The Seven Year Slip

Una conversación que estaba segura de que había olvidado, a pesar de que guardaba la misma guía de viajes en el bolso cuando entramos en su restaurante.

Era luminoso —fue lo primero que noté—, casi impecable, con mesas de mármol blanco pulido y apliques blanquecinos con un ligero matiz azul. Las sillas eran taburetes en el mejor de los casos, el techo desnudo hasta las nuevas tuberías plateadas, a medio camino entre un almacén y unos grandes almacenes a medio terminar. Parecía un lugar en el que, si cometías un error, estaba en un pedestal a la vista de todos. Se me encogió un poco el corazón porque éste no era en absoluto el sue?o de Iwan.

Era de James.

La recepcionista reconoció rápidamente a Drew por una foto de su portapapeles y nos condujo a una mesa especial. Ya había otras caras conocidas: Benji y su prometida, Parker y su mujer, y otros dos redactores que habían asistido a la clase de cocina. Nos sentamos en una de las mesas más grandes, las sillas eran incómodas y frías, y yo me sentía tan fuera de lugar que me picaba la piel.

?Finge que perteneces a este lugar hasta que lo hagas?, pensé para mis adentros.

—Este sitio es tan elegante —dijo Fiona cuando nuestro camarero nos trajo los menús, que eran todos iguales y detallaban una lista de siete platos. Fiona tenía un menú especial por sus restricciones dietéticas como embarazada. El camarero también nos trajo una botella de vino.

—Cortesía del chef —dijo el camarero, descorchó el tinto y nos sirvió una copa a cada una.

Cuando se hubo ido, Drew levanto su copa.

—Por una buena noche, consigamos o no el libro.

Las demás chocamos nuestras copas con la suya. El vino estaba seco y un poco agrio, y de repente me sentí como si estuviera de vuelta en aquel primer almuerzo en Olive Branch, sintiéndome fuera de lugar, moviendo los brazos salvajemente para encontrar mi equilibrio.

Mis amigas hicieron comentarios sobre el restaurante, el menú, las otras personas sentadas en las mesas. Estaba medio escuchando a Juliette hablar de una nueva campa?a que estaba preparando con el coordinador de redes sociales cuando una cara conocida entró en hyacinth: Vera Ashton.

La recepcionista la llevó rápidamente a sentarse a la mejor mesa del restaurante, y ella sonrió mientras se sentaba y se maravillaba de la decoración. Me excusé de la mesa para ir a saludarla.

—?Oh, Clementine! —gritó, juntando las manos. Llevaba un traje pantalón color salvia y perlas en las orejas—. Es tan inesperado verte aquí. Encantador, ?no es encantador?

—Lo es —respondí a modo de saludo—. ?Cómo estás?

—?Bien! Bien. Creía que era una preinauguración, ?qué te trae por aquí al restaurante de Iwan, perdón, de James? Odia que le llame Iwan en público. Algo relacionado con su imagen. Un poco tonto, pero ya se dará cuenta.

No estaba tan segura, viendo este restaurante.

—En realidad trabajo para una de las editoriales con las que está pensando firmar. —Hice un gesto hacia mi mesa—. Solo quería venir a saludar.

—?Oh, qué lujo! Haría mal en no elegirte… Ah, ahí están Lily y su marido —a?adió, mirando detrás de mí, y apenas tuve tiempo de mirar antes de que una mujer menuda con un vestido de flores, el pelo casta?o largo y alborotado, se acercara a la mesa. Me sorprendió lo mucho que se parecía a Iwan, desde sus ojos claros hasta las pecas de sus mejillas. Me dedicó una sonrisa vacilante, al igual que su marido, y enseguida me di cuenta de que estaba bloqueando la silla en la que se iba a sentar y me aparté—. Lily —dijo Vera, se?alándome—, esta es Clementine. ?Recuerdas mis historias sobre Analea? Esta es su sobrina.

—Encantada de conocerte —dijo Lily agradablemente, mientras su marido se sentaba a su lado—. ?No fue Analea con quien se quedó Iwan aquel verano?

—En su apartamento, sí —confirmó Vera—. Me enteré de que se iba al extranjero, así que la llamé y le pregunté si mi hijo podía pasar allí el verano. Consiguió trabajo en el restaurante favorito de su abuelo y, siete a?os después, ?mira dónde estamos! Todo porque Analea lo dejó quedarse allí gratis. —Eso no lo sabía. Vera se rió, sacudiendo la cabeza—. ?No es extra?o cómo funciona el mundo a veces? Nunca es cuestión de tiempo, sino de oportunidad.

Lo era, ?no?

—Ojalá tuviera sillas más cómodas —dijo Lily riendo—. El abuelo habría odiado estas.

—Estoy segura de que le habría gustado —respondió Vera amistosamente—. Clementine, ?te gustaría unirte a nosotros? Tenemos una silla extra.

—No, tengo que volver a mi mesa, pero me ha encantado verlos a todos y conocerte a ti, Lily. Buenas noches —me despedí, y volví a mi mesa.

La cocina del fondo estaba oculta tras un cristal esmerilado que cambiaba, un poco, como un ópalo, según la luz. Detrás, las sombras iban y venían. Hice una fina línea con la boca, mirando las perfectas mesas blancas jaspeadas y las líneas limpias, y los platos que llegaban a las mesas de espera, círculos de blanco con peque?os bocados de color. En las mesas se sentaban personas influyentes y famosos, gente a la que conocía tangencialmente en el mundo culinario por haber investigado a James. Degustadores. Críticos. Gente con la que debería ser visto. Gente a la que quería impresionar.

Volví a mi mesa, pero ya había alguien en mi asiento. Un hombre con un impoluto uniforme de cocinero, hombros anchos y pelo crispado, un batidor oculto tras los rizos que rodeaban su oreja izquierda.

James me miró cuando me acerqué y me dedicó una sonrisa perfecta.

—Ah, hola. Estaba aquí para dar la bienvenida a todos a hyacinth.

Juliette dijo:

—Hay tanta luz que debería haber traído gafas de sol.

—A los redactores les va a dar un infarto con ese nombre sin mayúsculas —a?adí.

—Tal vez empiece una nueva moda, Clementine —me dijo con su sonrisa blanca y perfecta. Se levantó y me acercó la silla. Me senté, con un nudo en la garganta—. Ha sido un placer volver a verlas a todas y conocerte a ti, Juliette. Por favor, disfruten de la comida y espero que sea memorable, quizá incluso perfecta.

Luego se fue a la mesa de al lado y mis amigas empezaron a hablar de los platos del menú, casi todos ellos iteraciones de recetas de su propuesta, pero mejoradas para adaptarse a este espacio elevado.

A mi alrededor, los chismosos de otras mesas hablaban de cómo había ganado una estrella Michelin por el Olive Branch, de cómo había ganado el premio James Beard al Chef Emergente. Hablaban de su presentación, de sus platos, de su atención al detalle, de su hambre —siempre hambre— de más. De cómo eso lo convertía en un talento emergente.

La gente estaba entusiasmada y deseosa de más.

Por mucho que me doliera el corazón, era difícil no estar orgullosa de él.

A pesar de que sus mejores amigos, Isa y Miguel, no aparecían por ninguna parte.

Nuestro camarero empezó a traer nuestros platos.

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