ángeles en la nieve

—Ojalá. Las cosas serían mucho más sencillas.

—?Estás seguro de que lo hizo él?

—Lo estaba, hasta hace una hora.

Vuelve a apoyar la espalda en las almohadas, le cuento la mayor parte de la historia, lo del BMW y lo del dinero que relacionaba a Seppo con Sufia.

—Vaya —exclama—. Qué karma.

—Valtteri me dice que es voluntad de Dios.

—Nunca se sabe —comenta, con una sonrisa.

—También tengo que contarte otras cosas. Creo que pronto serán vox populi, y prefiero que las oigas por mí.

Levanta las cejas.

Le cuento lo de las amenazas de Seppo, que paré el coche y le planté una pistola en la cabeza, que le grité al oído y le asusté, que le hice mearse en los pantalones y desmayarse.

Ella sacude la cabeza, incrédula.

—No puedo imaginarte haciendo eso.

—Tú no has visto a la chica asesinada. Me vino a la cabeza una imagen tuya, muerta como ella, y perdí los nervios.

—Las emociones nos hacen actuar de un modo raro —me consuela, rodeándome con un brazo—. A lo mejor todo eso se queda en nada.

Le explico mi charla con Heli.

—Dice que me van a denunciar. Si nuestro pasado sale a la luz en un tribunal, podría parecer que no es una investigación de asesinato honesta, y podrían ganar.

—?Tiene algo en lo que apoyarse para demandarte? ?No se supone que tienes que interrogar a la gente y comprobar su coartada antes de arrestarla?

—No. En el caso de un crimen tan violento, queda bastante a la discreción del agente encargado. Además, yo no hice más que seguir instrucciones de un superior.

—Increíble. Después de todo este tiempo, va a intentar hacerte da?o de nuevo.

—Precisamente el da?o que me hizo la otra vez es lo que podría hacerles ganar. Mucha gente pensará que es un buen motivo para buscar venganza.

Me pasa una mano por el pelo y pregunta:

—?Quieres contármelo?

—En realidad no, pero voy a contártelo igualmente.

—Cuando me dispararon, estuve en el hospital una semana. No me vino a ver ni respondió al teléfono. Cuando volví a casa, sus cosas ya no estaban. Había dejado una nota en la mesa de la cocina diciendo que no volvería.

—Hasta ahí ya me lo habías contado.

—Supongo que no me veía preparado para contarte más.

—En Estados Unidos, salir con alguien es como ir a confesarse. Si no tienes ningún trauma, te lo inventas para que no piensen que eres una persona vacía. Una vez quedé con un tipo y en la primera cita me dijo que, cuando era ni?o, su madre tenía una obsesión que le hacía lamer el suelo para dejarlo bien limpio. Me quedé allí sentada, pensando: ?Si eso se lo cuenta a una casi desconocida, ?qué estará ocultando??. Es como la gente que cree que tiene que confiarte un secreto para que confíes en ellos. Siempre me ha gustado que creyeras en la intimidad, tanto en la tuya como en la mía. Lo admiro.

—Kate, acababa de matar a un hombre. Pensaba que la rodilla rota acabaría conmigo. No podía comunicarme con mi mujer y estaba preocupadísimo por ella. Y llego a casa y me encuentro con que me ha abandonado.

—?Qué hiciste?

—Ella registró el cambio de domicilio. Así descubrí que vivía con Seppo. Como no quería hablar conmigo, le llamé a él. Lo hice con buena intención; aún estaba preocupado por ella. Le dije que Heli tenía muchos problemas, que yo era su marido, y que hiciera que volviera a casa.

—?Qué tipo de problemas?

—Trastornos de la alimentación, problemas de aceptación, depresión... Conozco a Heli desde la guardería; emocional—mente siempre ha sido un desastre.

—?Eras su marido o su cuidador?

Eso suena duro, pero la entiendo.

—Empecé a salir con Heli cuando teníamos trece a?os. Llevábamos juntos catorce a?os, y siete casados. Era ambas cosas.