ángeles en la nieve

Niego con la cabeza.

—Estás cometiendo un error.

—Es lo que tengo que hacer.

—No te lo he dicho porque ya estabas muy afectado, pero he visto un reportaje en la BBC sobre el asesinato. Te presentan como un policía corrupto que abusa de su autoridad. Han planteado la cuestión de si realmente eres un héroe condecorado por tu valor o un poli que ya en el pasado se libró de una denuncia por asesinato. Lo estás arriesgando todo.

—Me ha ofrecido el puesto que desee si hago esto. Tú querías irte de Kittil?, también lo hago por ti.

—No lo hagas por mí. Yo no quiero.

—Tengo que hacerlo.

Kate me da la espalda. Su voz denota rabia y decepción.

—Esto acabará mal —vaticina.





30


En el centro de Kittil?, lo que podía considerarse nuestra zona comercial está decorada para la Navidad. En la plaza principal hay un gran árbol cargado de lucecitas que parpadean y que está cubierto de nieve. En todos los carteles de los escaparates se puede leer Hyv??Joulua, ?Feliz Navidad?, o algo parecido, y anuncian ofertas de temporada. Odio la comercialización de las Navidades. Quizá porque, cuando era ni?o, éramos pobres y no podíamos permitirnos regalos caros. Quizá porque realmente sea una mierda.

El a?o pasado, Kate y yo pasamos nuestras primeras Navidades juntos. Yo preparé una cena típica finlandesa de Nochebuena: rosolli (una ensalada con encurtidos, remolacha, cebolla y arenque), un jamón de siete kilos y tres guisos diferentes con patatas, nabos y zanahorias. Ella dijo que nunca nos lo acabaríamos, pero desapareció en cuatro días. Me viene a la mente que se suponía que Heikki tenía que ayudar a Kate, pero está muerto, y no sé siquiera si tiene algo que comer en casa. Este caso ha hecho que me olvide de mis deberes como marido.

La resaca me ha dejado hecho un asco, y haga lo que haga estará mal. Ni siquiera me he planteado cómo se siente Kate ante mi insistencia por investigar el asesinato de mi ex mujer. A juzgar por su reacción, parece que ya le he arruinado las vacaciones. No quiero destrozarlas más aún obligándola a comer pizza en Navidad. Por fortuna, tengo los regalos para Kate comprados desde hace semanas, pero de camino al trabajo paro en la tienda y compro toda la comida para las fiestas. Tengo miedo de que, si no lo hago enseguida, quizá no me acuerde más tarde.

Salgo del supermercado y miro a mi alrededor. Casi todas las peque?as ciudades finlandesas tienen las mismas ocho o diez tiendas de cadenas comerciales, y Kittil? no se diferencia de las demás; es como si todas hubieran sido cortadas por el mismo patrón. De pie, rodeado de frío y oscuridad, miro mi ciudad decorada con fantochadas navide?as y me pregunto qué estoy haciendo, por qué no estoy en casa con mi mujer. Los finlandeses son un pueblo obediente, hacemos lo que se nos dice. Quizá yo tenga tan poca personalidad como esta comunidad.

Ahora ya es demasiado tarde. He tomado mi decisión. Tal como dijo el jefe, a las duras y a las maduras.

No hay buitres de la prensa en el exterior de la comisaría. Supongo que como saben que no voy a hablar con ellos, se han retirado y se han ido a casa por Navidad. Aparco en el garaje de la comisaría y dejo la compra en el maletero del coche. Ahí estarán suficientemente frías, sin congelarse.

En el interior me encuentro a Valtteri apoyado en su mesa, con la cabeza en las manos.

—?Qué co?o estás haciendo aquí?

Está hecho una piltrafa. Tiene tan mal aspecto que supongo que no ha comido ni dormido; no habrá hecho más que llorar desde que encontró a su hijo muerto en el sótano hace tres días. Me devuelve la pregunta, con rabia: —?Qué co?o estás haciendo ?tú? aquí?

En los siete a?os que llevamos juntos, nunca he oído a Valtteri soltar una palabrota, ni siquiera la más inocua.

—?Ya te has enterado de lo de Heli? —le pregunto.

—Antti me lo ha contado.