No.
Y —a pesar de su insistencia— esto me daba miedo, pero no porque fuera algo nuevo o espontáneo. Daba miedo porque yo quería, y los West nunca hacían cosas espontáneas. Esa era mi tía. Y sin embargo… aquí estaba yo, tendiéndole la mano.
Fue por el vino. Tenía que serlo.
Una sonrisa se dibujó en sus labios cuando entrelazó sus dedos con los míos y me puso en pie. Me agarró con fuerza, con las puntas de los dedos callosas, y me hizo girar en la cocina. Me tambaleé un poco —bailar no era mi fuerte—, pero a él no pareció importarle. Encontramos el ritmo, una de sus manos sujetaba la mía y la otra se posaba en la parte baja de mi espalda. Su suave tacto me hizo jadear involuntariamente.
Rápidamente apartó la mano.
—Lo siento, ?es demasiado bajo?
?Sí. Y esto es demasiado. No bailo en cocinas con desconocidos?, quise decir, con todas las excusas acumulándose en mi garganta, pero al mismo tiempo yo también quería estar más cerca. Era tan cálido, y su tacto tan ligero y tierno, que me hizo desear que me sujetara con más fuerza, firme y seguro como sujetaba sus cuchillos.
Yo no era así. Y sin embargo…
Le devolví la mano a la parte baja de la espalda, para su sorpresa, y fijé la mirada en su barbilla en lugar de en sus ojos, intentando que no se me ruborizaran las mejillas. Pero eso solo significaba que aún podía ver la sonrisa torcida que se extendía por sus labios, y cuando me acercó más a él, nuestros cuerpos apretados, mi piel se sintió eléctrica. Era sólido y cálido, y la música era anhelante, y mi corazón martilleaba con fuerza en mi pecho.
Nos mecíamos en la desordenada cocina verde azulado de mi tía al son de una canción sobre el desamor y los finales felices, y era tan tentador dejarme llevar. Por primera vez en lo que parecía una eternidad.
—?Ves? —susurró, con su boca contra mi oreja—. Algo nuevo no siempre es tan malo.
La última nota de violín cantó a través de los conductos de ventilación, y el momento terminó. Volví en mí con una certeza repentina y aplastante. Lo pensara como lo pensara, esto no podía ni debía acabar bien.
Lo solté y di un paso atrás, limpiándome las manos en los vaqueros. Sentí que se me hacía un nudo en el estómago. La cálida sensación que sentía en el centro se volvió gélida.
—Yo… —me tragué el nudo de la garganta— creo que te has hecho una idea equivocada.
Capítulo 9
Primeras impresiones
Me miró confuso.
—?Sobre qué?
?Hacía calor aquí, o era solo yo?
—No creo que… esto… —Tenía que decirlo. Trazar la línea, porque era muy necesario trazarla—. No voy a acostarme contigo —solté.
Levantó las cejas, sorprendido. Se ruborizó rápidamente y se ahogó con su propio aliento.
—No, no, está bien. No pensaba que lo harías, Lemon.
—Oh. Bueno. —Desvié la mirada. Me sentí avergonzada. Una tonta. Miré a cualquier parte (a todas partes) menos a él—. Solo para que quede claro, entonces.
—Por supuesto —respondió, recuperándose rápidamente—. Siento si te he dado esa impresión.
—?No lo hiciste! Es que no creo que sea buena idea. Tú te quedas en casa de mi tía, yo también me quedo aquí… —Siete a?os en el futuro, a?adí en mi cabeza—. Es que no quiero complicar las cosas. Lo siento —a?adí, porque yo no hacía esto. Por varias razones, pero sobre todo porque era muy guapo, y me sentía muy atraída por él, y ése era el tipo de sorpresa que no me esperaba. Ah, y nos separaban siete a?os.
Nada bueno podría salir de esto.
Regla número dos, me recordé a mí misma.
Recogí nuestros platos y los deposité en el fregadero, como debería haber hecho en lugar de bailar con él. Fue un error. Encima de nosotros, la se?orita Norris se abría camino a través de un Sondheim. Tomé una esponja.
Iwan dio un respingo y se levantó de la silla.
—No tienes que…
—Tú cocinaste —le dije, haciéndole se?as para que volviera a sentarse—. Yo limpio. Esa es la regla.
—?Y si quiero practicar un poco para mi futuro trabajo de lavaplatos?
—Si eres tan malo —dije, dejando correr el agua un rato hasta que se calentó—, entonces odio decirlo, pero puede que tengas que empezar a buscar una nueva profesión.
Se burló de un grito ahogado.
—?Grosera!
—Veraz. —Puse los platos en el fregadero y me volví completamente hacia él—. La cena fue encantadora, Iwan. Gracias. Casi no me arrepiento de no haberte echado del apartamento. —Se quedó con la boca abierta mientras yo sacaba unas mantas del armario de la ropa blanca. Todavía me miraba perplejo cuando volví con dos almohadas y un afgano bajo los brazos.
—?Casi? —preguntó.
—Alguien tiene que dormir en el sofá —respondí, y decidí que sería yo.
Se puso en pie de un salto.
—Absolutamente no.
—No me vengas con la mierda de ?eres una chica, así que te mereces la cama?, por favor. Los roles y estereotipos de género no son lo mío.
—No lo hago, saco la carta de ?Hay una cama perfectamente buena ahí y ambos somos adultos?. —Puso las manos en las caderas, como si posando como un padre pudiera hacerme obedecer.
Abrí la boca, pero entonces me miró de un modo que me dijo que lo pusiera a prueba si me atrevía.
Murmuré:
—Pareces un padre a punto de entrar en una reunión de padres y profesores.
—Incluso podemos poner una almohada entre nosotros —continuó, ignorándome—. Realmente no quieres dormir en el sofá, ?verdad? Y seguro que no me dejas…
No, no lo haría.
—Solo… lo pensaré mientras lavo los platos —a?adí cuando fue a discutir de nuevo, pero entonces levantó las manos en se?al de derrota y se retiró para ir primero al ba?o.
El caso es que no se equivocaba. Los dos éramos adultos y en el dormitorio de mi tía había una cama matrimonial en perfecto estado en la que podíamos dormir los dos. El sofá no le hacía ningún favor a nadie; de todos modos, siempre había sido más para mirar que para desmayarse. Pero eso no significaba que tuviera que gustarme.
Tomé por fin mi chocolate de la mesa, lo desenvolví y me lo metí en la boca. Alisé el envoltorio de papel de aluminio. ?Tu futuro está aquí?, decía.
Mentiras.
Puse toda mi frustración en lavar nuestros platos y vasos y en limpiar. Me zumbaba la cabeza por las copas, pero los últimos minutos me habían despejado bastante. Bebí un vaso de agua y me tomé dos Advil, y mientras me dirigía a la habitación de mi tía para sacar un pijama de los que tenía guardados en su armario, Iwan abrió la puerta del ba?o y salió.
Me quedé helada.
Porque estaba mirando fijamente su pecho desnudo. No es que nunca hubiera visto a un hombre con el pecho desnudo, es que me sorprendió un poco. Tenía tatuajes, todos de líneas negras en estilos similares, esporádicamente por todo el cuerpo. Además de los de los brazos, tenía otro en la caja torácica y otro a la izquierda del ombligo. Y justo debajo de la clavícula tenía una marca de nacimiento en forma de luna creciente.