Vera aparecía en casi todas ellas, de pie junto a dos ni?os de distintas edades: un ni?o y una ni?a, ambos con la cabeza llena de pelo casta?o. A veces eran ni?os peque?os. A veces eran adolescentes. La pesca en el lago, la graduación de la escuela primaria, los dos ni?os sentados en las rodillas de un anciano sonriente. Los dos se parecían mucho a Vera, y me di cuenta de que debían de ser sus hijos. No había otra persona en las fotos, solo ellos tres. Y no podía dejar de mirar al ni?o, con sus hoyuelos y sus ojos pálidos.
—Mi hija menor nos llamaba los Tres Mosqueteros cuando era peque?a —dijo cuando me sorprendió mirando el collage de fotos, y sentí como si la oyera a través de un túnel, y se?aló una foto de una hermosa joven vestida de novia junto a un sonriente hombre moreno—. Esa es Lily —dijo, y luego se?aló la foto de un rostro que yo conocía demasiado bien.
Un hombre joven con una sonrisa torcida y ojos pálidos y brillantes y pelo casta?o rizado, con un delantal de cocinero floreado mientras cocinaba algo en un fogón bien cuidado. Estaba de pie junto a un anciano más bajo, con la espalda encorvada, que llevaba un delantal de cocinero similar en el que se leía: NO SOY VIEJO, ESTOY BIEN SAZONADO, sus ojos del mismo gris pálido brillante. Me quedé mirando la foto con un asombro agridulce.
—Y este es Iwan —continuó—, con mi difunto padre. Iwan lo quería de verdad.
—Oh. —Mi voz era peque?a.
Sonrió.
—Va a abrir un restaurante en la ciudad. Estoy muy orgullosa, pero últimamente está muy estresado; a veces me pregunto si hace todo esto porque le gusta o por su abuelo.
Me quedé mirando la foto del hombre que conocía, Iwan, con su sonrisa torcida y contagiosa. Debió de ser tomada justo antes de que se mudara a Nueva York. Y de repente, al mirar esa foto, algo me hizo clic. De todas las cosas que habían cambiado en esos siete a?os, la más destacada era su mirada. Había una alegría descarada.
Y me preguntaba cuando se fue.
—Quizá lo conozcas algún día. Es muy guapo —a?adió Vera moviendo una ceja.
—Lo es —asentí, le agradecí de nuevo que me dejara llorar en su hombro y, con un último abrazo, salí y me reuní con mis amigas en la acera, que declararon (inmediatamente) que parecía que necesitaba una copa.
No tenían ni idea.
Capítulo 34
Demasiado bien
Durante el resto de la semana, me pregunté cómo no había visto las se?ales.
No es que fuera evidente. Pensándolo bien, Iwan había dicho que Analea era amiga de su madre, pero yo nunca le había preguntado su nombre. Pensándolo bien, tenía sentido que mi tía ofreciera su piso vacío al hijo de alguien a quien conocía. No solo lo conocía, sino que lo conocía íntimamente. Dudaba de que Iwan conociera la historia de su madre con mi tía, igual que yo no la conocía; él lo habría sacado a relucir.
?El apartamento sabía quién era Iwan? ?Era por eso por lo que nos había reunido en esta encrucijada?
Mis dedos se sentían inquietos, tanto que me traje una lata de acuarelas al trabajo y me senté en Bryant Park durante el almuerzo a pintar las multitudes que veía. Cuando volví al trabajo, fui a lavarme rápidamente la pintura seca en las yemas de los dedos.
—Me gusta que vuelvas a pintar —comentó Fiona el miércoles, mientras descansábamos en la hierba verde de Bryant Park, sobre una de las mantas de Drew de su oficina, y yo ba?aba de dorados y cremas el Edificio Schwarzman en las Mejores Paradas Turísticas Gratis de mi guía de viajes—. Los amarillos son bonitos.
—Casi alimonado —coincidió Drew, tumbada en el suelo junto a Fiona, con las manos detrás de la cabeza—. Llevo tiempo queriendo preguntártelo, pero… ?qué te ha hecho volver a pintar?
Me encogí de hombros.
—No sé, acabo de retomarlo —respondí, limpiando mi pincel en un tapón de botella con agua, y eligiendo un naranja oxidado para los bordes del edificio—, y me hace sentir feliz.
Drew canturreó pensativa.
—Ni siquiera puedo recordar lo que me hace sentir feliz…
—Leer, nena… oh —Fiona sostuvo su vientre, su cara arrugándose—. Oh, eso fue interesante.
Drew se incorporó alarmada.
—?Va todo bien? ?Pasa algo?
Le hizo un gesto para que se alejara.
—Estoy bien, estoy bien. Solo fue una sensación extra?a.
Le dirigí una mirada dubitativa.
—?Como un bebé raro?
—No estaré de baja por maternidad hasta dentro de una semana —contestó Fiona, como si eso fuera a detenerla, pero el resto del día se encontraba bien, y se había burlado por completo de la idea de empezar antes su baja por maternidad. ??Qué, quedarme en casa todo el día? No, gracias, me volvería loca?.
Así que cuando llegó el jueves, me llevé un vestido a la oficina, me cambié en el tenderete después del trabajo y, junto con Drew y Fiona, tomamos un taxi para ir al nuevo restaurante de James. Se trataba de una preinauguración, reservada solo a invitados, para celebrar el lanzamiento de hyacinth (por cierto, todo en minúsculas, con una letra de lo más rara).
Nos encontramos con Juliette fuera, vestida con una elegante blusa color crema metida por dentro de unos holgados pantalones marrones, con un cinturón. Llevaba el pelo recogido en dos mo?os y un bolso de imitación de Prada en el brazo que parecía tan real que casi me lo creería si no me dijera exactamente dónde conseguir uno. A su lado, yo parecía… un poco desarreglada e informal, con un vestido hasta la rodilla de color púrpura pálido con un lazo en el cuello, y por primera vez desde mi última cita con Nate…
—?Tacones? —Juliette jadeó—. ?Dios mío, llevas tacones! Y eres tan alta con ellos. —Rápidamente sacó su teléfono y les hizo una foto—. ?Esto va directo a mis historias! Tenemos que recordar esta ocasión.
Gemí.
—?A veces uso tacones!
—Cuando quieres impresionar a alguien —se?aló Fiona.
—Nuestro futuro autor, obviamente —le respondí.
Drew puso las manos en las caderas y practicó su respiración tranquila.
—Hablando de eso, si alguna de ustedes me hace quedar mal esta noche…
Juliette dijo, con un saludo:
—?Nos comportaremos lo mejor posible! Aunque puede que alguien tenga que decirme qué tenedor usar si hay más de uno…
Pasé mis brazos por los de Drew y Fiona y les dije:
—No se preocupen, yo también me equivocaré.
Y juntas abrimos la pesada puerta de madera y entramos.
Durante el trayecto me imaginé cómo sería su restaurante, quizá como aquel del que hablaba mientras comía fideos fríos. Largas mesas familiares y paredes de color rojo carmesí, cómodas y cálidas, con las sillas de cuero desgastadas. Las paredes estarían decoradas por artistas locales y las lámparas serían una amalgama de apliques y candelabros.
Una mesa reservada para una mujer que conoció durante unos lejanos fines de semana en un recuerdo lejano.
?Reservaré para ti cada noche la mejor mesa de la casa?, recuerdo que me dijo.