ángeles en la nieve

—No. Creo que su familia mandó que se lo hicieran.

He pasado por alto el tejido cicatrizado porque la vagina de Sufia está cubierta de sangre seca y da?ada por acción de la botella de cerveza. Estoy impresionado, pero no debería. En los a?os noventa, cuando Finlandia aceptó a miles de refugiados somalíes para ayudarlos a escapar del genocidio, me esforcé por aprender un poco sobre la cultura somalí. La gran mayoría de las mujeres somalíes han sido sometidas al ritual de la clitorectomía como se?al de paso a la edad adulta.

—?Habías visto algo así? —le pregunto.

—Sólo en fotografías. Esto es lo que llaman una clitorectomía de tipo II. Al faltar los labios menores y el clítoris, las estructuras perineales anteriores presentan un perfil raro.

—Tiene aspecto de haberle dolido lo indecible.

—En mi opinión, creo que debió de ser para gritar hasta dejarse la voz. Le amputaron el clítoris desde la raíz, a nivel del hueso.

Pienso en su apartamento y las sábanas y las medias manchadas de semen.

—?Podía obtener placer del sexo?

—No el placer físico que suele asociársele.

—?Has descubierto algo sobre el ataque sexual con la botella?

—No mucho; se la metió girándola, y fue cortando a su paso. Hay restos de semen, pero eso no demuestra nada. El asesino provocó tantos da?os que no puedo saber si fue violada o no. Me pregunto si es tan listo como brutal. Pudo haber copulado un día o dos antes de su asesinato.

El examen externo ha acabado. El auxiliar está dando cuenta de una manzana, tira el corazón a la basura y deja la revista que está leyendo. Pesa y mide el cuerpo.

—Un metro y setenta y cuatro; cuarenta y cuatro kilos.

Los auxiliares forenses son tipos curiosos, tienden a permanecer en sus trabajos mal pagados durante décadas. Viven al fresco, en el tranquilo ambiente del depósito de cadáveres, trasladando y lavando cuerpos. Me pregunto cómo debe de ser eso. Traslada el cadáver de Sufia mientras Esko se da un respiro. Nos tomamos otro café. Parece perdido en sus pensamientos, así que permanezco en silencio para dejarle que resuelva sus cosas.

El auxiliar traslada a Sufia a una mesa de autopsias de aluminio con inclinación. Tiene los bordes elevados, grifos y desagües para eliminar la sangre y los restos de la porquería. Luego lava el cuerpo. Si quedaba alguna prueba en el cadáver, se va por el desagüe. Coloca un soporte corporal, un ladrillo de goma, bajo la espalda de la víctima, para que el pecho sobresalga. Así será más fácil abrirla.

Recuerdo la primera vez que salí a cazar ciervos. Me llevaron mi hermano mayor, Juha, y unos amigos suyos. Los perros de caza acorralaron al ciervo, un macho de cola blanca y astas de seis puntas: como era mi primera vez, me dejaron disparar. La bala le pasó por detrás del hombro y le atravesó el corazón: un golpe certero. Juha me pasó un cuchillo y me dijo lo que tenía que hacer. Abrí el ciervo del esternón a los genitales y hundí mis manos en su interior para sacar los órganos. Aquella ma?ana hacía un frío terrible, y el calor del interior del animal muerto me hizo suspirar de placer.

—?No es incómodo trabajar con cuerpos fríos? He asistido a unas cuantas autopsias hasta ahora, pero nunca se me había ocurrido pensar en ello.

—Te acostumbras, como a todo. La carne refrigerada es más fácil de manipular. A temperatura ambiente está blanda y es más difícil de cortar.

Esko vuelve al trabajo. Practica una incisión en forma de Y de hombro a hombro y hasta la punta del esternón. Levanta la piel en forma de solapas. La del pecho le queda sobre el rostro, dejando expuestos sus huesos y sus músculos.

Retira las costillas y separa el esófago y la laringe cortando arterias y ligamentos. Corta el tejido conectivo que une los órganos internos a la vejiga, la espina dorsal y al recto, y luego los saca en bloque. Saca su cuchillo del pan y empieza a hacer secciones de órganos para obtener muestras.

—?Qué aspecto tiene el hígado? —le pregunto.