ángeles en la nieve

Alibi abre a toda página con el titular: ??ASESINATO! ?DIOSA SEXUAL SOMALí MASACRADA ENTRE LA NIEVE!?. Cuando abro la revista, monto en cólera. Una combinación de dos fotos ocupa media página. Una es un fotograma de su última película, donde muestra toda su belleza. La otra es una fotografía del depósito de cadáveres, con su cuerpo sobre la camilla en una bolsa con la cremallera abierta. Aparece desnuda y destrozada, ultrajada por segunda vez. Debajo aparecen otras fotos más peque?as, pero no menos truculentas.

Jaakko ha escrito un artículo que habla de Sufia Elmi como la Dalia Negra de Finlandia. Ha conseguido presentar el asesinato de Sufia como un crimen racista y sexual a la vez y recuerda un asesinato legendario de Hollywood. Me pregunto si el asesinato de Sufia también pasará a la leyenda, si pasará a ser la Dalia Negra de Finlandia para siempre. Eso me perturba. Es como si la tragedia de su muerte se hubiera olvidado antes incluso de ser reconocida, quitándole importancia a favor del sensacionalismo y del macabro atractivo del asesinato de un famoso.

Yo no quería que se publicaran los detalles del asesinato. El maldito auxiliar forense debe de haberle vendido las fotos a Jaakko. Le acusaré de obstrucción a la justicia.

Suena mi móvil, es el padre de Sufia. Debe de haber visto las fotografías del depósito al mismo tiempo que yo. Respondo.

—Vaara.

—Inspector, soy Abdi Barre. Mi esposa está llorando. ?Puede imaginarse por qué?

Me lo imagino.

—Las fotos.

—Una amiga de mi esposa la llamó y le dijo que habían aparecido unas fotos nauseabundas de su hija asesinada en una revista indecente. Fue al quiosco y compró esa revista indecente. Está destrozada y humillada.

—Presentaré cargos contra la persona que haya vendido esas fotos a la revista.

—Ha fracasado en la protección de mi hija.

Entiendo su dolor, pero estoy harto de tragarme sapos.

—No puede esperar que me haga responsable de la seguridad en una instalación del Gobierno sobre la que no tengo ningún control.

—Yo le hago responsable de todo lo relacionado con mi hija.

Una vez más, me trata como si se me juzgara a mí por el asesinato de Sufia. No sé por qué y no es justo.

—Siento muchísimo el dolor que les han causado las fotos a usted y a su esposa. Me ocuparé de eso hoy mismo. No puedo hacer nada más.

—El Corán nos ense?a, inspector Vaara, que ?cuando el cielo se parta por la mitad, cuando las tumbas se abran, cada alma tendrá que responder por sus logros y sus fracasos?. Para mi esposa y para mí, el cielo se ha partido por la mitad. No fracase en su obligación.

Cuelga el teléfono. Me siento como si me acabara de dar un pu?etazo en la cara.

Antes de que tenga tiempo de recuperarme de las acusaciones de Abdi, Valtteri llama a la puerta y entra.

—Antti y Jussi han vuelto —me informa, al tiempo que me da las llaves de la casa de Seppo—, y Heli está aquí.

Valtteri sale; entonces, entra ella.

Salvo esa misma ma?ana, no hemos hablado desde que me dejó, hace a?os. No creí que me pasaría, pero encontrarme a solas en una habitación con ella hace que se me acelere el pulso. Enciendo un cigarrillo e intento ocultar mi incomodidad.

—Gracias por venir. Siéntate.

Ella cuelga un abrigo de chinchilla y un gorro a juego.

—No me has dejado muchas opciones.

Apoya las manos en las caderas y mira a su alrededor, como si buscara algo que criticar. Si es así, no encuentra nada. Tengo una mesa de roble bien limpia, bonitos cuadros en las paredes y una alfombra persa en el suelo que pagué de mi bolsillo. Una de mis teorías para la vida es que la felicidad deriva en parte de un entorno agradable.

Se inclina sobre mi escritorio y coge un retrato de Kate.

—Muy guapa —dice. Parece molesta por ello. Se sienta frente a mí.

—?Quieres algo? ?Café, un refresco, agua?

—?Qué eres, una azafata? Ya te lo he dicho antes, te has tomado muchas molestias para poder verme. Si querías que quedáramos para tomar café, bastaba con llamarme.