—Hola —saludé alegremente—. Lo siento, estoy un poco…
Tarde era lo que quería decir, pero las palabras se me cayeron de la boca cuando entré en la sala y vi al hombre sentado a la cabecera de la mesa de conferencias. Había ensayado este momento en el espejo toda la ma?ana: aspecto agradable, arreglado, sonrisa profesional (no sonrías demasiado, no ense?es las encías, actúa como si tu vida también estuviera arreglada). Quizá me reconociera. Tal vez pensara que le resultaba familiar y esbozara esa sonrisa juvenil suya…
Cuando llegué al metro ya lo tenía todo preparado, repasando mentalmente la escena hasta memorizar exactamente qué decir y cómo decirlo.
Y todo ello, en una fracción de segundo, me falló.
Porque el hombre que encabezaba la mesa de conferencias no era el que yo recordaba. Pelo casta?o rizado corto por un lado y más largo por arriba, acentuando su rostro robusto y su mandíbula cuadrada bien afeitada. Había perdido la barba de las fotos de Instagram, pero de alguna manera había ganado la capacidad de dejarme absolutamente sin palabras. Había trozos del Iwan que yo conocía: una pizca de pecas en las mejillas, una nariz fuerte y unos labios suaves.
Inmediatamente recordé cómo se sentían en mí. La forma en que me había mordisqueado la piel, sus manos alrededor de mi cintura…
Mi estómago cayó en picado hasta los dedos de los pies.
Pero a pesar de que todo seguía igual, muchas cosas habían cambiado. Cosas que no podría saber hasta que lo viera en persona. Siete a?os habían afilado sus aristas, habían convertido las camisetas de cuello alargado en una americana ajustada de color gris claro que le ce?ía los hombros con un corte afilado, las Vans en unos zapatos Oxford sensatos, las ojeras de insomnio en unas refinadas patas de gallo, todo su aspecto hecho a medida. Su aspecto desgarbado se había transformado en algo sólido y musculoso, mucho más en forma que el hombre que conocí hacía más de un mes en un extra?o fin de semana de verano. El hombre que me besó, con labios que sabían a tarta de limón, prometiéndome que me seguiría a la luna y de regreso…
Su mirada se dirigió a la mía, sus ojos grises pálidos, agudos y brillantes, me clavaron en el sitio como una polilla en una pizarra de corcho, y sentí que todos los músculos de mi cuerpo se tensaban.
Oh, no, yo estaba en tantos malditos problemas.
Capítulo 19
La propuesta
—Esta es Clementine West —me presentó Drew—. Aunque creo que la conociste por unos segundos el mes pasado.
?El mes pasado…? ?Se había dado cuenta de que era Iwan? ?Mi Iwan? No, no les había contado a Fiona ni a Drew nada concreto sobre él y, además, tenía un aspecto muy distinto al del hombre que había conocido en el apartamento de mi tía.
Entonces se me ocurrió, de repente…
Me lo había encontrado al salir del restaurante. A eso se refería.
—?Clementine…? —preguntó Drew, un poco vacilante.
Volví en mí y sonreí, sin mostrar las encías, con un aspecto agradable, como había ensayado.
—Oh, hola, sí, lo siento. Creo que tuvimos un peque?o encontronazo en el restaurante. Lamento no haber tenido la oportunidad de conocerte apropiadamente.
—No pasa nada, ya podemos volver a vernos —comentó con aquel familiar tono sure?o, no desagradable. A su lado estaba sentada su agente, una mujer llamada Lauren Pearson, que sin duda era una de las mejores del negocio. Aún no me había quitado los ojos de encima, casi como si pensara que iba a desaparecer.
?Estaba tratando de ubicarme? Tenía ese tipo de rostro, en realidad. Alguien que podrías ver en una multitud y casi recordar.
??Tú también me reconoces?? Quería preguntar.
No, no podía. Habían pasado siete a?os. Ni siquiera recordaba mis aventuras de una noche de hacía siete a?os.
?Contrólate, Clementine?.
—Hiciste una buena atrapada con ese postre, si mal no recuerdo —continuó.
—Habría sido una pena llevar el postre fuera del restaurante —respondí, y me senté junto a Drew, situando mi cuaderno frente a mí.
Y entonces ocurrió lo peor de todo, lo que yo había estado temiendo: sonrió, perfectamente recto y perfectamente blanco y perfectamente practicado —como mi sonrisa— y me tendió la mano a través de la mesa.
—Estoy seguro de que te habría quedado impresionante. Soy James, pero James es el nombre de mi abuelo. Mis amigos me llaman por mi segundo nombre, Iwan.
Acepté su mano. Era áspera y cálida, marcada con cicatrices, tantas más de los siete a?os que nos separaban. La última vez que había sentido esas manos, me habían acunado la cara, sus pulgares me habían trazado la mandíbula, con suavidad, como si yo fuera una obra de arte…
—?Cómo clasificarías a tu futuro publicista? ?Cómo un amigo? —le pregunté, y su agente soltó una carcajada.
—?Me gusta! —cacareó.
La sonrisa de James Ashton se torció un poco. Un peque?o desliz en su refinada imagen.
—Ya veremos, Clementine —respondió, y me soltó la mano.
—Clementine es una publicista sénior aquí en Strauss y Adder. Básicamente dirige todo el departamento de publicidad cuando Rhonda no está. El a?o pasado fue reconocida como estrella emergente por Publishers Weekly. No hace falta decir que cualquier libro nuestro está en buenas manos con ella.
—No lo dudo —respondió Iwan-James, y se volvió hacia Drew, y al hacerlo, su cuerpo se movió y se sentó un poco más erguido—. Háblame de Strauss y Adder.
Así lo hizo Drew. Habló de la historia de la empresa, de nuestros autores y de nuestra ética de trabajo. Mientras hablaba apasionadamente del equipo y de cómo podíamos servir mejor a su carrera, utilizando un PowerPoint para mostrar otros lanzamientos de libros y campa?as de éxito a lo largo de los a?os, James hizo preguntas reflexivas sobre cómo le gustaba a Drew editar, qué se esperaba del libro de cocina, el proceso de convertir un borrador en el producto final.
Debía de estar mirándolo fijamente, porque sus ojos —brillantes por la luz del PowerPoint— se desviaron hacia mí. Atrapó mi mirada y la sostuvo durante un latido, dos, mientras Drew respondía a una de las preguntas de Lauren. Sus ojos pálidos eran de un gris perfecto y nublado, como mis días de oto?o favoritos, perfectos para obscenos chai lattes y bufandas gruesas. La forma en que me miraba me hacía arder el estómago.
No me recordaba de aquel fin de semana. Fue hace siete a?os, y había conocido estrellas mucho más brillantes que yo.
Luego volvió a apartar la vista, ante la avalancha de cifras y proyecciones, y asintió a la apasionada presentación de Drew. Por la forma en que hablaba de su trabajo, de sus autores, se notaba que amaba lo que hacía. Le encantaba ayudar a la gente creativa a plantar semillas y ver cómo esas semillas florecían y se convertían en proyectos fascinantes. Se dedicaba sobre todo a las memorias y a la fantasía histórica, pero le encantaba su forma de escribir y sus recetas.