ángeles en la nieve

—Voy a contarle que, aunque creo que tú mataste a Sufia, no puedo probarlo, y que si él no mata al hombre que primero deshonró y luego asesinó brutalmente a su hija es decir, a ti, tendré que dejarte en libertad, que nunca recibirás castigo alguno por lo que hiciste. Le contaré que sé que no es quien dice ser y que mató a Heli. Le voy a soltar que me alegro de que lo hiciera porque lo que dicen los periódicos es cierto: yo la odiaba y te odio a ti por lo que me hiciste. Le diré que deseo tu muerte y que quiero que él te mate. Y le voy a dar la ocasión de hacerlo. Le diré que haremos que parezca que te has suicidado.

—La idea es sacarle una confesión —le digo a Valtteri—, y necesito tu ayuda. Me llevaré a Seppo al lago donde mataron a Heli, y le diré a Abdi que vaya allí. Quiero que te ocultes con tu ropa de camuflaje de invierno del ejército, entre los árboles. Yo llevaré un micrófono. Tú lleva el equipo de grabación y una cámara de vídeo. Y un rifle, por si las cosas se ponen mal. Yo obtengo la confesión, tú la grabas y detenemos a Abdi.

Parece confuso, inseguro.

—Lo siento —a?ado—, pero creo que tanto tú como yo sabemos que Heikki y Heli mataron a Sufia. Lo que no sabemos es si Seppo mató a Heli. Si Abdi confiesa el segundo asesinato y las nuevas pruebas forenses desvinculan a Seppo del primero, como creo que sucederá, podrá salir en libertad y se habrá hecho justicia.

Me recuesto en mi silla y los miro a los dos.

—?Qué os parece?

—?De verdad me odias? —pregunta Seppo.

—Tú no me importas una mierda.

—?Y cómo sé que no me vas a llevar allí y dejarle que me mate?

—Nada sería más fácil —respondo, encogiéndome de hombros—. Podría decir que te escapaste mientras te llevaba al funeral de tu esposa y que no sé nada de ti desde ese momento. Puedes arriesgarte con el juicio o conmigo. Para mí es más fácil si te acusan de doble asesinato. En cualquier caso, liquido el tema hoy mismo.

—?Qué pasa si el padre de Sufia no pica el anzuelo?

—Vas a la cárcel.

Seppo se me queda mirando un buen rato. A lo mejor sigue pensando que yo maté a Sufia y a Heli, y que ahora quiero acabar con él.

—De acuerdo.

—Si funciona —advierte Valtteri—, cuando se sepa cómo lo hemos hecho, nos caerá una reprimenda por actuación irresponsable. Podríamos incluso perder el trabajo.

—Es cierto.

—Pero podríamos solucionar todo el asunto hoy mismo —a?ade—, pasar página para siempre.

—Exactamente.

Por primera vez desde la muerte de su hijo, veo sonreír a Valtteri.

—Me gusta —decide.

A las once voy al cementerio. Encuentro a la madre de Sufia, Hudow, en un extremo, sola. Está temblando de frío en la oscuridad, junto a una tumba abierta con una modesta lápida. Yo me he criado en este lugar e incluso para mí este tiempo es una tortura. No puedo imaginarme lo duro que debe de ser para ella. Le doy mi pésame por la muerte de su hija.

—Contenta que usted ha venido. Gracias.

—?Dónde están los demás? —pregunto.

—Abdi viene. él explica —responde, conteniendo el llanto.

Hace demasiado frío para cualquier forma de vida, humana o de otro tipo. Aparte del sonido del viento y de la nieve que cruje bajo nuestros pies, el cementerio está en silencio. No canta ningún pájaro, no se mueve ningún animal. Los ojos me lloran y las lágrimas se me congelan antes de que puedan caerme por las mejillas. Me limpio el hielo con la mano enfundada en un guante. El viento es cortante, me hace da?o en la cara, que se me está quedando insensible. El viento en esta parte del país casi nunca es tan intenso. Me parece un mal presagio. Una rama congelada se rompe y cae de un árbol. El ruido me sobresalta.

Se acerca un coche fúnebre. Abdi sale del interior y me hace una se?a. No me tiende la mano, pero hace una leve reverencia.

—Gracias por venir —me dice—. Todo el que asiste a un janazah, un funeral musulmán, hasta el final se gana un qirat, y quien se queda hasta el entierro se gana dos qirats —me explica, con una sonrisa fatigada—. Un qirat es una recompensa grande como una monta?a.

—Gracias por permitirme asistir —respondo—. Lamento su pérdida.