Isa se rio.
—Y el profesor lo miró y le dijo: ?Batidora, bátelo?.
—Para ser justos, no había visto una batidora danesa en mi vida. —James se?alo—. Entonces Isa decidió que esa noche saldríamos todos de copas y acabamos en una tienda de tatuajes y —se encogió de hombros— ya está. Esa es la historia.
A lo que Miguel e Isa me mostraron también los utensilios que llevaban detrás de la oreja izquierda: una espátula y un cucharón.
—Bueno, ahora me siento excluida —dije—. Quiero un utensilio de cocina detrás de la oreja. ?Cuál sería yo?
Isa agarró otro pu?ado de papas fritas de la bolsa.
—No, no eres un utensilio de cocina. Serías… hmm.
—Un pincel —dijo James muy seguro.
Miguel preguntó:
—?Eres pintora?
—Es solo un hobby —contesté rápidamente—. En realidad, soy publicista de libros. Es un trabajo estupendo. Trabajo a las órdenes de una de las personas con más talento en mi campo, y es todo un honor. Me encanta.
Al otro lado de Santiago, Isa preguntó:
—?Por qué te gusta?
Abrí la boca y me quedé inmóvil.
Era una pregunta más difícil de lo que pensaba.
La cuestión era que yo también amaba mi trabajo, pero si era sincera conmigo misma… Ya no estaba segura de que me apasionara, no como a Rhonda, ni como a la persona que solía ser hace seis meses, que no paraba de subir más y más, y eso era todo lo que quería, pero…
Vi lo hambrienta y entusiasmada que estaba Drew con la posibilidad de adquirir el libro de James, cómo, incluso cuando se acercaba su jubilación, Rhonda se apasionaba por su trabajo hasta el final, y sobre todo me sentía… cansada.
Pensé en la última conversación que tuve con mi tía: ?Vamos a la aventura, cari?o?.
Y, sinceramente… Una aventura sonaba bien.
—Yo… simplemente lo hago —acabé respondiendo—. Y ayuda que mis dos mejores amigas también trabajen conmigo. ?Qué te hizo querer ser chef? —le pregunté.
—Mi madre es una reputada pastelera, perdón, p?tissiere. Crecí entre fogones —dice Isa—. Creo que lo que más me gusta es… Cómo huele un croissant fresco. No hay nada igual.
—O cuando consigues la mezcla perfecta de sal, ácido y grasa… —Miguel se besó la punta de los dedos y la lanzó al cielo—. Hace que un plato cante.
—O la gente que viene a probar tu arte —asintió James, y luego frunció los labios y sacudió la cabeza—. La verdad es que la mayoría de los trabajos de restaurante pagan una mierda. Trabajas unas horas terribles. Aunque haces una comida estupenda, sueles comer una mierda cuando llegas a casa. O estás demasiado cansado para comer. Este negocio no es para todo el mundo. Si no persigues algo que merezca la pena, ?por qué estás en la cocina?
—No recuerdo la última vez que cociné para mí —dijo Isa con una mirada distante.
Miguel devolvió el resto de su cerveza.
—No recuerdo la última vez que alguien halagó mi comida.
—Yo tampoco puedo, y estoy a punto de abrir un restaurante, espero que con gran éxito de crítica, así que espero que algo cambie —a?adió James, terminándose también el resto de su cerveza y poniéndose en pie. Agarró los platos vacíos y las botellas de cerveza y fue a tirarlos. Cuando se marchó, sentí un naufragio en el estómago.
Isa suspiró, comiéndose otra papa frita.
—Tengo tanto miedo de que se queme.
Miguel se frotó la nuca.
—Lo sé.
Vi cómo James se retiraba hacia el cubo de basura que había en el borde de la plaza.
—?Qué se queme?
—Sí —me dijo Miguel, viendo cómo James pateaba una lata por la acera, luego la recogía y la tiraba con el resto de la basura—. Es que… a veces pienso que hace demasiado. Que no hace lo suficiente por sí mismo.
—Quiere que su abuelo se sienta orgulloso —se?alé.
Asintió con la cabeza.
—Sí, bueno, ?en qué momento debería empezar a querer hacer algo por sí mismo? Si no era su abuelo, era el chef Gauthier, si no era Gauthier, era cualquier cosa que pensara que tenía que hacer para llegar al siguiente nivel. Una y otra y otra vez —dijo, girando la mano para enfatizar.
—A lo mejor es lo que él también quiere hacer —se?aló Isa.
—Puede ser —respondió Miguel—, pero quizá también haya algo en hacer lo que te produce alegría. Aunque no sea lo que te da una maldita estrella Michelin.
Terminé mi cerveza cuando James regresó, con las manos en sus vaqueros oscuros. Volvió a sentarse entre nosotros y se apoyó en las manos.
—Bien, ya está bien de quejarse del trabajo. Lemon, ?sabías que probablemente no habría sobrevivido al CIA sin estos dos?
—Era un pesado —se quejó Isa, y se comió otra papa frita.
Miré a James.
—Me lo creo.
Parecía afligido.
—Eh…
—Tenemos muchas historias —coincidió Miguel.
Tomé otro pu?ado de papas y les dije a sus amigos:
—No tengo dónde estar. Cuéntenmelo todo.
Isa canturreó excitada y se puso en pie de un salto. Si a James le gustaba hablar con las manos, a Isa le gustaba hacerlo con todo el cuerpo. Se movía cuando hablaba, me di cuenta enseguida, yendo y viniendo, girando sobre sus talones, como si quedarse sentada fuera la perdición de su existencia.
—Bueno, estás viendo a los tres mejores chefs del CIA del a?o en que nos graduamos —empezó, se?alándolos a los tres—. Y dos de nosotros casi no nos graduamos, pero no por falta de ganas.
James se inclinó cerca de mí y murmuró, su voz baja y un poco juguetona: —Te dejaré adivinar cuáles dos.
—Tú no, seguro —le contesté, y su boca se crispó en una sonrisa de oreja a oreja.
Isa prosiguió:
—En cierto modo, todos gravitamos unos hacia otros, ya que éramos de los más viejos del lugar.
—Creo que era el mayor de nuestra clase… —dijo James, más alto, aunque no se apartó de mí. Nuestros hombros se rozaron y me sentí como una adolescente, con el corazón subiéndome a la garganta.
—No, no. —Miguel hizo un gesto con la mano—. Estaba esa contable jubilada. ?Cómo se llamaba? ?Beatrice? ?Bernadette?
Isa chasqueó los dedos y le se?aló.
—?Bertie! Ella es la razón por la que nos fuimos al extranjero aquel verano, ?recuerdas? ?Cuando atendimos a esa colonia nudista en la costa de Francia?
James tenía una mirada lejana, como si estuviera relatando una zona de guerra.
—Ojalá no lo hubiera hecho.
Miguel continuó:
—O la vez que casi envenenamos a la Reina de Inglaterra.
—No lo hicimos —corrigió James—. Ni remotamente.
Pero todo lo que saqué de eso fue:
—?Cocinaste para la reina?
Sacudió la cabeza.
—Dios la tenga en su gloria. No era para tanto…
—?Claro que sí! Escucha, nunca se emociona por nada. Era para un banquete, ?verdad? Algo realmente lujoso, y habíamos conseguido buenas referencias. Aunque no creo que estuvieras trabajando en la cocina, ?verdad, Isa?
—No, me estaba emborrachando en Shoreditch.