—Sácala de aquí.
A mi lado, el camarero, un tipo desgarbado de unos veinte a?os, se giró y abrió los brazos para intentar acorralarme de nuevo en el pasillo.
—Lo siento, se?ora —murmuró, mirándose los zapatos y sin mirarme a los ojos.
Intenté apartarlo.
—?Espera, espera, quiero hablar con el jefe de cocina!
—Todo el mundo lo hace —respondió la ayudante, sin dignarse siquiera a levantar la vista mientras limpiaba el borde de un plato caliente emplatado—. Tú no eres especial.
Bueno, eso fue grosero. El camarero me agarró del brazo, pero me zafé.
—Mira, solo necesito unos minutos…
—?Lo ves aquí? ?Fuera! —volvió a gritar, agitando la mano, y el camarero me empujó fuera de la cocina. Nunca en mi vida me habían maltratado con tanta disculpa. Murmuró—: Lo siento, lo siento, lo siento —mientras me sacaba por la puerta.
Tropecé de nuevo hacia atrás en el pasillo, y Mordor se cerró en un destello de puertas plateadas batientes.
—Espera, por favor, solo necesito hablar…
—?Pasa algo?
El camarero se congeló. Yo me congelé. El corazón me golpeó el pecho.
Se volvió rápidamente hacia la voz que había detrás de mí.
—Chef —murmuró, todavía mirando al suelo—. Lo siento. Vino a la cocina preguntando por usted.
—?Ahora sí? —retumbó. Sentí que se me erizaba la piel.
—La Chef Samuels me pidió que la sacara.
—Espero que no permanentemente.
El camarero dio un respingo.
—Yo… uh…
—Es una broma —se lamentó, casi con lástima, y luego le hizo un gesto para que se fuera—. Ya la tengo. Puedes volver al trabajo.
—Sí, Chef. —El camarero asintió de nuevo, y rápidamente se fue a atender sus mesas.
Cuando el mequetrefe se fue, oí retumbar al chef: —No eres de una revista.
Giré sobre mis talones y me volví hacia James Ashton. Se me hizo un nudo en el estómago. Hacía apenas media hora, tenía su boca en mi cuello, su aliento en mi piel, y ahora no podíamos estar más separados.
—James —lo saludé, tratando de mantener el tono de voz.
Esperaba que esto funcionara.
Esperaba que Iwan tuviera razón.
Llevaba el uniforme de cocinero, una filipina blanca abotonada por delante, tensando sus anchos hombros.
—?Sí, Clementine?
—Rechazaste nuestra oferta.
—Lo hice, y si es por eso por lo que estás aquí —dijo con cuidado—, mi decisión es definitiva.
El corazón se me desplomó en los dedos de los pies.
—Espera, escúchame…
—Lo siento —continuó, dejando caer los brazos a los lados y pasó junto a mí en dirección a la cocina—. Realmente necesito volver al trabajo…
Giré sobre mis talones.
—?Es por mi culpa?
Se detuvo sobre sus pasos, de espaldas a mí. Tenía las manos tan apretadas que sentía que las u?as me hacían muescas en las palmas.
—?Es por mí? —repetí—. Porque tú y yo…
Me miró por encima del hombro y ésa era toda la respuesta que necesitaba.
Fue por mi culpa. Mis pu?os empezaron a temblar. Probablemente debería haberme sentido triste porque me odiaba, pero ?castigar a Drew? No estaba triste, me estaba enfadando.
—Espera, ?no te parece un poco duro?
Se volvió hacia mí.
—No, en realidad.
—Ni siquiera hicimos nada —dije, dando un paso hacia él mientras retrocedía—. Solo nos besamos un par de veces. Solo eso. —Di otro paso, y él se apretó contra la pared, enmarcado entre un candelabro y un bodegón de un frutero—. Y estoy segura de que has hecho más que eso desde entonces, James.
Sus pálidos ojos se abrieron de par en par.
—Um… bueno…
—Entiendo que no te guste o que quieras olvidarme, pero ?rechazar la oferta de Strauss y Adder por mi culpa? —Seguí adelante porque el Iwan que yo conocía y el hombre que tenía delante no podían ser más diferentes, y me daba igual el éxito que tuviera ahora o lo guapo que fuera, yo tenía una huella editorial que salvar.
—Clementine —dijo, y odié lo nivelada que seguía siendo su voz, su serenidad—, ?de verdad crees que deberíamos trabajar juntos? ?Crees que esto… —hizo un gesto entre nosotros—, sería una buena idea?
—?Creo que tú y Drew trabajarían muy bien juntos! Y creo que Strauss y Adder trataría muy bien tu trabajo. No importa que yo sea condenadamente buena en mi trabajo, y sé que lo soy. No dejaré que un rencor personal o lo que sea que tengas contra mí afecte a lo duro que trabajaré para ti y tus libros. —Mis manos se cayeron de los pu?os—. Sé que mi venida aquí es poco profesional, pero tu dijiste una vez que son las personas las que hacen un buen equipo, y todos en Strauss y Adder son buenos. Son trabajadores y honestos, y tú te lo mereces. Y se merecen una oportunidad. Una de verdad.
Y no estaría aquí haciendo el ridículo si no fuera importante. Strauss & Adder necesitaba un gran autor para llenar el vacío que dejaba Basil Ray, y si no lo conseguíamos, sería un muy mal presagio para mi trabajo y el de todos los demás en el sello. Basil Ray no sería la razón del cierre de Strauss & Adder, pero me negaba a hacer de ese viejo críptido el clavo de este proverbial ataúd.
Frunció los labios, esperando que yo rompiera primero el contacto visual, pero finalmente lo hizo y apartó la mirada. Se le crispó un músculo de la mandíbula. Murmuró: —No me gusta que uses mis propias palabras contra mí…
—Admítelo —le dije, dándole un pu?etazo en el pecho—, es una buena jugada.
Arrugó la nariz, la primera peque?a grieta en su fachada. La primera peque?a se?al de mi Iwan.
—Es… también bastante entra?able —admitió—, y un poco sexi.
Parpadeé.
—?Sexi?
A lo que él respondió, con su cara a centímetros de la mía, tan cerca que podía sentir sus palabras en mi piel: —Me tienes contra la pared, Lemon.
… Oh.
Por fin me di cuenta de lo cerca que estábamos. Tan cerca que podía ver mi reflejo en los botones pulidos de su filipina de chef. Poco profesionalmente cerca. Y de repente, esa horrible sensación delatora regresó. El Pop Rocks en mi estómago, cómo casi me hacía sentir enferma. El calor subió a mis mejillas y me aparté rápidamente, con las orejas ardiendo.
—Lo siento, lo siento.
—No me estaba quejando…
—Me retiro de la puja —interrumpí—. Debería haberlo hecho desde el principio, cuando me di cuenta de quién eras. Fue culpa mía. Juliette puede ocupar mi lugar, es una publicista encantadora y…
—No, está bien. —Con un suspiro, se frotó el costado del cuello. Los gritos de la parte delantera de la cocina llevaron por el pasillo como un eco a través de una cueva. El murmullo de la casa era fuerte, el tintineo de los utensilios sobre la vajilla, las risas de los amigos. Más bajo, murmuró—: Pensé que no querrías trabajar conmigo.
Mis ojos se abrieron de par en par. Volví a mirarlo.
—?Qué?