ángeles en la nieve

—Mi hijo Heikki podría hacerlo. últimamente no ha estado muy fino; así tendrá algo que hacer. Le llamaré y le diré que se pase esta tarde. Se quedó algo decepcionado cuando anulamos lo de la caza. Ganarse un dinerito le pondrá de buen humor.

—Te lo agradezco. ?Sabes si Antti y Jussi han acabado de registrar la casa de Seppo?

—Antti llamó hace una media hora y dijo que ya estaban. Tienen un montón de cosas para analizar, pero nada definitivo.

—Entonces tendré que devolverle la casa a Heli. Llámala y dile que venga a recoger las llaves.

Nos quedamos sentados en silencio un momento. Valtteri parece pensativo.

—Tú, Heli, Seppo, este caso... —reflexiona—. No deberías dejarlo. Pase lo que pase. Es la voluntad de Dios. Tiene que ser así.

Dejo a Valtteri, aún sumido en sus pensamientos, convencido de que sus palabras suenan de lo más raro, incluso salidas de su boca.

Las celdas para los detenidos están en el sótano. Voy bien de tiempo. Mientras bajo las escaleras, oigo gritar a Seppo.

—?Eh! ?Eh! ?Que alguien me saque de aquí!

Ha tardado tres horas en desmoronarse. La puerta de la celda es de acero. Abro la rendija de observación y miro dentro. Tiene la cara pegada a la ventanilla.

—?Puedo ayudarte? —le pregunto.

—Por favor, sácame de aquí. No lo soporto.

—Saca las manos por la ventanilla.

Parece como si tuviera miedo de que se las fuera a arrancar, pero lo hace. Le pongo las esposas.

—Ahora apártate de la puerta.

La abro y entro. Se aparta de mí y, al hacerlo, casi se cae. Su caro traje manchado de orina ha desaparecido, al igual que su fanfarronería. Ahora lleva vaqueros y una camiseta, ambos demasiado grandes para él.

—?De dónde has sacado la ropa?

—Me la ha dado el sargento. Yo me esperaba un mono naranja, o algo así.

—Has visto demasiadas películas norteamericanas.

La caridad cristiana de Valtteri alcanza incluso a los psicópatas. La ropa es suya. Seppo lleva la camiseta metida por debajo del vaquero, lo que acentúa su barriga cervecera. Tiene los pómulos rojos, surcados de peque?os vasos sanguíneos. Hay que beber mucho y durante muchos a?os para adquirir ese aspecto. Yo puedo levantar ciento veinticinco kilos en el banco horizontal. Seppo no da la impresión de poder levantar ni una botella de vodka.

—?Quieres un cigarrillo?

—?Vas a hacerme da?o?

Me siento en un catre de metal atornillado a la pared, saco un cigarrillo del paquete y se lo tiendo.

—No.

Alarga el brazo para cogerlo; le tiemblan las manos. Intento encendérselo, pero tiembla tanto que tengo que cogerle por las esposas para que no se mueva. Inhala el humo y tose. La celda mide cinco metros por ocho. Sus anteriores ocupantes han garabateado nombres y fechas en las paredes de cemento gris.

—Un entorno lóbrego, comparado con tu dacha de invierno —observo.

él aspira su cigarrillo como si fuera el último.

—Hablemos de Sufia.

Vuelve a toser.

—No conozco a ninguna Sufia.

—Sufia Elmi, asesinada hace cuarenta y nueve horas en un campo nevado. Tú tenías un lío con ella. Si vas a asesinar a alguien, no deberías dejar documentación. Le pasabas dinero, le pagabas el alquiler.

—Yo no la maté.

—Acabo de pasarme un par de horas recogiendo pruebas de tu BMW. He encontrado sangre, pelo y semen. ?Vas a decirme que no te van a relacionar con Sufia?

Aprieta los labios, como si no acabara de decidirse.

—?Puedo hablarte claro, sin que me hagas da?o?

—Si quieres salir de aquí, eso es lo mejor que puedes hacer, por tu bien.

—Yo no maté a nadie, y creo que tú lo sabes.

—Yo estoy convencido al noventa y nueve por ciento de que sí lo hiciste.

—Ha habido un asesinato, y has encontrado un modo de relacionarlo conmigo. Después de todo este tiempo, te estás tomando la revancha por mi relación con Heli.

—Eso no es cierto.

Se echa a llorar.