—Obviamente Lauren mintió. De vuelta a la mesa de dibujo, entonces. Tomemos esto como una oportunidad de aprendizaje y sigamos adelante.
Luego se dio la vuelta y se marchó a su despacho, y resistí el impulso de enterrar la cara entre las manos. Una oportunidad de aprender cuando ya llevaba aquí siete a?os. Esta reunión preliminar debería haber sido pan comido y, en cambio, había sellado nuestro destino. Me sentí humillada, sobre todo porque había estado tan segura de que pasaríamos a la siguiente ronda.
Y yo había sido la que lo había reventado, y eso nos dejaba sin un jugador importante que ocupara el papel de Basil Ray. A la mierda Basil Ray, en serio. ?Tenía que ir a Faux?
—Oportunidad de aprendizaje —me recordé a mí misma, abriendo Instagram y echando un vistazo a algunos de los foodgrammers más importantes, descartando a todos los chicos guapos que se cruzaban en mi feed. No eran de fiar.
Para cuando dieron las cinco, ya había planeado cuatro formas distintas de matar a James Ashton y que pareciera un accidente. Incluso tenía un lugar en el Hudson guardado en mi teléfono como el sitio perfecto para deshacerme de su cuerpo, aunque no lo haría. Pero pensar en ello me hizo sentir mejor mientras recogía mi bolso para marcharme.
Llamé suavemente a la puerta del cubículo de Drew y ella levantó la vista del manuscrito que había impreso y al que estaba aplicando un rotulador rojo.
—Hola —dije suavemente—. ?Vas a estar bien?
—No es la primera vez que pierdo una puja, Clementine —me recordó, dejando el manuscrito—, pero gracias por comprobarlo.
Intenté que mi pesar no se notara demasiado, porque yo era la razón por la que él había pasado de nosotros. Al fin y al cabo, se había acordado de mí. ?Y si acababa odiándome después de aquel fin de semana, o yo lo había molestado en secreto, o no quería trabajar con alguien a quien había besado, una vez, hacía mil a?os?
Yo era la razón por la que perdimos este libro. ?Y si me convertí en la razón por la que Strauss & Adder quebraba? Eso era una tontería, yo sabía que era una tontería. Las editoriales no quebraban por una adquisición fallida.
Intentaba que no cundiera el pánico.
Drew miró el reloj y dio un respingo.
—?Ya son las cinco? No puedo creer que me vaya después de ti.
—Por eso te pregunté si estabas bien.
—?Ja! Oh, gracias. Estoy bien. ?Nos vemos el lunes?
—No trabajes hasta muy tarde —le dije, despidiéndome con la mano, y me dirigí al vestíbulo del ascensor antes de que pudiera ver el pánico que se apoderaba de mi rostro. Me dirigí al gran edificio blanquecino con leones en los aleros y pensé que tal vez el hecho de que uno de ellos se rompiera y cayera sobre mí (una pesadilla recurrente que tenía de ni?a) podría ser una buena forma de pasar unos meses en coma antes de despertar, haber olvidado todo el verano y volver al trabajo sin saber nada de James Iwan Ashton.
Hoy era uno de esos Manhattanhenges, y mientras el sol se ocultaba entre los edificios, turistas y manhattanitas por igual se agolpaban en los pasos de peatones, sacando sus teléfonos para capturar cómo los naranjas y amarillos y rojos estallaban en el horizonte justo al otro lado de la calle. No me detuve mientras cruzaba detrás de los turistas. El fenómeno solo duró unos minutos, ya que el crepúsculo se asentó sobre la ciudad como un resplandeciente amanecer de tequila, y cuando abrí las puertas del Monroe, ya había terminado.
Earl me saludó al entrar. Iba por la mitad de su siguiente novela de misterio: Muerte en el Nilo. Yo solo quería llegar al apartamento de mi tía, darme un ba?o con una bomba de ba?o, hundirme en el agua y disociarme un rato mientras escuchaba la banda sonora de Moulin Rouge.
El ascensor tardó mucho en llegar y, cuando entré, olía un poco a ensalada de atún, lo cual… era tan desagradable como suena. Me apoyé en la barandilla, miré mi reflejo deformado y me acaricié el flequillo suelto, aunque el día había sido tan húmedo que el pelo se me deshilachaba en las puntas.
No había forma de evitarlo.
El ascensor me dejó bajar en la cuarta planta y conté los pisos hasta el B4. Me moría de ganas de salir de esta falda. Después de ba?arme, me pondría unos pantalones de chándal, sacaría el helado del congelador y vería una repetición de algo terrible.
Abrí la puerta y entré a trompicones, quitándome las zapatillas en la puerta…
—?Lemon? —dijo una voz desde la cocina, profunda y familiar—. ?Eres tú?
Capítulo 22
Consejos no solicitados
El apartamento olía a comida —cálida y especiada— y los suaves sonidos de una radio zumbaban por el apartamento, tocando una melodía que había sido popular a?os atrás.
Conocía esa voz. Mi corazón se hinchó en mi pecho, tanto que sentí que podría estallar.
Di un paso y luego otro.
De ninguna manera. De ninguna manera.
—?Iwan? —llamé vacilante… ?optimista?
?Tenía esperanzas o sentía pavor en el estómago? No estaba segura. Di otro paso por el pasillo, deslizándome fuera de mis pisos. ?Qué posibilidades había?
El sonido de unos pasos atravesó la cocina y entonces un hombre de pelo casta?o y ojos pálidos asomó la cabeza por la puerta.
Y la puerta se cerró tras de mí.
Iwan llevaba una camiseta blanca sucia, con el cuello estirado, y unos vaqueros deshilachados, tan diferente del hombre estirado que se había sentado frente a mí en la sala de conferencias, desprovisto de todo lo que le hacía brillar. Sonreía con esa sonrisa suya, amable y encantadora, como si se alegrara de verme.
Porque lo hacía.
Imposible, imposible, esto es…
—?Lemon! —me saludó alegremente, e incluso la forma en que dijo mi estúpido apodo era diferente. Como si no fuera un secreto, sino un santuario. Abrió los brazos y me abrazó. No me gustaban mucho los abrazos, pero el repentino aplastamiento contra su pecho, la cercanía, hicieron que el corazón se me clavara en la caja torácica. El miedo se convirtió en mariposas revoloteantes, terribles y esperanzadas. Olía a jabón y canela, y me encontré rodeándolo con los brazos y abrazándolo con fuerza.
?Te conocí en mi época, y eres tan diferente?, quise decirle, apretando mi cara contra su pecho, pero dudo que me creyera. ?No sé por qué has cambiado. No sé cómo?.
Y, más tranquila, ?no te conozco de nada?.
—Eres un regalo para la vista. Y llegas justo a tiempo para la cena —me dijo en el pelo—. Espero que te guste el japchae.
Me quedé mirándolo como si fuera un fantasma. Me zumbaba el cerebro. El apartamento lo había vuelto a hacer, como con mi tía y Vera. Pero, ?por qué ahora? ?Otra encrucijada?
Iwan frunció el ce?o y me soltó.
—?Pasa algo?
—Yo…
Me di cuenta de que no me importaba. ?l estaba aquí. Yo estaba aquí.
Y fui más feliz de lo que había sido en mucho tiempo.
—Siento —solté—, no haber vuelto.
—?Todo bien con tu apartamento?
—?Qué?
—Con las palomas —dijo.