—?Que se joda! ?Por qué sigues volviendo con él si te hace tan miserable?
Sus ojos se abrieron de par en par y abrió la boca, para luego volver a cerrarla, mirando a la familia del otro lado de la sala de espera, que había tapado los oídos de sus hijos, escandalizada. No me importó, era mi momento de película.
Continué:
—Lo entiendo, está bueno. Probablemente te da el mejor sexo de tu vida. Pero si no te llena de campanas estar a su lado cada segundo que pasas con él (si no te hace feliz), entonces, ?qué demonios estás haciendo? Solo se vive una vez —dije, porque si algo había aprendido de vivir en un apartamento que viaja en el tiempo es que, por mucho tiempo que tengas, nunca es suficiente. Y yo quería empezar a vivir mi vida como si estuviera disfrutando cada momento que tenía—. Y si lo haces bien —dije, recordando la forma en que mi tía se reía mientras corríamos para abordar nuestros vuelos de conexión en el aeropuerto, cómo abría los brazos en la cima de Arthur's Seat y el Partenón y Santorini y cada colina con una hermosa vista que se encontraba, como si quisiera abrazar el cielo; la forma en que siempre se tomaba su tiempo para decidir lo que quería en un menú; la forma en que preguntaba a todos los que conocía por sus historias, absorbía sus cuentos de hadas y perseguía la luna.
—Si lo haces bien —repetí—, una vez es todo lo que necesitas.
Juliette se quedó callada durante un largo rato y luego se le llenó la cara de lágrimas.
—?Y si nunca encuentro a nadie más?
—Pero, ?y si lo haces? —pregunté, apretando sus manos con fuerza—. Mereces averiguarlo.
Con un sollozo, extendió los brazos y me abrazó con fuerza, hundiendo la cabeza en mi hombro. No me lo esperaba, así que me puse rígida ante el repentino contacto, pero si ella se dio cuenta, no me soltó, porque se aferró a mí mientras lloraba en mi hombro. La rodeé torpemente con los brazos y le di unas palmaditas en la espalda.
No sabía que nadie le había dicho que se merecía más. No sabía que llevaba tiempo pensando en dejarlo. No sabía lo infeliz que había sido. Lo desgraciada que era. Dijo que no se había dado cuenta hasta que le dije que se merecía algo mejor.
Cuando por fin me soltó y me dijo que tenía razón, pensé en mi peque?o cubículo, en los cuadros de paisajes que colgaba en mi pizarra y en las pilas de guías de viaje que tenía guardadas en el cajón de mi escritorio. Pensé en volver a casa, al peque?o apartamento de mi tía, y tomar el tren cada ma?ana, y planear las aventuras de otra persona en una hoja de cálculo Excel para el resto de mi vida.
Y me di cuenta de que yo también era infeliz.
Las puertas de la sala de espera se abrieron de par en par y Drew entró de golpe, con una sonrisa tan amplia y brillante que era contagiosa, y cualquier respuesta que hubiera podido tener se borró en ese momento.
—?Vamos, vamos! —dijo Drew, sujetándonos por las mu?ecas para sacarnos de la sala de espera por el pasillo—. ?Tienes que conocerla! Tienes que conocerla. Es increíble.
Y Penelope Grayson Torres, que nació con dos kilos y medio, fue, de hecho, increíble. Incluso cuando me escupió encima.
Aquel lunes por la ma?ana, el despacho de Rhonda estaba cálido y tranquilo cuando entré y dejé la carta sobre su mesa. El trabajo era tranquilo sin Drew y Fiona, pero ellas estarían de baja por maternidad durante los próximos meses, y yo odiaba tener que irme para cuando volvieran. Los altavoces de Rhonda emitían un suave zumbido pop mientras ella se recostaba en la silla y pasaba página tras página de un manuscrito encuadernado, con las gafas bajas sobre el puente de la nariz. Me miró, con las cejas fruncidas por la confusión que le producía la carta.
—?Qué es esto?
El final, el principio.
Algo nuevo.
—Me di cuenta de algo durante el verano —empecé, retorciéndome los dedos nerviosamente—, y fue que ya no soy muy feliz. Hacía tiempo que no lo era, pero no sabía por qué hasta que un viejo amigo volvió a mi vida.
Rhonda se incorporó un poco, tomó la carta y la abrió.
—Siento que esto sea una sorpresa, para mí también lo fue. No estoy segura de lo que quiero hacer —continué mientras ella leía la carta de dimisión, con el rostro cada vez más sombrío—, pero no creo que sea esto. Muchas gracias por la oportunidad, y lo siento.
Porque sentía que había malgastado su tiempo durante siete a?os. Por haberme recortado partes de mí misma, una y otra vez, para encajar en las expectativas que creía que tenía que hacerme. Nunca iba a llevar tacones ni americanas: ya no quería eso, y me asustaba pensarlo, pero también me emocionaba un poco.
No pude mirarla mientras me daba la vuelta para marcharme, pero al hacerlo, Rhonda dijo:
—Yo no descubrí quién quería ser hasta que tuve casi cuarenta a?os. Tienes que probarte muchos zapatos hasta que encuentras unos con los que te gusta caminar. Nunca hay que disculparse por ello. Una vez que encontré los míos, he estado contenta durante veinte a?os.
—Apenas aparentas más de cincuenta —le dije, y ella echó la cabeza hacia atrás riendo.
—Vete —me dijo, agitando mi carta hacia mí—, y diviértete un poco mientras estás ahí fuera.
Así que lo hice.
Aunque tenía dos semanas para traspasar mis funciones a Juliette y ayudar a Rhonda a iniciar el proceso de contratación de mi sustituta, empaqueté mi cubículo en una caja —Drew siempre lo llamaba una salida de una caja— y me di cuenta de que una parte de mí, subconscientemente, siempre supo que no estaría aquí para siempre. No llené mi escritorio de cosas de casa. No decoré mi tablón de corcho con fotos de amigos y familiares. Ni siquiera cambié el fondo de pantalla de mi ordenador.
Simplemente estaba aquí.
Y eso ya no era suficiente.
Una vez presentada mi dimisión, el trabajo era extra?o. Juliette y yo comíamos en Bryant Park sobre la hierba, y poco a poco empecé a ceder a mis autores y a despedirme, y manteníamos a Fiona y a Drew al corriente de todos los chismes de la sala de trabajo.
Después de la preinauguración de hyacinth, Drew no volvió a tener noticias de James y su agente hasta el martes siguiente, e incluso entonces fue solo para informarnos de que pronto tomarían una decisión definitiva, pero sin concretar cuándo. Al parecer, habían estado tan ocupados con los últimos preparativos para la inauguración oficial del restaurante que no habían tenido tiempo. No tuve el valor de decirle a Drew que estaba segura de que había jodido nuestras posibilidades por completo; estaba segura de que me odiaba. O al menos no quería volver a verme, pero Drew estaba tan ocupada con su recién nacido que dudo que pensara en James de pasada.
Y si James quería verme, sabía dónde vivía, aunque parecía que ni siquiera el apartamento quería que lo volviera a ver.
Capítulo 36
Temporada turística