ángeles en la nieve

—Mantenme al corriente —concluye. Y cuelga.

Dada la naturaleza del crimen, sería sobrepasar los límites de lo legal meter a Seppo en chirona sin comprobar primero su coartada, pero la reacción de Jyri me hace pensar que quizá tenga motivos propios para gestionar la detención de este modo. Pido las órdenes de detención y de registro, y solicito los registros telefónicos y bancarios de Seppo.

Vuelvo a la sala donde Jussi y Antti siguen trabajando duro.

—Marchaos a casa —les digo—, dormid un poco y volved a las ocho de la ma?ana. Vamos a efectuar una detención.

Antti se ilumina.

—?Quién?

En ese momento suena mi móvil.

—Vaara.

—Soy el doctor Jukka Tikkanen, de los Servicios de Urgencias del Centro de Salud Kittil?. Su esposa ha tenido un accidente.

El corazón se me dispara y el teléfono me tiembla en la mano.

—?Qué tipo de accidente?

—Se ha caído esquiando y se ha fracturado el fémur izquierdo.

—?Está bien?

—Dentro de lo que cabe.

—Voy para allá.

Jussi y Antti se me quedan mirando, preguntándose cuál es la mala noticia.

—Kate se ha roto una pierna. Tengo que irme.

Cojo el abrigo y mientras me lo abrocho recuerdo la pregunta de Antti.

—Ah, sí, vamos a arrestar a un tal Seppo Niemi.

Paro junto a la entrada de Urgencias y dejo el Saab en una zona prohibida. Hay un viejo en la calle, fumándose un cigarrillo. Tropiezo con su silla de ruedas y le pido disculpas. Las puertas automáticas se abren, demasiado lentas, y empujarlas no sirve de nada. En el mostrador de ingresos hay cola. Se supone que tengo que coger número y esperar mi turno. Me acerco al mostrador y muestro mi placa de Policía.

—Kate Vaara. ?Dónde está?

La recepcionista finge que no me ha visto y sigue hablando con el paciente que tiene delante. Doy un palmetazo sobre el mostrador.

—?Ya!

Ella parece enfadada, pone cara de fastidio y mira en el ordenador.

—Katherine Vaara está en la habitación 207, agente.

Encuentro a Kate en una cama, con la pierna izquierda enyesada desde la planta del pie hasta la cadera. Su piel, ya de por sí pálida, parece de cera. Tiene los labios apretados. Extiende los brazos en busca de mi abrazo. Cuando se lo doy, aprieta la boca contra mi oído y le oigo contener un sollozo.

—Quiero irme a casa —me implora.

—Dime qué ha pasado.

—Más tarde.

No puedo hacerle la siguiente pregunta, pero ella me lee el pensamiento y me suelta.

—Me han hecho una resonancia. —Hace una pausa y consigue esbozar una sonrisa—. No hay un ni?o, sino dos.

—?Dos?

—Vamos a tener gemelos, y los dos están bien.

Le pongo una mano en el vientre, sobrecogido de felicidad y alivio.

—Kate, eso es maravilloso.

No dice nada. No sé si a ella le parece maravilloso o no. Le hago una pregunta tonta.

—?Estás bien?

Kate intenta mantener el control.

—No.

—?Te duele mucho?

Sacude la cabeza.

—Ahora no.

—?Van a dejarte ir a casa?

—No lo sé.

Encuentro a su médico.

—Ha tenido suerte —me explica—. Se ha fracturado el fémur, pero no es grave. Si el golpe se hubiera producido más cerca de la cadera o la fractura fuera más profunda, tendría que permanecer en tracción un par de meses. Ya tiene un clavo en esa cadera. Si se la hubiera roto de nuevo, quizás se habría quedado paralítica para siempre. Voy a darle la baja laboral.

—?Puedo llevármela a casa?

El médico se encoge de hombros.

—Claro.

Kate recibe unas muletas y gestionamos el alta. Le cuesta meterse en la parte trasera del Saab. De camino a casa intento hablar con ella, pero aún no está lista.