The Seven Year Slip

—?Por qué no viniste a buscarme, entonces? —pregunté bruscamente—. ?Durante los últimos siete a?os?

Con la cara desencajada, dejó el plato en el banco y empezó a limpiarse las manos. Imaginé que estaba pensando en la mejor manera de decirme que no le importaba, que si hubiera querido podría haberlo hecho, pero se limitó a plantar una mano entre nosotros, se apoyó en ella mientras se acercaba y susurró: —?Me habrías creído, Lemon?





Capítulo 28


  Tiempo bien empleado


—Yo… no entiendo lo que quieres decir —confesé.

Suspiró y volvió a reclinarse, mirando alrededor del parque, hacia un grupo de jóvenes que hacían fotos bajo el arco.

—Entonces permíteme situar la escena. Hace siete a?os. Tienes… ?cuántos, veintidós? Te encuentro y soy un extra?o, ?verdad? Porque no me conocerás hasta dentro de siete a?os.

Sus palabras me tomaron desprevenida y casi me atraganto con la cerveza al intentar dar otro sorbo. ??Qué ha dicho antes??

—?Creo que fue un poco más largo para mí? ?Sabes, entonces? Que…

—Sí —contestó brevemente—. Sí, sí lo fue.

No estaba segura de qué era más chocante: la constatación de que había pensado en venir a buscarme o el hecho de que en algún momento de las próximas semanas, antes de que se mudara del apartamento de mi tía, le contaría la verdad. Me senté un poco más erguida al darme cuenta.

—Entonces vuelvo, ?no? ?Al apartamento en tu época?

Se concentró en una farola.

—No me acuerdo.

Estudié su cara durante un largo rato, tratando de ver si podía decir si estaba mintiendo, la forma de su boca, una incertidumbre en sus ojos, pero no traicionó nada, ni siquiera cuando me sorprendió mirándolo fijamente, y me devolvió la mirada.

—No me acuerdo, Lemon —insistió, y yo aparté rápidamente la mirada.

??Sucede algo?? quise preguntar. ?Algo tan terrible que ni siquiera podía contármelo? Intenté hacer memoria y recordar aquel verano de hacía siete a?os, cuando me fui de juerga con mi tía sin avisar. Fue la primera y única vez que mi tía y yo nos escapamos durante meses, cargando el celular en cafeterías y durmiendo en albergues. Al a?o siguiente, yo trabajaba en Strauss & Adder, así que todos los a?os planeábamos un viaje al final del verano. Nos reuníamos en el Met el día de mi cumplea?os, maletas en mano, y nos sentábamos a visitar a Van Gogh durante un rato, para luego partir hacia lugares desconocidos.

No recordaba el día en que volví a casa de aquel glorioso verano en el extranjero hace siete a?os. Recordaba haber estado demasiado tiempo en el taxi en LaGuardia, tanto que se habían quedado sin vino de cortesía, y recordaba haber dejado a mi tía en su apartamento, haberla abrazado para despedirme de ella y estar tan cansada que tomé sin querer un taxi con otra persona ya dentro.

Fruncí el ce?o.

James se acercó a mí y me alisó la piel del entrecejo con el pulgar. No dijo nada, pero no hizo falta, porque supuse que yo volvía a tener esa expresión agria y distante, como si estuviera chupando un caramelo de limón.

—?No te acuerdas o no quieres decírmelo? —pregunté, apartándome de él, y él ladeó la cabeza y se debatió sobre cómo responder.

—?Hay una tercera opción?

—Claro, ?pero cuál es?

Dudó y miró su fajita a medio comer, como si intentara averiguar cómo decir lo que tenía que decir, y de repente tuve la terrible sensación de que eso solo empeoraría las cosas.

—Lo siento —dije rápidamente—. No tienes que contestar a eso. Vaya, realmente no sé cómo mantener una conversación normal, ?verdad? ?Cuál es tu grupo favorito? ?Libro favorito? ?Color favorito?

—Shh, shh, todavía tienes que adivinarlo… oh, no —a?adió más bajo, divisando algo detrás de mí, y su mirada se oscureció—. Siento que estoy a punto de arrepentirme de esto.

—?Qué? —Miré por encima del hombro.

Miguel e Isa estaban cerrando la camioneta, bajando la ventanilla y cerrando las puertas, antes de venir hacia nosotros. Miré el reloj. Realmente cerraban a las diez en punto, ?no?

Dijo James mientras se acercaban:

—Espero que no tengas lo que creo que tienes en esa bolsa marrón, Miguel.

—Pffff, en absoluto. ?Quieres uno? —a?adió Miguel, deslizándose para sentarse a mi lado, y me ofreció el contenido de la bolsa. Saqué una papa frita, y parecía estar recubierta de azúcar.

Probé una. Definitivamente azúcar moreno.

—Oh, eso es bueno. ?Qué es eso?

James arqueó una ceja al ver a Miguel y tomó uno él mismo.

—La verdadera especialidad de Miguel —me dijo—. Tortillas fritas con azúcar y canela y algo más. Aún no lo he descubierto.

—Ni siquiera Isa lo sabe —exclamó Miguel.

Las papas fritas de postre eran encantadoras y dulces, y tenían un agradable crujido grasiento. Eran perfectas después de las fajitas. Me comí otra.

—?Pimienta de Cayena? —Adiviné.

Agarrando un pu?ado de la bolsa, Isa dijo:

—Nunca te dirá si tienes razón o no. Mi apuesta es sriracha deshidratada.

—No tiene el sabor adecuado para la sriracha —reflexionó James.

Miguel solo parecía feliz de que nadie pudiera adivinarlo.

—?Qué importa? ?Quieres llevarte todos mis secretos?

—Podría ayudar con su libro de cocina —dijo Isa—. Dios sabe que no sabe hacer panes.

—No se me dan mal —replicó James indignado—, y las papas fritas no son pan.

Ella se rio y le restregó el pelo.

—Lo dice el tipo que casi suspende Introducción al Pan dos veces.

—Y —a?adió Miguel mirándome—, lo lleva como una insignia de honor. —Luego se acercó a James y le apartó el pelo de detrás de la oreja para ense?arme el tatuaje. El batidor que había visto antes, ahora descolorido, las líneas un poco borrosas.

James hizo un ruido de disgusto y apartó la mano de Miguel de un manotazo.

—Sí, no reveles todos mis secretos.

—Pffff —Miguel le hizo un gesto con la mano a James, y se inclinó hacia mí.

—?Sabes cómo se hizo ese tatuaje?

—Es divertidísimo —a?adió Isa, rodeando con un brazo el hombro de James.

—No les hagas caso —me suplicó James, con su mano rozando la mía, demasiado ligera y persistente para no ser intencionada—. No te dirán más que mentiras. Son unos mentirosos.

—Hablando de Introducción a los Panes… primer día en el CIA. Los tres éramos los más viejos —dijo Miguel, y James negó con la cabeza.

—Oh, no, esa historia no.

—?Es una buena historia! —rebatió Miguel, y se inclinó hacia mí—. Total, a este hombre lo llamó el chef que nos está ense?ando, y estábamos todos hasta los codos de pasta, ?no?

—Odio tanto esta historia —gimió James, bajándose la mano por la cara en se?al de agonía.

—Le preguntó… Isa, ?qué le preguntó?

Sacó otra tortilla de la bolsa.

—Le preguntaron qué estaba haciendo.

—Estaba siguiendo instrucciones —murmuró James.

—?l le dijo a este chef superpesado, por cierto: ??Qué parece que estoy haciendo? Lo estoy batiendo?. Codo de profundidad en la masa. Harina en la cara. Levadura derramada por el mostrador. Usando… ?qué carajos estabas usando? ?Una cuchara de madera? Era puro caos.

Ashley Poston's books