ángeles en la nieve

—?Dónde está Pirkko? —le pregunto.

—Cuando me fui, estaba sentada en su silla, como siempre, salvo que tenía un cuchillo de carnicero en el regazo. No dijo nada. Por lo que yo sé, hace mucho tiempo que no habla.

—?Qué hace toda esa gente ahí afuera?

—Un par de personas se acercaron al oír el chillido y les dije lo que había visto. Supongo que habrá corrido la voz. No debería de haber dicho nada, pero estaba nervioso. Lo siento.

—No pasa nada. Venid los dos y mantenedme a la gente fuera mientras yo voy a echar un vistazo.

Cruzamos la calle. Ellos montan guardia y yo abro la puerta. Pirkko está en su butaca. No levanta la vista. Tiene el vestido y el rostro manchados de sangre. Urpo está en el suelo, junto a una mesilla volcada, aún con las manos al cuello. No le ha dado en la tráquea, pero sí en la arteria. Hay chorros de sangre por rodo el suelo y las paredes.

Me arrodillo junto a Pirkko, le cojo el cuchillo de las manos y lo dejo en el suelo a mi lado.

—?Puedes hablarme? —le pregunto.

No parece reaccionar.

—No pasa nada. No te va a pasar nada malo.

No se mueve, pero las mejillas se le cubren de lágrimas.

Abro la puerta principal y le doy a papá las llaves de mi coche.

—?Me quieres traer las cajas de pesca que tengo en el maletero?

Cuando regresa, meto el cuchillo en una bolsa y saco unas cuantas fotografías de Pirkko, pero no muchas, porque no quiero incomodarla más de lo necesario. Llamo a los de Urgencias y pido dos vehículos. Mientras espero, me siento junto a Pirkko y le cojo la mano para confortarla.

He visto muchas situaciones como ésta, me enfrento a ellas al menos un par de veces al a?o. Tengo una idea bastante precisa de lo ocurrido. Ella estaba en su butaca, él de pie sobre ella, gritándole a la cara. No estoy seguro de cómo ella llegó a hacerse con el cuchillo. A lo mejor fue a la cocina, lo cogió y volvió a sentarse; quizá ya lo tuviera escondido bajo el cojín. Estoy seguro de que le tenía miedo. Yo se lo tendría. Quién sabe, quizá tenía el cuchillo escondido desde hacía a?os, por si acaso.

él le grita hasta que ella no aguanta más y agarra el cuchillo. Puede que él estuviera tan borracho que no se diera siquiera cuenta. Ella tiene tan poca fuerza que la cosa podría haberse quedado en un pinchazo, pero el cuchillo estaba afilado y le atravesó el cuello y le cortó la carótida izquierda.

Por el patrón de las salpicaduras de sangre, veo que él se dio la vuelta, cayó sobre la mesita y al suelo, se desangró y murió. No pudo tardar mucho.

Llegan los de Urgencias. Les pido que la seden y que se la lleven al hospital. Está gorda. Con esfuerzo, la levantan y la ponen en una silla de ruedas. Su butaca está húmeda y el olor me provoca arcadas. Pirkko llevaba meándose en ella mucho tiempo. No podía cuidar de sí misma, pero a nadie le importaba.

Cuando me quedo solo, doy una vuelta por la sala y tomo más fotos. Toda la casa huele como una fosa común. En la encimera de la cocina se acumulan las botellas de alcohol ruso de contrabando. La marca preferida de Urpo era Royal American Spirit. Tomo unos primeros planos de Urpo. Está malnutrido, lleva todo el invierno alimentándose de alcohol y poco más. Su cadáver me recuerda un pollo muerto y desplumado.

Cuando acabo, los de Urgencias se llevan el cuerpo en una camilla. Salgo con ellos. Las lámparas de trabajo de Mikko nos dan suficiente luz como para ver. La multitud sigue en el patio, pateando la nieve y frotándose las manos para calentarse.

Raila, en plena psicosis etílica, ve el cuerpo y empieza a gritar. Se?ala la ventana principal de los Virtanen:

—?Ni siquiera podían planchar las cortinas! ?Ni siquiera podían planchar las cortinas! —chilla una y otra vez. Empieza a dar palmas con las manos enfundadas en sus guantes.

Tiina tiene la boca y los ojos caídos, y su labio superior es fino como una cuchilla, muy próximo a la nariz, características típicas del síndrome alcohólico fetal.