ángeles en la nieve

—Le entra la risa y se pone cari?oso.

—El asesinato ocurrió anteayer, hacia las dos de la tarde. Parece ser que vuestro BMW fue utilizado en el secuestro de Sufia Elmi. Puede que fuera violada en el asiento trasero. ?Sabes dónde estaban Seppo y el coche en ese momento?

—No, yo estuve en la iglesia toda la tarde.

—?En la iglesia?

—Por eso estoy en Kittil?, para redescubrir mis raíces religiosas.

Intento ocultar mi sorpresa. Antes, Heli sentía una animadversión extrema hacia la religión. Pero eso era hace mucho tiempo. Intento tener presente que ya no la conozco.

—?Qué te hace pensar que puede haber sido violada en nuestro coche? —pregunta.

—La sangre y el semen.

Me mira como si fuera tonto.

—?Te has parado a pensar que quizá ella quisiera que se la follara?

—Lo he pensado, pero gracias por tu aportación.

Se pone en pie.

—Bueno, me voy. ?Me das las llaves de mi casa?

Se las lanzo.

—?Qué hay del coche?

Creo que me apetece sentarme en el garaje y volver a escuchar a Miles Davis.

A su debido tiempo.

—Te aconsejo que sueltes a Seppo antes de que se te complique más la vida. Buena suerte con tu caza de fantasmas y con los medios. Muy pronto empezaré a conceder entrevistas. Y tendrás noticias de nuestro abogado. Me encargaré de que Seppo te denuncie por inventarte un caso en su contra.

—Tienes todo el derecho.

—Adiós, Kari —se despide, y cierra la puerta tras de sí delicadamente.





13


No quiero volver a ver a Heli, así que le doy un par de minutos para que abandone el edificio antes de salir a la sala común. Antti y Jussi están sentados con Esko, el forense. Sobre un par de mesas hay artículos de la casa de Seppo empaquetados en bolsas.

—Tengo que hablar contigo —dice Esko.

—Ya he visto el nuevo número del Alibi. Sí, tenemos que hablar de ello.

—En privado.

—Dame un minuto. —Echo un vistazo a las posibles pruebas. Hay un montón—. ?Algo interesante? —pregunto.

—Podría ser —responde Jussi—. Hemos encontrado dos pares de botas que podría haber llevado, y un montón de ropa. Pensamos que habría que llevarla al laboratorio.

—Muy bien.

—Encontramos un martillo y un par de puukko, cuchillos de caza finlandeses, y otros cuchillos en la cocina.

Cojo la bolsa con los puukko. Son menos curvados que el cuchillo de desollar usado para matar a Sufia, así que no me sirven de mucho y además, en casi todos los hogares finlandeses hay, por lo menos, uno o dos. Estadísticamente, es el arma más popular entre los asesinos del país. En dos ocasiones he tenido que investigar asesinatos en los que un grupo de hombres se emborrachan juntos hasta perder el conocimiento. Se despiertan y uno de ellos aparece muerto con un cuchillo en el pecho. Todos han dejado sus huellas en el cuchillo, pero ninguno recuerda lo sucedido. En ninguno de los dos casos hubo condena.

Antti se?ala el ordenador de Seppo.

—A Seppo le gusta ver porno.

Si ver porno fuera delito, la mayoría de los hombres de este país estarían en la cárcel.

—?De qué tipo?

—No lo he repasado todo —explica Antti—, pero no he visto nada violento.

—?Algo con chicas tailandesas? —pregunto.

Antti se pone rojo.

—Y tenemos esto. —Jussi levanta una bolsa con tres botellas de Lapin Kulta de medio litro—. Estaban en la nevera. Pensamos que podríamos comprobar si vienen del mismo lote que la otra, ya sabes, la de la vagina.

—No me sorprendería. —Miro alrededor—. ?Dónde está Valtteri?

—Ha dicho que tenía que irse a casa —responde Antti.

Miro mi reloj. Son las seis y cuarto.

—Quizá vosotros también tendríais que iros. Estas cosas tienen que ir al laboratorio. ?Alguno de vosotros podría llevarlas al aeropuerto y mandarlas a Helsinki en el próximo avión?

—Yo puedo —se ofrece Antti.

—Por cierto, he registrado el coche y he sacado un montón de pruebas. Creo que podremos solucionar este caso pronto.

Antti me mira, avergonzado.