ángeles en la nieve

—Supongo que ya sabéis que no puedo evitar que esto llegue a la prensa.

Maria sofoca un sollozo. Seguramente acaba de darse cuenta de que su marido y ella están a punto de adoptar una nueva identidad como padres de un asesino psicótico. Sufrirán una humillación que ni ellos ni la comunidad olvidará nunca.

Valtteri le coge la mano, pero me mira a mí.

—Siento todo esto —dice—. Te he puesto en evidencia a ti y a todo el departamento. Presentaré mi dimisión ma?ana, tras el funeral.

Busco algo que decir, pero no encuentro las palabras. Le encanta su trabajo.

—Maldita sea, Valtteri, lo que hiciera Heikki no es culpa tuya, y no aceptaré tu dimisión.

—Yo lo crié, es culpa mía —responde con un gemido—. La aceptarás, y harás bien en hacerlo.

—Estás pasándolo mal y no piensas lo que dices.

—No veo que tenga otra opción.

—Dimitir no es una opción. Tienes otros siete hijos y una mujer que mantener.

—?Qué hago, entonces? —Se echa a llorar de nuevo.

—Vas a despedirte de tu hijo y luego vas a volver al trabajo y cumplirás con él mientras descubro por qué Heikki hizo lo que hizo.

Mira a Maria y asiente.

—Lo intentaré.

Me levanto y me dispongo a marcharme.

—Siento haber tenido que deciros estas cosas. Os veré ma?ana en el funeral.

—No vengas —dice él—. No queremos que haya nadie más que nosotros y sus hermanos.

—Lo entiendo —respondo, pero no es cierto. Nadie puede entender su tormento. Han sufrido un dolor emocional equivalente al dolor físico que sufrió Sufia, y me ha tocado a mí hacer de mensajero. Espero que algún día puedan perdonarme. Me voy sin decir nada más.





26


Tengo la imagen de los rostros de Valtteri y de Maria, su pena y su desolación, grabados en la mente. Quiero estar solo, así que conduzco lentamente de camino a la comisaría. Puedo sentarme en mi despacho, redactar informes. El comisario superior de Policía ha sido como una espada que amenazara mi cuello. Quizá si le digo que el caso está a punto de resolverse se calmará. Pero primero tengo que leer el informe sobre los resultados de las pruebas de ADN de Heikki.

En una se?al de stop que hay cerca de la comisaría, un coche se me pone al lado, ocupando el carril contrario. Es el BMW de Seppo. Heli me saluda desde el asiento del conductor. Baja la ventanilla del lado del acompa?ante y yo bajo la mía para oírla. Me grita que la siga.

Revoluciona el motor, las ruedas patinan en el hielo y el BMW sale disparado hacia delante. Me pregunto a quién habrán matado esta vez, me pongo en marcha y acelero para no perderla de vista. Se salta un semáforo en rojo; yo hago lo mismo. Unos bloques más allá, gira en una esquina y aparca. Aparco tras ella.

Sale del coche y se apoya en la puerta. Es minúscula y está tiritando. Se ajusta bien el abrigo en torno al cuello para protegerse del frío. A mí las manos me tiemblan de la inyección de adrenalina.

—?Qué co?o pasa?

Ella se?ala el rótulo de neón de una cafetería que brilla en la oscuridad.

—Te he visto en el coche y he pensado que podríamos tomar esa taza de café de la que hablamos.

—Yo de café no dije nada. Fuiste tú. Te has echado a correr como una posesa y te has saltado un semáforo en rojo. ?Te has vuelto loca?

—Sólo estaba divirtiéndome —responde ella, riéndose—, jugando un poco contigo. ?Vas a ponerme una multa?

Me ha tocado las narices, pero no quiero que lo vea.

—De todos modos tenemos que hablar. Entra, estaré contigo dentro de un segundo.

De nuevo en el templado ambiente del interior del coche, llamo a Antti: —Cuéntame, deprisa. Encontrasteis ADN de Heikki en la casa de Seppo. ?De dónde procedía y dónde lo encontrasteis?

—Vello púbico —responde—. En el borde de la taza del retrete del piso de arriba y en su cama. En el colchón, bajo la sábana.

—?No había ADN en la sábana?