ángeles en la nieve

—?No te basta con que te pida disculpas? Siento de verdad que Heli y yo te hiciéramos da?o. Yo no te conocía; lo único que sabía es que quería a Heli.

Eso suena a falso. La gente tiene líos constantemente, y dudo que les importe a quién hacen da?o. Seppo es un saco de mierda. Está implorando, agotando las posibilidades que pueda tener de escapar de este lío. Yo me mantengo en silencio.

—Y siento lo que dije de tu mujer —a?ade, sorbiéndose la nariz—. Sólo intentaba hacerme el duro.

—El pasado no tiene nada que ver con esta investigación de asesinato.

—Sé que lo que Heli te hizo fue horroroso. Yo no la obligué, le dije que decidiera por sí misma con quién quería quedarse.

—Vamos a avanzar en el tiempo trece a?os: hablemos del asesinato de Sufia.

Se seca las lágrimas.

—No sé nada de eso, y no creo que deba hablar de ello sin consultar a un abogado.

—?Quieres salir de aquí? Ven a la planta de arriba y te ense?aré algo que quizá te haga cambiar de opinión.

Subimos a la sala común. Está vacía. Le doy mi paquete de cigarrillos y un encendedor.

—Quédatelos. Toma asiento.

Se sienta y fuma. Bajo las luces e inicio el pase de diapositivas de la escena del crimen. Observa a Sufia; yo le observo a él. Se agita, luego solloza un poco. Al cabo de unos minutos, está llorando como un crío. Al final se agarra el cuerpo con los brazos, se agita adelante y atrás y murmura: ?No, no?, una y otra vez.

Creo que va a confesar. Detengo la proyección en un primer plano del rostro destrozado de Sufia.

—Por favor, presenta cargos, para que pueda tener un abogado.

—Todavía no —objeto—; hasta que me lleguen los resultados del ADN del laboratorio.

—Me gustaría volver a mi celda.

Quería salir de la celda. Supongo que no le ha gustado el sabor de la libertad. Le vuelvo a llevar abajo.

—Gracias por los cigarrillos.

Cierro la puerta de acero de golpe; el portazo retumba por todo el pasillo.

—De nada.





12


Vuelvo a mi despacho, escribo un resumen detallado de lo ocurrido y se lo envío por correo electrónico al comisario superior de Policía. Sobre mi escritorio hay un dosier de plástico con fotocopias de la agenda de direcciones de Sufia. Me tomo un café y un cigarrillo y le vuelvo a echar un vistazo. Reconozco más nombres habituales en los periódicos sensacionalistas. A Sufia debía de gustarle rodearse de famosos.

Empiezo a marcar números. Me presento y digo que tengo unas cuantas preguntas relacionadas con Sufia Elmi. Los periodistas ya se han enterado del asesinato a través de la base de datos de la Policía y ha corrido la voz. La gente se muestra impresionada. Todas las conversaciones son iguales. Nadie conocía bien a Sufia. Los hombres dicen que salieron un par de veces, que se divertían juntos. Las mujeres dicen que se encontraban en los clubes, iban a bailar, que se divertían juntas.

Entra Valtteri.

—He llamado a Heli —dice—. No quiere verte y me ha pedido si le puedo llevar yo las llaves.

—Dile que no. El coche de Seppo es parte de una investigación y ella ha tenido acceso a él. Tengo que hablar con ella.

—No quiere venir.

—Entonces arréstala y enciérrala.

—?Lo dices en serio?

—Claro.

Me pasa una revista.

—Pensé que deberías ver esto —me dice, y se va.