—Probablemente unos cinco a?os, ?por qué?
—Solo me lo preguntaba —respondí con desdén y volví a mirar a las dos que estaban en el alféizar. Eran exactamente iguales a las de mi infancia. Una tenía plumas azules alrededor del cuello como un collar, el resto moteado de blanco y gris, y la otra parecía un poco grasienta, con vetas de plumaje azul marino que llegaban hasta la punta de las plumas. Ahora que lo pensaba, no recordaba qué aspecto tenían las palomas anteriores, ni si habían tenido crías. Siempre había supuesto que anidaban en invierno y que una nueva pareja ocupaba su lugar cada a?o, pero ahora empezaba a sospechar algo muy distinto, y me recordaban (con toda claridad) que yo tampoco estaba donde debía estar.
Les hice un gesto con la mano.
—Fuera, fuera. Váyanse —les dije, pero no levantaron el vuelo hasta que golpeé la ventana con los nudillos. Entonces volaron hasta su posición normal en el salón—. Mi tía odiaba a esos pájaros —dije mientras me recostaba contra él y cerraba los ojos.
Se movió un poco.
—?Lemon? —preguntó al cabo de un momento.
—?Mmm?
—?Por qué te refieres a tu tía en pasado?
Me quedé helada. Lo primero que se me ocurrió fue hacerme la dormida. No decir nada. Mi segundo instinto fue mentir. ??De qué estás hablando? ?Pasado? Debe ser un lapsus?.
?Qué da?o haría una mentira? Para él, ella seguía viva. Para él, estaba de juerga con su sobrina, colándose en la Torre de Londres, bebiendo en Edimburgo y siendo perseguida por una morsa por media Noruega.
Para él, ella no moriría hasta dentro de unos a?os. Ni siquiera pensaría en ello. Aún estaba viva, y el mundo aún la contenía.
?Así que ahora es cuando te enteras?, pensé, y mi voz se tensó al susurrar: —No me creerás.
Frunció el ce?o. Era un ce?o peculiar, las cejas fruncidas, el lado izquierdo de la boca un poco más bajo que el derecho.
—Pruébame, Lemon.
Pensé en decírselo. Quería hacerlo. Pero…
—Nunca está en casa el tiempo suficiente para que yo pueda verla —me encontré mintiendo—. Viaja mucho. Le gustan los sitios nuevos.
Se lo pensó un momento.
—Puedo ver el encanto de eso. Me gustaría viajar.
—Solía hacerlo todo el tiempo con ella.
—?Qué te detuvo?
—Trabajo. Cosas de adultos. Una buena carrera. Una relación estable. Un hogar. —Me senté en la cama y me encogí de hombros, envolviéndome en el edredón—. Algún día tenía que crecer.
Arrugó la nariz.
—Debes pensar que estoy loco, entonces, para empezar una nueva carrera a mitad de camino a los treinta.
—En absoluto. Creo que eres valiente —lo corregí, y le besé la nariz—. La gente cambia de vida todo el tiempo, no importa la edad que tengas. Pero… ?puedes prometerme algo?
—Cualquier cosa, Lemon.
—?Me prometes que siempre serás tú?
Sus cejas se fruncieron.
—Bueno, eso es algo raro de pedir.
—Lo sé, pero me gustas. Tal y como eres.
Se rio, un suave rumor en la garganta, y me besó la frente.
—De acuerdo. Te lo prometo, solo si tú también me prometes algo.
—?Qué?
—Encuentra siempre tiempo para hacer lo que te hace feliz, como pintar, y viajar, y que se joda el resto.
—Qué poético.
—Soy chef, no escritor.
—Quizá algún día seas ambas cosas. Y ahora mismo, lo que me va a hacer feliz es una ducha. Quizá me ayude con esta resaca. —Empecé a levantarme de la cama, pero volvió a acercarme a él y me besó. Me encantaba su forma de besar, como si yo fuera algo que saborear, incluso con el aliento de la ma?ana—. Esto también me hace feliz —a?adí.
Sonrió contra mi boca.
—Lo más feliz.
Al final, me separé de él, recogí mi ropa y me fui a ducharme.
Cuando volví a salir, ya estaba vestido.
—Salgamos hoy —me dijo cuando salí del ba?o, secándome el pelo con una toalla. Estaba sentado en el sofá de los desmayos, con los ojos cerrados y los brazos detrás de la cabeza, la ventana abierta para dejar que las palomas comieran unas palomitas en el alféizar. Miré el reloj del microondas: ya era la una de la tarde—. Puedes ense?arme la ciudad. Y puedes traer tus acuarelas. Puedo observarte. ?Dónde te gusta pintar?
Lo pensé.
—Trampas para turistas, sobre todo.
—?Central Park entonces? ?O hay otro que te guste más? Prospect Park es precioso.
—Bueno…
Se levantó del sofá.
—Hagámoslo. Antes de que acabe el día. Hoy está tan bonito fuera. Vamos a descansar, y puedo traer un libro, y tú puedes hacer tus acuarelas.
—E… espera —dije asustada, cuando desapareció en el estudio y volvió con mi lata de acuarelas y un libro, y me agarró de la mano—. Todavía tengo el pelo húmedo. Me duele la cabeza. No llevo maquillaje.
—Estás preciosa tal y como estás —me contestó, tirando de mí por el salón. Agarró su cartera de la encimera.
—Esa no es la cuestión.
Y aun así dejé que me guiara hasta la puerta principal. ?No puedo salir de este apartamento?, quería decirle, pero no me creería. Por otra parte, yo no había intentado salir de este apartamento con él. Tal vez…
Podría haberlo detenido si hubiera querido. Pero no lo hice. Su entusiasmo era contagioso. Mencionó los sitios que le gustaría visitar: la charcutería de Cuando Harry encontró a Sally, otros restaurantes específicos de películas. Quería probar un perrito caliente en el parque, un pretzel, quizá un helado.
—?De verdad permiten alquilar botes de remos en Central Park? —preguntó, deslizándose sobre sus zapatos, y yo me puse los planos. Me apretó la mu?eca con fuerza, hasta que le sujete los dedos y los entrelacé con los míos.
Así, mucho mejor.
Sonrió mientras me guiaba hacia la puerta, con los ojos brillantes por la posibilidad.
—Iremos a todas partes. Encontraremos la pizza más grasienta de Nueva York. Iremos…
Y en cuanto abrió la puerta, desapareció, dejando solo el calor de sus dedos entre los míos, y luego incluso eso se desvaneció, y yo me quedé en el oscuro apartamento de mi tía, en el presente, y miré mi mano vacía.
Capítulo 31
Cartas a los muertos
Después de intentar volver cuatro… no, cinco veces, finalmente me di por vencida y me di cuenta de que el apartamento no me iba a enviar de vuelta con él hoy, y decidí ir a hacer unos recados. Cerré la puerta y metí las llaves en el bolso mientras salía del edificio. No quería quedarme ahora, con la sensación de la mano de Iwan aún en la mía. En la recepción, Earl cerró su última novela de James Patterson y me saludó.