ángeles en la nieve

Cogemos un coche patrulla y me pongo al volante. Está nevando mucho, tenemos el viento de cara y nos llena el parabrisas de nieve. La cabeza aún me duele del whisky, todavía tengo la boca pastosa. La resaca lo magnifica todo: el chirrido de las ruedas aplastando la nieve de la carretera, el ruido mecánico de los limpiaparabrisas. Las luces penetran en la oscuridad, iluminando la nieve que cae, y el brillo me ciega. Incluso el silencio entre Valtteri y yo parece amplificarse.

Va en el asiento del acompa?ante, repiqueteando sobre el salpicadero con unos dedos que tienen todas las u?as mordisqueadas. Aprieta los dientes y se muerde el labio. Dudo de que se dé cuenta de que está haciendo alguna de esas cosas. Veo mi imagen reflejada en el retrovisor y apenas me reconozco. No puedo evitar pensar que, en nuestro estado actual, no valemos ni para empleados de la perrera, mucho menos para hacer de agentes de la ley. Pero he llevado a cabo suficientes investigaciones criminales como para saber que ésta está a punto de acabar. Muy pronto, Valtteri y yo podremos descansar, quizás incluso a tiempo para celebrar la Navidad. Cuando le quiten el yeso a Kate, me la llevaré a algún lugar cálido de vacaciones, quizás a la Costa del Sol. Puedo compensarla. Dejaremos todo esto atrás.

La imagen del cuerpo calcinado de Heli me atraviesa la mente una y otra vez; me produce escalofríos. La coincidencia de que mi hermana y mi ex mujer hayan muerto a unos metros la una de la otra parece demasiado grande como para pasarla por alto. Me pregunto quién podría acordarse de la muerte de Suvi, que ocurrió hace treinta a?os, y quién podría odiar a Heli tanto como para no limitarse a matarla, para haber querido destruirla con el fuego. Sólo unos cuantos viejos que participaron en el rescate del cuerpo de Suvi podrían recordar dónde murió. Y papá. él estaba en aquel mismo punto del lago hace sólo unos días. Tiene problemas emocionales y un pronto violento, pero nunca pensé que le importara un comino que Heli me dejara. Nunca tuvo cabida en él el dolor de los demás.

Recuerdo la reticencia de Valtteri cuando le dije que fuera a enterarse de dónde estaba papá en el momento del asesinato de Sufia. Me duele pensarlo, pero quizás estemos equivocándonos siguiendo la pista de Seppo y Peter. Tengo que preguntárselo:

—?Sabes algo de mi padre que no me hayas contado?

Me mira con cara de palo, no puedo leer nada en sus ojos.

—He vivido en este pueblo toda la vida y soy policía. Sé muchas cosas sobre la gente.

—?Hay algo que yo debería saber?

—Algunas cosas es mejor olvidarlas —responde, con un suspiro—, a veces las cosas que duelen es mejor no saberlas nunca.

Me da miedo, pero insisto:

—?Hay algo sobre mi padre que yo no sepa y que tenga que ver con estos asesinatos?

él sacude la cabeza con indulgencia, como perdonándome por la tontería.

—No.

—Al principio de todo esto me dijiste que no deberíamos investigar a la familia, como si intentaras protegerme.

—Dije que no deberíamos perder el tiempo investigando a la familia cuando sabemos que son inocentes.

Evito precisar que Heikki no era inocente.

—?Si hubiera algo me lo dirías?

él sigue mirando hacia delante.

—No estoy seguro.

Pasa el tiempo.

—?Crees en Dios? —me pregunta.

—Sí —respondo. Es la primera vez que hablamos de religión.

—Mi fe dice que lo que hizo mi hijo Heikki, cometer un asesinato y suicidarse, le condena al Infierno sin esperanza de redención. ?Tú crees en eso?

Ojalá pudiera encontrar palabras para consolarle, pero no las tengo. Le respondo lo mejor que puedo:

—Creo que Dios es perdón, y siempre hay esperanza de redención. Si Heikki pidió se arrepintió en sus últimos pensamientos, creo que lo recibiría.