ángeles en la nieve

—La cama estaba recién cambiada. Había un montón de sábanas y toallas en la secadora. Las habían lavado con un detergente con lejía. Cualquier rastro de ADN habría desaparecido.

Cuelgo, cojo la grabadora de la guantera y la meto en el bolsillo de mi abrigo.

No ha escogido cualquier cafetería. Es nuestra cafetería. Veníamos juntos cuando éramos chavales, en nuestras primeras citas. El lugar no ha cambiado desde hace treinta a?os. Aún sirven esas copas de helado. Me encuentro a Heli echando un vistazo al mostrador de las revistas. Cuando teníamos trece a?os nos escondimos detrás para darnos nuestro primer beso.

—Vamos a pedir ese café —propongo.

El mismo tipo que nos servía hace casi treinta a?os sigue detrás de la barra. Da la impresión de que aún lleva la misma pajarita. El lugar huele como si tampoco hubieran cambiado el aceite de la freidora en todo ese tiempo. El hombre tiene unos sesenta a?os y ahora es el due?o. Se muestra sorprendido de vernos juntos; levanta las cejas pero no hace comentarios.

—?Qué os pongo, chavales?

—Dos cafés —dice Heli—. El mío, con leche; el de Kari, solo.

Paga ella. Nos sentamos a una mesa.

—Enhorabuena por tu boda.

—Gracias. Hacía tiempo que teníamos que haberlo hecho. Nos ha parecido que era un buen momento.

Heli ya no parece la mujer iracunda que me escupió, ni la figura de hielo que se sentó en mi despacho. Viste vaqueros y botas usadas, y un viejo suéter. No lleva maquillaje y se ha hecho dos trenzas. Sonríe, y reconozco a la chica de la que me enamoré. Sospecho que ésa es precisamente su intención.

—Desde luego, tienes debilidad por el teatro —comento.

—Me pareció que la cafetería sería un lugar adecuado —responde—, después de todo este tiempo.

—Después de trece a?os, no veo ningún motivo para revivir antiguos recuerdos.

—Me parece un buen lugar para crear nuevos recuerdos. Te pido disculpas por lo que hice. Me comporté como una bruja. No hay excusas para el mal comportamiento, pero tú te presentaste en casa por sorpresa y pensé que ibas a por Seppo. Ahora veo que no es así.

—Lo ves, ?no? —No puedo reprimir el sarcasmo.

—Sí, y lo siento. También quiero agradecerte que liberaras a Seppo tan rápidamente, en cuanto quedó clara su inocencia.

—Me agradeciste que liberara a Seppo contándole a un periodista que le amenacé.

—Seppo se enfadó conmigo por eso. Pero entonces yo aún estaba cabreada contigo.

—Pero ya no lo estás.

Sonríe, remueve el café, apoya la cucharilla en el interior de la taza.

—No.

—Entonces no te importará ayudarme con la investigación y responderme unas preguntas. —Apoyo la grabadora sobre la mesa.

—?Y necesitamos eso? —protesta, y esboza una mueca—. Me pone nerviosa.

Ahora soy yo el que sonríe.

—Mi memoria no es lo que era. Lo necesito.

Ella parece pensativa. Da un sorbo a su café.

—?Cómo va la investigación sobre el asesinato de la chica?

—Está llegando a su fin. Creo que conocías a Heikki.

Ella pone cara triste, y en sus ojos aparece una lágrima muy oportuna.

—Era un encanto de chico. La noticia me impactó mucho cuando la oí. ?Cómo están sus padres? —pregunta, acercando una mano a la mía, como si intentara compartir un momento emotivo conmigo.

Aparto mi mano.

—Te lo puedes imaginar. ?Qué es lo que oíste exactamente?

Juguetea con un salero, como si no hubiera sido su intención cogerme la mano.

—En la iglesia se dice que se colgó y que... —hace una pausa, se sorbe la nariz—, que podría tener algo que ver con el asesinato de la chica. Es una tragedia. ?Es cierto?

—Eso es confidencial. Vamos al asunto del que quería hablar contigo. ?Hasta qué punto conocías a Heikki?

—No muy bien, había una especie de amistad. él necesitaba dinero, estaba ahorrando para comprarse un coche y para la universidad. Le di algunos trabajitos para hacer en la casa.

—?Eso es todo?

Se queda pensando un momento.