ángeles en la nieve

—Esko ya ha practicado la autopsia. Yo estaba con él.

—?Tan rápido? ?Cómo es eso?

—A decir verdad, Esko se temía que tú quisieras estar presente, y pensó que te resultaría duro, así que fuimos a la morgue esta ma?ana a las siete.

Miro el reloj. Son las once.

—?Y cuándo has dormido?

—Todavía no lo he hecho. Esko se fue a casa y se acostó un par de horas mientras yo iba a la casa de Seppo.

—Joder —exclamo—. Tengo que ver a los padres de Heli.

—Ya he ido a su casa con el pastor Nuorgam y he hablado con el padre de Heli.

—?Cómo se lo ha tomado?

—Mal. Le dije que tú estabas muy afectado, que hablarías con él cuando pudieras.

Que mis colaboradores sean tan considerados con mis sentimientos me toca la fibra sensible, pero también me resulta embarazoso.

—Gracias, te agradezco mucho todo lo que has hecho.

—No hay problema. ?Tú estás bien?

Aún no estoy seguro.

—Sí, estoy bien. Vete a casa y descansa un poco. Ya te llamaré.

Kate se sienta en la cama.

—?Qué piensas hacer?

Me encojo de hombros.

—Ir a trabajar.

—?Recuerdas algo de anoche?

Todo está algo confuso, pero recuerdo más de lo que querría. Me imagino el aspecto que debía tener, llorando como un ni?o. Me ruborizo.

—Lo siento, supongo que me dejé llevar.

—No tienes por qué sentirlo, pero me pregunto por qué no me has hablado de Suvi hasta ahora.

Cuando vivía en Helsinki, tenía un apartamento en la cuarta planta de un edificio de nueve pisos de altura. Unos seis meses después de que Heli me dejara, volví a casa un día y me encontré un gran gato de pelo naranja en el balcón. El único modo en que podía haber llegado era saltando de un piso más alto. Nadie lo reclamó y yo no pregunté. Lo llamé Katt —?gato? en sueco—. Un nombre tonto para un animal tonto, pero acabé adorándolo.

A Katt le encantaba ver documentales de naturaleza en la tele, era como si pensara que el resto de las criaturas de la Tierra vivían en una peque?a caja en el salón. Por las noches yo me tiraba en el sofá, él se tumbaba sobre mi pecho, compartíamos un cuenco de helado y veíamos la cópula de los antílopes o a los pumas persiguiendo a los bisontes, o lo que fuera. Sobre todo le gustaban los documentales en los que salían otros gatos.

Me mudé a Kittil? y me traje a Katt; lo tuve ocho a?os. Un día volví a casa y me lo encontré muerto. Había intentado comerse una cinta de goma gruesa y se había ahogado. Katt era imbécil. Me rompió el corazón. Lo enterré en el patio de atrás, sin identificar la tumba. Aún hoy, cada a?o, en Todos los Santos, enciendo una vela por él. Nunca le dije a nadie lo mucho que lo quería, ni tampoco le dije a nadie lo mucho que me dolió su muerte. A Kate nunca le he hablado siquiera de su existencia. Compartir el dolor sencillamente es algo que no forma parte de mí.

Hasta anoche no me he dado cuenta de lo mucho que quería contarle a Kate lo de Suvi.

—No sabía cómo hacerlo —me defiendo.

—?Hay algo más que no me hayas contado? ?Algo que quieras contarme?

Me lo pienso un momento.

—No.

—Estoy preocupada por ti. No quiero que vayas a trabajar.

—?Y qué quieres que haga?

—Ya sabes qué es lo que quiero y sabes que tengo razón. Las cosas han ido demasiado lejos. Me dijiste que lo harías.

Asiento. El caso se me ha escapado de las manos, ha adquirido una magnitud que nunca habría imaginado, y se está cobrando un alto precio. No quiero abandonar el caso porque daría la impresión de que es un fracaso, una humillación, pero debería hacerlo.

—Lo haré ahora mismo.

Llamo al comisario superior de Policía, que ataca antes de darme tiempo a hablar.

—No escribiste el comunicado de prensa como te dije. Ahora las cosas están jodidas.

—Jyri, mi ex mujer ha muerto. Fue asesinada anoche. —Le cuento las circunstancias.

Silencio momentáneo.