ángeles en la nieve

—No te estoy criticando. Sólo opino que enterrar a tu hijo un día y venir a trabajar al siguiente es demasiado. Deberías quedarte en casa.

—?Para qué? ?Para sentarme en el sofá con mi mujer y llorar?

Eso es exactamente lo que pienso.

—Deberías quedarte en casa con Maria unos días. Ella te necesita.

—Yo no puedo ayudarla y ella no puede ayudarme a mí. Me dijiste que volviera al trabajo y aquí estoy.

Cojo una silla, me siento a su lado y le pongo una mano en el hombro.

—Estoy intentado hablarte como amigo. ?Te has mirado al espejo hoy?

Aparta mi mano con la suya.

—Deberías mirarte tú al espejo. Tienes el aspecto de un cubo de mierda sin el cubo. Anoche viste a Heli, una mujer con la que pasaste muchos a?os, muerta y quemada, y has venido a trabajar. Si yo no tengo que estar aquí, tú tampoco. O nos quedamos los dos, o nos vamos los dos a casa.

Se comporta de un modo extra?o, pero sus argumentos son lógicos. Quizás el trabajo sea la terapia que necesita.

—?Se ha ido Antti a dormir? —pregunto.

—Sí, y Jussi ha respondido a una llamada, un accidente de coche. Estamos solos tú y yo.

—?Ya has hablado con Seppo?

—No.

—Veré si quiere confesar. Si no, vamos a detener a Peter Eklund.

Valtteri asiente y vuelve a fijar la mirada en su mesa.

Bajo y abro la portezuela de la celda de Seppo. él se me queda mirando desde el otro lado.

—Supongo que te crees de lo más gracioso —me espeta—, sacándome de casa en plena noche y arrestándome de nuevo.

—Extiende las manos para que pueda esposarte.

Ya ha aprendido el movimiento, me deja esposarle y se retira al entrar yo. Lleva su propia ropa, así que no tiene un aspecto tan ridículo como la última vez que nos encontramos en esta celda.

—?Por qué me has hecho esto? —pregunta—. Creí que habíamos arreglado las cosas entre tú y yo.

—Yo también, pero eso fue antes de que mataras a tu esposa.

Ladea la cabeza con aspecto de no entender.

—?De qué estás hablando?

Aún no tengo claro si Seppo es un buen actor, más listo de lo que parece, o si realmente es el imbécil profundo por el que lo tengo. Intento soltarle un cebo para que confiese.

—Es de lo más tonto matar a tu esposa seis días después de asesinar a tu novia. Y aún más tonto usar el mismo vehículo. Sólo faltaba que te colgaras un cartel del cuello diciendo: ?Envíenme a la cárcel y tiren la llave; soy culpable de un doble asesinato?.

Sacude la cabeza como un perro empapado.

—No lo pillo.

—Heli está muerta. Han llenado la rueda de recambio de tu BMW con gasolina, se la han puesto alrededor del pecho y los brazos y le han prendido fuego. Ha quedado hecha un gui?apo, cubierta de hollín, con la cara y el pelo calcinados, sentada en el hielo, en un charco de mierda.

él parpadea, mira a su alrededor, vuelve a parpadear, vuelve a mirar alrededor y luego un ruido quejumbroso le sale de la garganta y se lanza hacia mí. Me sorprende tanto que consigue pasarme las manos esposadas alrededor del cuello y tirarme al suelo. Si yo no fuera mucho más grande y fuerte que él, me habría matado. Consigo quitármelo de encima e inmovilizarle los hombros contra el suelo de cemento con las rodillas. Se agita y forcejea, intenta librarse de mí. No puede y se rinde; se queda inmóvil, con el rostro cubierto de lágrimas y no para de decir: —Hijo de puta, hijo de puta...

Espero un rato.

—?Crees que podrás controlarte?

No dice nada. Dejo que se levante.

Se limpia la nariz con la manga.

—?Cómo has podido odiarla tanto como para matarla?

Tardo un segundo en pillarlo.

—?Por qué crees que yo la maté?

—Han pasado trece a?os. Te hice da?o, pero ?por qué has tenido que esperar todo este tiempo para quitármelo todo? Primero a Sufia; ahora a Heli. Querías enviarme a la cárcel de por vida por algo que no he hecho. No es justo.

El cree —o quiere que yo crea que cree— que yo he cometido dos homicidios para vengarme de él. Estoy impresionado.

—No puedes hablar en serio.