—Oh Dios mío, tienes resaca, ?ni siquiera bebimos tanto anoche! —le contesté. Bueno, él no bebió mucho. Su yo de hace siete a?os se emborrachó como una cuba.
—Tú tampoco tienes muy buen aspecto —replicó irónico. Los dos estábamos un poco verdes, la verdad. Miró detrás de mí, debatiéndose entre saludar a mis amigas o no—. Lo siento, no creo que esté en forma para conocerlas ahora.
—Ya has conocido a Drew, es solo su esposa a la que no has conocido.
—Ah, la editora… sí, creo que sería mejor que no me viera con resaca —razonó con un movimiento de cabeza—. ?Estaría bien?
Fue adorable lo que preguntó.
—Tienes una tarjeta para salir libre de la cárcel.
—Me lo llevo —respondió sombríamente—. Me aseguraré de compensar… —Las palabras se le atascaron en la garganta. Entonces, sin previo aviso, extendió la mano hacia mí, apartándome el pelo, y sus pálidos ojos se volvieron oscuros y tormentosos. Apretó los labios y no entendí por qué hasta que…
—Parece que tú también has pasado una buena noche —bromeó.
Y entonces me di cuenta.
—Dios mío —jadeé, apartándome rápidamente, y me tiré del pelo para taparme el moratón que tenía allí. Bueno, el chupetón. Me había esforzado por cubrirlo con corrector esta ma?ana, pero debió de desaparecer a lo largo del día.
—?Tuviste otra cita después de cenar anoche? —me incitó—. ?Fue caliente?
Lo miré en silencio. No lo entendió por un momento, pero entonces sus ojos se abrieron de par en par y se llevó los dedos a la boca.
Y todo lo que dijo al recordar fue…
—Oh.
Me aclaré la garganta.
—Lo fue, de hecho.
—?Fue qué? —Sus ojos estaban un poco aturdidos.
Le contesté:
—Caliente.
Entonces gimió y se pasó las manos por el pelo.
—No puedes hacer eso, Lemon.
—Tú preguntaste.
Sonaba absolutamente destruido mientras respondía:
—Lo sé. Me vuelve loco. —Su rostro se contrajo—. Para mí fue hace siete a?os, y para ti fue anoche.
—Técnicamente esta ma?ana también —corregí.
Hizo un ruido de dolor en su garganta.
—Por supuesto, ?cómo podría olvidarlo?
—No estoy segura, la verdad. Fue muy buen sexo. —Incliné un poco la cabeza, estudiando a este hombre de pie a la sombra del camión de comida de su amigo, con resaca por (lo que sospechaba) la misma razón que yo: el uno por el otro. Aunque estaba segura de que yo me lo había pasado mejor anoche que él.
Se frotó la cara con las manos.
—Si esto era para vengarte de mí por rechazarte anoche…
—Oh, no te preocupes, no lo hiciste.
—Sabes lo que quiero decir —gru?ó. Sí, pensaba que anoche había vuelto al piso y me había acostado con su yo del pasado para poner celoso a su yo del presente.
Puse los ojos en blanco.
—Pues te equivocas. El apartamento hace lo que quiere cuando quiere… no es mi culpa que no quieras nada conmigo ahora.
Se acercó un paso más, lo suficiente como para que pudiera besarlo, si me atreviera.
—?Nada contigo? —susurró, incrédulo—. Recuerdo tu sabor, Lemon, el sonido de tu respiración mientras te abrazaba. —Sentí que la piel se me calentaba incluso mientras me apretaba una botella de agua contra un lado del cuello y apartaba la mirada—. Recuerdo cómo contabas los tatuajes de mi piel, la forma de tu boca, cómo se sentía tu cuerpo cuando te corrías por mí —murmuró, deslizando las yemas de sus dedos por mis mejillas furiosamente rojas—. Y todavía me encanta cómo te ruborizas. Me vuelve loco.
Me quedé con la boca abierta. El corazón me martilleaba el pecho. Por un momento no parecía James, sino Iwan, mi Iwan, mirando desde un rostro siete a?os más extra?o. Y pensé que iba a agacharse, a robarme un beso, pero se apartó y subió rápidamente a la parte trasera del camión cuando Drew dobló la esquina.
—Oye —dijo, con nuestra comida en las manos—, ?va todo bien?
—?Bien! —chillé, dándome la vuelta rápidamente. Cuanto antes nos fuéramos, mejor—. ?Tengo las botellas de agua! Deberíamos irnos.
Drew me miró confusa.
—Bien…
—?Adelante! Vamos a sentarnos junto a la fuente —dije, alejando rápidamente a Fiona y a ella del camión de comida. Miré detrás de mí cuando habíamos cruzado la calle y vi a James saliendo de la parte trasera del camión. Luego se bajó la gorra y se fue en dirección contraria.
?Fuera de los límites?, me recordé a mí misma, volviéndome hacia mis amigas. ??l está fuera de los límites?.
Capítulo 32
Segunda y última oferta
Pasé el resto del fin de semana limpiando a fondo el apartamento de mi tía y haciendo bocetos de Mother y Fucker en la sección del diario de viaje de NYC titulada ?Vida salvaje?. El apartamento no me envió de vuelta a Iwan, aunque hubiera deseado que así fuera. Pintar era una forma fácil de distraerme, al menos hasta que empecé a hacer limpieza en el bolso y volví a encontrar la carta de Vera. La dirección estaba en el Upper West Side. Tan cerca —justo al otro lado del parque del Monroe— pero a un mundo de distancia.
Cuanto más tiempo vivía en el apartamento de mi tía, más comprendía por qué lo había conservado. Por qué, después de su desenga?o con Vera, no lo había vendido y había viajado por todo el mundo para mantenerse alejada. Había una posibilidad en el sonido de la cerradura al abrirse, en el crujido de las bisagras cuando la puerta se abría de par en par, una ruleta que podía o no devolverte al momento en que te sentías más feliz.
Analea había dicho que los romances a través del tiempo nunca funcionaban, pero entonces ?por qué Vera seguía escribiéndole? Quería abrir la carta, leer su contenido, pero me parecía demasiado personal. No era asunto mío leer lo que había dentro, y dudaba que mi tía quisiera que lo hiciera. Lo más que podía hacer era devolvérsela y preguntárselo a Vera en persona.
Cuando llegué al trabajo el lunes, Rhonda ya estaba en su despacho, con aspecto más agotado que de costumbre. Ya se había quitado la americana —algo que solo solía hacer después de comer— y se había cambiado los tacones por los zapatos planos que guardaba en el último cajón del escritorio.
Llamé a la puerta de cristal y ella levantó la vista.
—?Ah, Clementine! Justo a tiempo.
—?Empiezo temprano? —pregunté.
—No podía dormir, así que pensé que podría hacer algo de trabajo.
Lo que significaba que se le había ocurrido algo en mitad de la noche que no la dejaba dormir, así que vino a trabajar temprano para hacerlo. El trabajo de toda su vida era esta imprenta, volcaba toda su vida en ella. Su afición era la lectura, su tiempo libre lo dedicaba a idear nuevas estrategias para el próximo gran libro, sus círculos sociales estaban salpicados de directores de otros sellos. Yo también debería ser así; quería ser yo, pero sentía un picor bajo la piel que crecía día a día. Una sensación de estar en una caja demasiado peque?a, un collar demasiado apretado.