The Seven Year Slip

Enarcó una sola ceja exasperante.

Saqué el contenido de su bolsillo trasero izquierdo y me alejé rápidamente de él. Mientras retrocedía, reconocí la llave del apartamento de mi tía. Sabía que era suya porque estaba en un peque?o llavero que compró en el aeropuerto de Milán hace a?os, cuando fuimos después de mi graduación en el instituto. Creía que esa llave se había perdido. Y con ella había una nota, doblada en forma de grulla de papel.

Lo desplegué.



Iwan,

?Es tan bonito que esto pueda funcionar! Saluda a tu madre de mi parte y asegúrate de revisar el buzón todos los días. Si Mother y Fucker pasan por la ventana, no la abras. Mienten. Espero que disfrutes de Nueva York, es preciosa en verano, aunque un poco calurosa. ?Ta-ta!

xoxo, AC

(P.D. Si ves a una anciana deambulando por los pasillos, por favor, se amable y envía a la se?orita Norris de vuelta al G6).

(P.P.D.: Si viene mi sobrina, dile a Clementine que me subarrendarás este verano. Recuérdale lo de los veranos en el extranjero).



Me quedé mirándola más tiempo del necesario. Aunque tenía innumerables tarjetas de cumplea?os, de San Valentín y de Navidad suyas guardadas en mi joyero del dormitorio, ver nuevas palabras encadenadas con su escritura en bucle hacía que se me estrechara la garganta. Porque creía que nunca vería más combinaciones.

Era una tontería, sabía que era una tontería.

Pero quedaba un poco más de ella que antes.

?Veranos en el extranjero…?

El desconocido me sacó de mis pensamientos cuando dijo, muy seguro de sí mismo: —?Ahora todo tiene sentido?

Apreté la mandíbula.

—No, en realidad.

Su bravuconería flaqueó.

—… ?No?

—No. —Porque la se?orita Norris falleció hace tres a?os, y una joven pareja se mudó a su apartamento y tiró todas sus cajas de música antiguas y su violín, ya que no tenía a nadie a quien dárselos. Mi tía quiso salvarlos, pero antes de que pudiera, se arruinaron en la acera bajo la lluvia—. No sé qué crees que significa subarrendar, pero no significa que puedas entrar a bailar el vals cualquier verano.

Sus cejas se fruncieron con irritación.

—?Cualquier verano? No, acabo de hablar con ella la semana pasada…

—No es gracioso —espeté, abrazando contra mi pecho la cara con lentejuelas de Jeff Goldblum.

Parpadeó y asintió lentamente.

—Está bien… déjame recoger mis cosas, y me iré, ?de acuerdo?

Intenté no parecer demasiado aliviada mientras decía: —Bien.

Dejó caer las manos y se volvió silenciosamente hacia el dormitorio de mi tía. Dentro, esperaba ver mi cama completa sobre su estructura de metal negro de IKEA, y en su lugar vislumbré una manta que no había visto desde que la había empaquetado hacía seis meses. Aparté rápidamente la mirada. Parecía esa manta. En realidad no lo era.

Se me oprimió el pecho, pero traté de contener la sensación. ?Ocurrió hace casi seis meses?, me dije, frotándome el esternón. ?Ella no está aquí?.

Cuando empezó a recoger, me di la vuelta y me puse a pasear por el salón; siempre me ponía a pasear cuando estaba nerviosa. El apartamento era más luminoso de lo que recordaba, la luz del sol entraba por los grandes ventanales.

Pasé junto a una foto en la pared: una de mi tía sonriendo frente al teatro Richard Rodgers la noche del estreno de El corazón importaba. Sabía que la había quitado cuando me mudé la semana anterior. Estaba guardada, junto con el jarrón que ahora estaba sobre la mesa y los coloridos pavos reales de porcelana del alféizar de la ventana que había comprado en Marruecos.

Y entonces me fijé en el calendario de la mesita. Hubiera jurado que lo había tirado, y sabía que la tía Analea había dejado de llevar la cuenta de los días, pero no desde hacía siete a?os…

—Bueno, creo que esas son todas mis cosas. Dejaré la compra en la nevera —a?adió con una mochila al hombro mientras salía de la habitación de mi tía, pero apenas me fijé en él. Sentí una opresión en el pecho.

Apenas podía respirar.

Siete a?os: ?por qué el calendario estaba con la fecha de hace siete a?os?

?Y dónde estaban mis cosas? ?Las cajas que aún no había desempaquetado y que estaban en un rincón? ?Y los cuadros que había colgado en las paredes?

?Había movido mis cosas? ?Las había puesto en algún sitio para fastidiarme?

Se detuvo en el salón.

—?Estás… bien?

No. No, no lo estaba.

Me senté en el sofá y apreté tanto los dedos alrededor de la cara de Jeff Goldblum que las lentejuelas empezaron a arrugarse. Empecé a fijarme en las peque?as cosas, porque mi tía nunca cambiaba nada de su piso, así que cuando algo desaparecía o cambiaba, era fácil darse cuenta. Las cortinas que había tirado hacía tres a?os después de que un gato que trajo de la calle se meara en ellas. La vela de Santa Dolly Parton sobre la mesa de centro que prendió fuego a su bata de boa de plumas, ambas tiradas por la ventana. La manta con la que me tapé anoche y que debería haber guardado en una caja en el armario del vestíbulo.

Había tantas cosas que ya no estaban aquí.

Incluido…

Mis ojos se posaron en el sillón con respaldo del color de un huevo de petirrojo. El sillón que ya no estaba allí. Que no debería estar ahí. Porque… porque estaba donde…

—Mi tía. ?Dijo a dónde fue? —pregunté, con la voz temblorosa, aunque ya lo sabía. Si fue hace siete a?os, ella estaría…

Se frotó la nuca.

—Um, ?creo que dijo Noruega?

Noruega. Huyendo de las morsas, haciendo fotos de los glaciares y buscando billetes de tren a Suiza y Espa?a, con una botella de vino a?ejo que había comprado en la tienda de la esquina, enfrente de nuestro hostal.

Manchas negras empezaron a devorar los bordes de mi visión. No podía respirar profundamente. Sentía como si tuviera algo atascado en la garganta, y no había suficiente aire, y mis pulmones no cooperaban, y…

—Mierda —susurró, dejando caer su mochila—. ?Qué pasa? ?Qué puedo hacer?

—Aire —jadeé—. Necesito… necesito aire fresco… necesito…

Irme. Para no volver jamás. Vender este apartamento y mudarme al otro lado del mundo y…

En dos zancadas, se acercó a la ventana.

Alarmada, negué con la cabeza.

—?No, no…!

La abrió de par en par.

Lo que vino después fue algo sacado de Los pájaros de Alfred Hitchcock. Porque mi tía se esmeraba en poner nombre a todo lo que adoptaba. ?La rata que vivió en sus paredes durante unos a?os? Wallbanger. ?El gato que adoptó y que se meaba en las cortinas? Free Willy. ?La generación de palomas que se posó en el aire acondicionado desde que tengo memoria?

Dos manchas grises y azules entraron en el apartamento con salvajes graznidos.

—Cabrón…

El hombre gritó, protegiéndose la cara.

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