ángeles en la nieve

—Ojalá yo también pudiera creer eso. A Heikki siempre le gustó cazar, más que cualquier otra cosa. Yo pensaba que era un gran amante del aire libre. Ahora creo que lo que le gustaba era matar.

Seguimos en silencio. Desde la base de la monta?a, pese a la tormenta, veo las luces de colores de la decoración navide?a en la fachada de cristal de la residencia de invierno de los Eklund. Cuando detenemos el coche, me doy cuenta de que Peter debe de habérselo encargado a un profesional. Es como la de unos grandes almacenes. Salimos del automóvil y echo un vistazo a la oscuridad a los pies de la monta?a. Allá abajo, Kittil? queda casi fuera de la vista, las luces del pueblo están borrosas, casi ocultas por la nieve que cae.

Caminamos hasta la casa y yo llamo a la puerta. Peter no responde. Giro el pomo; la puerta está abierta. Tras la enorme chimenea hay un árbol de Navidad casi igual de alto que el de la plaza mayor de Kittil?, incluso más profusamente decorado. Por toda la casa resuena música navide?a. Bing Crosby canta The First Noel.

Peter sale de un dormitorio del piso de arriba con un pijama de seda rosa, cierra la puerta con llave tras él y se la mete en el bolsillo.

—?Qué cojones hacéis aquí? ?Sacad el culo de aquí! —nos espeta, sin tartamudear. Está bebido.

—Tenemos una orden —rebato.

Baja las escaleras al trote para echarnos. Oigo un grito ahogado. Parece proceder de la habitación de la que acaba de salir.

—?Qué co?o ha sido eso? —pregunto.

Nos dirigimos hacia las escaleras. Peter nos corta el paso, intenta alejarnos de la habitación. Está consternado, a punto de llorar.

—No podéis entrar ahí, es la habitación de papá.

—Tú acabas de salir.

Otro grito ahogado.

—Dame la llave —le ordeno.

No quiere. Lo empujo contra la pared. La saca del bolsillo de su pijama de seda rosa y me la entrega. Valtteri le esposa las manos tras la espalda. Yo subo y abro la puerta.

En la habitación hay dos chicas. Una tiene unos diecisiete a?os y está desnuda. Está atada de pies y manos a los postes de la cama con cuatro esposas forradas de terciopelo. Tiene una mordaza con una bola roja en la boca, atada con una tira de nailon. La otra chica es apenas adolescente. Lleva vaqueros y calcetines, pero tiene el torso descubierto. Está sentada al borde de la cama, con los brazos doblados, tapándose unos pechos incipientes, agitándose adelante y atrás. Tiene la mirada perdida en un punto invisible frente a ella.

Miro alrededor, intento hacerme una idea de lo sucedido. Peter ha instalado una cámara de vídeo digital sobre un trípode en la ?habitación de papá?, la ha conectado a un ordenador y a un gran monitor en la pared, de modo que pueda verse follando y grabarlo al mismo tiempo. Veo las llaves de las esposas sobre una cómoda, junto a una colección de consoladores, vibradores y lubricantes. Le quito la mordaza a la chica y la desato. Se levanta, empieza a llorar e inicia un parloteo desenfrenado en ruso. Está tan alterada que ni siquiera piensa en taparse.

Le digo que vaya más despacio. Habla un poco de finlandés. Yo hablo un poco de ruso. Empiezo a atar cabos. Ha venido de Kuoloyarvi, una ciudad a poca distancia, situada al otro lado de la frontera, para prostituirse y ganar algo de dinero con los turistas. Es algo frecuente. Muchas vienen a Levi, hacen algo de dinero y luego se vuelven a casa. Prostituyéndose en Levi pueden sacar en una semana lo mismo que en un a?o con un trabajo decente en Rusia. Su hermana menor está a su cargo y se la ha traído, dice, porque no tenía con quién dejarla.