ángeles en la nieve

—Gracias —dice, y luego se echa al suelo de rodillas y junta las manos, como si implorara ayuda—. Soy inocente, por favor, ayúdame, por favor —repite sin cesar.

Hago caso omiso, cierro la portezuela y subo a mi despacho. Llamo a Jorma para preparar el funeral de Heli y luego repaso mi correo electrónico. Un golpe de suerte. La Interpol me ha enviado una foto de la ficha de Abdi Barre, de cuando estaba en la Sorbona. Tiene veintiséis a?os de antigüedad, pero el hombre de la fotografía se parece muy poco al hombre que dice ser el doctor Abdi Barre en Finlandia. Lo último que saben en la Sorbona de él es que practicaba la Medicina en el Karaan Hospital, al norte de Mogadiscio. En realidad, más que un hospital era un complejo de casas convertidas en un centro de cirugía de emergencia para los heridos de guerra. Las últimas noticias del doctor Barre se remontan a 1990.

Dado que en Somalia no hay ningún departamento al que pueda dirigirme, pienso en quién podría seguirle el rastro al doctor Barre. Si murió, quizá su muerte quedara registrada en algún lugar. El asesinato de un médico que trata a civiles podría clasificarse como crimen de guerra. Finlandia es miembro de la Unión Europea, y la cooperación internacional entre los departamentos de Policía de la Unión funciona. No obstante, la UE no tiene jurisdicción sobre los criminales de guerra. Es competencia del Tribunal Internacional de La Haya.

Cuando llamo a La Haya, me pasan de un teléfono a otro. Al cabo de un rato, hablo con un funcionario de a pie que me explica que hace a?os que se habla de celebrar causas por el genocidio de Somalia, pero que aún no se ha hecho nada. Ni siquiera han elaborado una lista oficial de sospechosos, así que mucho menos un registro de víctimas. Le pregunto por qué no. No sabe qué responder.

Cuando los serbios cometieron el genocidio de los Balcanes, el Tribunal de La Haya se tomó en serio los juicios a los criminales de guerra, y aún sigue buscándolos. El mensaje está claro: los europeos consideran que sus vidas tienen un gran valor, pero no así las de los africanos. Le pregunto si hay alguna agencia que pueda haber elaborado una lista de víctimas. Me dice que la Comisión de Derechos Humanos hizo un seguimiento de la violencia en Mogadiscio durante aquellos a?os y me sugiere que les consulte a ellos.

Llamo a la CDH y hablo con una mujer muy solícita. Le doy el a?o y el nombre del hospital y consulta su registro. No hay listados de víctimas, pero algunos médicos del personal de Médicos Sin Fronteras colaboraron en urgencias médicas. Tiene una lista de médicos de MSF que estuvieron allí y dice que me puede enviar un correo electrónico con su información de contacto. Dos minutos más tarde me llega. Una de las médicas es finlandesa. La llamo.

Sí, recuerda a Abdi Barre, su muerte fue muy triste. Las primeras semanas de dura lucha, era frecuente que los soldados armados trajeran a sus compa?eros heridos al hospital. Dictaban el orden en que había que tratar a los heridos y obligaban a los médicos a operar con una pistola apoyada en la cabeza. Los propios guardaespaldas del presidente, los boinas rojas, conocidos por sus torturas, le aplicaron ese tratamiento al doctor Barre. Cuando se le murió un paciente en la mesa de operaciones, se lo llevaron al exterior, llenaron un neumático con gasolina, se lo colocaron alrededor del pecho y de los brazos y lo quemaron vivo.

Se me ocurre que quizás un boina roja le quitara el pasaporte antes de que lo mataran y que lo usara para salir del país. Control de pasaportes me ha enviado la imagen del hombre que dice ser Abdi Barre. Se la envío por correo electrónico mientras hablamos y le pregunto si puede identificar a la persona de la foto. Lo siente, pero el momento fue tan intenso, había tal caos y confusión, que no podría identificar a ninguno de los asesinos ni aunque se los pusieran delante. Le agradezco su ayuda.