedando calvo? Tal vez pueda conseguir una cara nueva…

Lo tomé del brazo para detenerlo.

—Me gusta tu cara —le dije con buen humor y, antes de que pudiera contenerme, levanté la mano y le acaricié la mejilla, recorriendo con el pulgar las líneas de la risa que rodeaban su boca. Un rubor le subió por la garganta hasta las mejillas, pero en lugar de apartarse, cerró los ojos y se apoyó en la palma de mi mano.

Mi corazón tartamudeó con fuerza. La piel de su mejilla era áspera, con una fina barba incipiente, y cuando lo miré —lo miré de verdad—, había tantas cosas iguales en aquel hombre que realmente no conocía, que casi parecía que ya lo conocía. Pero a pesar de todo lo que era igual, había peque?as diferencias. Llevaba las cejas arregladas y el pelo bien recortado. Le pasé el pulgar por la nariz, notando la protuberancia torcida.

—?Cuándo te rompiste la nariz? —pregunté, bajando finalmente la mano.

Sus labios esbozaron una sonrisa.

—No es una historia tan genial como estás pensando.

—?Así que no te la rompiste en una pelea de bar? —pregunté, fingiendo asombro.

—La boda de mi hermana hace un a?o —respondió—. Ella lanzó el ramo. Yo estaba demasiado cerca de la gente que intentaba atraparlo.

—?Y te golpeó uno de ellos?

Sacudió la cabeza.

—Por el ramo. Tenía un peque?o broche de plata. Me dio justo en la nariz.

Me reí. No pude evitarlo.

—?Estás de broma! ?Al menos atrapaste las flores?

Se burló.

—?Por quién me tomas? Claro que las atrapé. Mi hermana y todas sus amigas estaban lívidas. —Empezamos a caminar de nuevo, y Washington Square Park estaba justo delante. Había un camión de comida en el otro extremo, pero aún no podía distinguir su nombre.

—Así que, técnicamente —me di cuenta—, se supone que te casas después.

—Por eso estaban lívidas, sí. No he sido mucho de compromisos.

—Tu Instagram me lo dice.

Volvió a jadear.

—?Es un honor que me hayas investigado!

Me se?alé a mí misma.

—Publicista. Es mi trabajo.

—Claro, claro —zanjó, y luego se encogió de hombros. Del tipo que yo recordaba y que seguía enfureciéndome de la misma manera—. Quizá aún no había encontrado a quien buscaba.

Le eché un vistazo. Estudié las líneas de su cara, cómo las luces de la calle recortaban las sombras de su rostro con nitidez.

—?Y a quién estás buscando, James?

—Iwan —corrigió en voz baja, con una mirada pensativa—. Mis amigos me llaman Iwan.

Incliné la cabeza.

—?Es eso lo que soy?

No estaba segura de qué tipo de respuesta quería: que sí, ?que era una amiga? ?O que no debíamos cruzar los límites profesionales? O…

??Quiero que diga que soy algo más??.

Era una idea tonta, porque había visto el tipo de mujeres con las que había salido y ni una sola era como yo: publicistas nerds con exceso de trabajo y licenciadas en Historia del Arte que se pasaban los cumplea?os bebiendo vino en petacas delante de cuadros de Van Gogh.

—Bueno —empezó—, en realidad…





Capítulo 27


  Yo Mama's Fajitas


—?Iwan! ?Eres tú? —gritó un hombre desde el camión de comida, sacándonos a los dos de nuestra conversación. De alguna manera habíamos acabado delante de un camión amarillo brillante con un logotipo muy estilizado en el lateral que decía YO MAMA'S FAJITAS. Por la acera se formó una fila, en su mayoría universitarios y jóvenes que asistían a clases durante el verano en el cercano campus de la Universidad de Nueva York.

?Iwan…?

Entonces eso significaba…

Un hombre más corpulento saludó desde la ventanilla del camión de comida y a James se le iluminó la cara al verlo.

—?Miguel! —gritó, saludando con la mano. El hombre abandonó su puesto y salió de la parte trasera del camión. Era un hispano corpulento, con el pelo rizado y oscuro recogido en un mo?o, la parte de abajo afeitada, la piel morena y una sonrisa más grande de lo normal. Se abrazaron rápidamente, con un apretón de manos secreto y todo.

—?Eh, eh, pensaba que no te vería hasta el fin de semana! —lo saludó Miguel—. ?Cuál es el motivo? ?Vienes a pedir trabajo? —Movió sus espesas cejas negras.

—?Listo para venir a trabajar en mi cocina? —James respondió.

—?En ese nuevo y caro restaurante tuyo? A la mierda —respondió Miguel.

James se encogió de hombros.

—Vale la pena intentarlo.

Miguel me miró.

—?Y quién es ésta?

—Esta es Lemon —me presentó James, haciéndome se?as. Lemon. No Clementine. Supongo que solo usaba mi nombre real en entornos profesionales.

Le tendí la mano y decidí no corregirlo. Supongo que no iba a estar cerca lo suficiente como para que sus amigos necesitaran un nombre completo.

—Hola. Es un placer.

Miguel aceptó mi mano y la estrechó; su apretón era duro y firme, y aquel tipo me cayó bien de inmediato.

—Lemon, ?eh? Encantado de conocerte. ?Cómo terminaste con este tipo?

?Con?

Me sobresalté, entrando rápidamente en pánico.

—Oh, no estamos juntos… solo… verás, estaba esperando un Uber y nunca llegó y solo estaba en una clase de cocina y en realidad soy su…

—Nos conocemos desde hace tiempo —intervino James, mirándome para ver si era una buena parada. Y lo fue. Quería derretirme en el pavimento, estaba tan aliviada—. Viejos conocidos.

—Sí, eso —asentí, aunque Miguel pareció sospechar de inmediato, pero antes de que pudiera preguntar los porqués de cómo nos conocimos, la otra persona del camión de comida se asomó por la ventanilla y le gritó—: ?Eh, idiota! ?Me dejas aquí sola con este tipo de cola?

A lo que Miguel se volvió e hizo un gesto a James.

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