ángeles en la nieve

Quiero a Kate muchísimo. A veces me gustaría poder meterme dentro de ella, convertirme en parte de ella, fluir por sus venas, sumergirme en su sangre. Ojalá pudiera decírselo.

Suena mi teléfono móvil. Es el comisario superior, así que respondo. Me dice que han registrado la residencia de Seppo en Helsinki. En un ordenador han encontrado una serie de archivos de crímenes reales descargados de Internet. También han encontrado un ejemplar de La Dalia Negra, la novela de James Ellroy basada en el asesinato de Elizabeth Short, y también un vídeo de la película basada en el libro. Le cuento a Kate lo que ha dicho.

—No vas a parar, ?verdad? —pregunta.

No respondo.

—No puedes, ?verdad?

Sacudo la cabeza.

Suspira y me coge la mano. Nos quedamos sentados, en silencio, unos minutos.

—Cuando todo acabe, yo estaré aquí —decide—. Y te ayudaré a recuperarte.

Me doy cuenta de que sé cómo acabar con esto. Sé que es irresponsable y que no debería hacerlo, pero también estoy seguro de que voy a hacerlo igualmente. Me meto en la sauna para estar solo, para evitar la tentación de decirle a Kate lo que tengo intención de hacer.





33


A la ma?ana siguiente, me pongo un suéter y calcetines de lana y salgo al porche a fumar. El tiempo se ha vuelto siberiano de pronto y el frío es doloroso, como si alguien me estuviera lanzando cuchillas a pu?ados en la cara. Estoy a punto de volver adentro. El termómetro marca cuarenta bajo cero, como hace una semana, cuando mataron a Sufia, pero ahora el frío cortante viene acompa?ado de un viento que lo hace casi imposible de soportar. Cuando acabo el cigarrillo, tengo las orejas entumecidas y ardiendo.

Tengo que asistir a dos funerales. Me pongo un traje negro y un abrigo de lana largo encima. Mi sombrero de vestir es de piel de zorro. Despliego las orejeras y me preparo para un día desagradable y gélido.

Ya en comisaría, saco a Seppo de su celda, lo llevo a mi despacho y llamo a Valtteri. Seppo tiene mal aspecto, pero no llora ni suplica, y su falta de emociones me sorprende. Sospecho que ha sufrido tanto que se ha quedado insensible por dentro. Sirvo café para todos y nos sentamos alrededor de mi mesa. Seppo y yo encendemos sendos cigarrillos.

—Seppo, a menos que algo cambie, van a acusarte de doble homicidio —le comunico.

—Lo sé —dice, sin cambiar de expresión.

—Tanto tu novia como tu esposa van a ser enterradas hoy. Sufia a las once de la ma?ana. Heli a las cuatro de la tarde.

Asiente.

—Yo no sé si las mataste o no. ?Quieres confesar y hacer las cosas más fáciles? Si lo haces, te rebajarán la condena y aún te quedarán unos cuantos a?os que disfrutar cuando salgas.

él bebe de su café. Cuando responde, su tono de voz no cambia. Podríamos estar hablando de lo que vamos a tomar para almorzar.

—Yo no las maté.

—?Quién lo hizo, entonces?

—No lo sé.

—Si lo que me dices es cierto, quiero ayudarte, no porque me preocupe lo que te suceda, sino porque quiero que se haga justicia. ?Lo entiendes?

—Sí.

—Tengo una idea. Es arriesgada, pero si estás de acuerdo, lo intentaremos.

Da una calada a su cigarrillo.

—?De qué se trata?

Le explico lo que he averiguado de Abdi Barre.

—El padre de Sufia cree que tú la mataste. Yo creo que él mató a Heli para vengarse de ti. En mi opinión, si tiene ocasión, intentará matarte.

él levanta las cejas, primera muestra de emoción.

—?Quieres dejar que intente matarme?