ángeles en la nieve

Se sienta al borde del catre de metal, hunde la cara en las manos y estalla de nuevo en llanto.

—No me hagas esto, no es justo...

?Quién podría ser tan buen actor? Me siento a su lado y le doy un cigarrillo.

—No te odio, y no le hice nada a Heli. Y si tú no lo has hecho, demostraré tu inocencia.

Se sorbe la nariz y levanta la vista.

—?Me lo prometes?

—Sí, te lo prometo. —Es como hablar con un ni?o de tres a?os.

—Dime qué le ha pasado.

No sé si me está tomando el pelo, pero le observo mientras escucha: el detallado relato que le hago del crimen me da la ocasión de evaluar su reacción. Se lo cuento todo. No deja de llorar mientras hablo.

—No sé por qué crees que yo iba a matar a Heli... o a Sufia. No soy una persona violenta. Hasta ahora, que te he saltado encima, nunca me he peleado con nadie, ni siquiera de ni?o. No sabría cómo hacerle da?o a nadie ni aunque quisiera, como acabas de ver.

Pienso en interrogarle y acusarle de conspiraciones sexuales y líos homosexuales, o del asesinato de Heli para librarse del chantaje y tapar el asesinato de Sufia. Pero se echará a llorar otra vez. Decido investigar algo más antes de seguir presionándole.

—?Por qué te casaste con Heli después de tanto tiempo?

—Ella quería casarse desde hacía mucho tiempo. Me dijo que si me casaba con ella, mi imagen mejoraría en caso de que tuviera que ir a juicio por el asesinato de Sufia. Dijo que se lo debía por haber tenido un lío de faldas y haberla humillado. Sobre todo lo hice para hacerla feliz. La quería. No me di cuenta de cuánto hasta que pasó esto de Sufia y recibí su apoyo. Otra mujer me habría dado la espalda.

Se me pasa por la cabeza que, si iba a matar a Heli, hubiera resultado más sencillo hacerlo antes de casarse, en vez de prenderle fuego dos días después de la boda.

—?Tienes idea de por qué podrían haber querido matar a Heli?

Sacude la cabeza.

—No creo que tuviera ningún enemigo en el mundo. Heli podía ser una bruja a veces, pero no era una persona que se granjeara el odio de la gente. La única excepción eras tú. ?Me juras que no la has matado?

—Sí, te lo juro.

Se queda en silencio, pensativo.

—?Tengo que quedarme aquí?

—De momento.

—?Cómo se supone que me voy a ocupar de ella?

—?Qué quieres decir?

—Soy su marido. Tengo que ocuparme de su funeral.

—Te traeré el móvil.

Vuelve a echarse a llorar, gimiendo con fuerza, y me apoya la cabeza en el hombro. En todos mis a?os como agente de Policía, creo que es el momento más ridículo que he vivido nunca.

—Tú también la quisiste, ?verdad, Kari?

No me gusta que me llame por mi nombre.

—Hace mucho tiempo.

—?Querrías ocuparte en mi lugar? Yo no me veo con fuerzas. Si no es por mí, hazlo por ella, por el amor que un día le tuviste.

Una vez más, no sé de qué me habla.

—?Hacer qué?

—Ocuparte de su funeral.

—?Me hablas en serio?

—Por favor, te lo ruego. Busca lo mejor. No me importa lo que cueste.

Mi sensación de ridículo se multiplica. Me quitó a mi esposa en vida y quiere devolvérmela en la muerte.

—Claro, no hay problema.

Lentamente levanta la cabeza de mi hombro, me mira con intensidad, como si fuéramos hermanos que acaban de perder a un familiar.

—Gracias.

Lo dejo solo con su dolor.

Voy a mi despacho y llamo a Esko, el forense.

—Háblame de la autopsia.

él duda, quizás intentando buscar el modo de suavizar las cosas. Que la gente se preocupe tanto de mis sentimientos empieza a cansarme.

—?Hasta dónde quieres saber?

—Quiero saber todo lo que sea necesario.

—En cuanto al examen forense, no encontré nada que te pueda ayudar.

—?Estaba tan consumida que no has podido encontrar nada?

—No, a pesar de su aspecto externo, el cuerpo estaba en buen estado. Sus órganos internos estaban relativamente intactos.

—Parecía que estaba carbonizada. ?Cómo puede ser?