ángeles en la nieve

Ella se va sin discutir. Valtteri y yo nos sentamos en el sofá, uno al lado del otro.

—Lo que tengo que decirte no es fácil —empiezo.

Cruza los dedos, apoya los brazos en las rodillas y fija la mirada en el suelo. Espera.

—Heikki estaba presente en la escena del crimen. Las lágrimas en el rostro de Sufia eran suyas.

Valtteri no levanta la vista.

—Hoy he examinado su ordenador. No había nada que supusiera una confesión, pero encontré cosas raras. Había escrito ?Dios odia a los negros? y ?Dios odia a las zorras?, casi como lo que vimos en el cuerpo.

Valtteri llora en silencio. Las lágrimas le caen entre las rodillas y dan contra la moqueta, a sus pies.

—?Por qué lo hizo? —pregunta.

—No lo sé.

—Me estás diciendo que Heikki creía que Dios quería que matara a esa chica. Eduqué a mis hijos en la religión. Pensé que Dios los ayudaría a convertirse en personas buenas y fuertes. Ahora me dices que lo que le ense?é a Heikki le convirtió en un enfermo, en un asesino.

—Yo no creo eso. Por lo que escribió Heikki, es evidente que estaba trastornado.

—Y es obra mía.

—No lo es. Tú lo educaste bien. Lo que hizo Heikki no tuvo nada que ver contigo. Te conozco desde hace mucho tiempo; eres un buen hombre y un buen padre.

Levanta la vista y extiende las manos hacia mí. No sé qué es lo que espera que haga.

—Entonces, ?por qué? —grita, con voz temblorosa—. ?Dios Santo! ??Por qué?!

Llega Maria de la cocina. Lleva una bandeja con tazas de café y trozos de pastel. La coloca en la mesita que tenemos delante. Está llorando.

—Valtteri, he oído de lo que hablabais. él mató a esa chica, ?no?

él la envuelve suavemente con sus brazos y la balancea adelante y atrás.

—María, hemos criado un monstruo.

Ella deja de llorar, se arrodilla en el suelo y rodea a Valtteri con los brazos, intentando calmarle.

—?Por qué? —me pregunta.

—Heikki estaba enamorado de una chica. Escribió un poema sobre ella. Lo encontré en su ordenador. ?Sabéis quién es?

—No —responde María.

—Algunas de las cosas que escribió me hacen pensar que, de algún modo, esa chica guardaba alguna relación con Sufia Elmi. Hay algo más. Encontramos ADN suyo en casa de Seppo Niemi. ?Conocía Heikki a Seppo?

—Heikki les hacía trabajitos a Seppo y a Heli: limpiar la nieve, cargar le?a, cosas así. Conoció a Heli en la iglesia. No me sorprende que haya estado en su casa.

María ha conseguido reconfortarlo. Valtteri está más tranquilo, pero ahora sé que me ha ocultado información. Reaparecen mis dudas sobre si sabía que Heikki había matado a Sufia.

—?Por qué no me lo dijiste?

—No te gusta hablar de Heli, y no me pareció que sirviera de nada decirte que mi hijo le limpiaba la nieve de la entrada.

Una idea me golpea con tal dureza que suelto un improperio en voz alta, sin querer.

—?Mierda!

Los dos se quedan de piedra; deben de pensar que estoy cabreado con ellos por no haberme contado que Heikki conocía a Heli y Seppo.

—Lo siento —me disculpo.

Me acabo de dar cuenta de cuál es la solución más sencilla al asesinato de Sufia. Heikki y Seppo se conocían. Por lo que he averiguado sobre la vida de Seppo, cabe pensar que tiene tan poca conciencia que se la metería a cualquier cosa que se moviera. No me extra?aría que jugara a dos bandas. Quizá sedujo al chaval que le quitaba la nieve y le hacía otros trabajitos.

Heikki era joven, despreocupado y no tenía experiencia. Puede que estuviera explorando su sexualidad y que tuviera una aventura homosexual con Seppo. Si eran amantes, eso le habría dado acceso a las llaves del coche de Seppo. Y Heikki podría haber matado a Sufia simplemente por celos.

Le apoyo una mano en el hombro a Valtteri para que sepa que no estoy enfadado y, de pronto, me avergüenzo por haber pensado que Valtteri y María pudieran haber tenido algo que ver con el suicidio de Heikki. Querían muchísimo a su hijo.

—?Hay algo más que no me hayas dicho?

Sacude la cabeza.