ángeles en la nieve

Saco las cámaras y empiezo a tomar fotografías. Las sábanas están manchadas de semen, pero no aparece nada que pudiera relacionar a Sufia con su asesino.

En la mesilla, junto a la cama, hay dos libros. Uno es La doctrina del shock: el auge del capitalismo del desastre, de Naomi Klein. Una lectura compleja, y en inglés. Sufia debía de saber idiomas. El otro es Nalle ja Moppe: la vida de Eino Leino y L. Onerva. Trata de dos escritores finlandeses, ambos famosos por su poesía, por la historia de su vida y por su relación amorosa intermitente. Un texto romántico, pero de interés únicamente para alguien culto. Su agenda de direcciones también está en la mesita, junto a otros libros. La meto en la bolsa de pruebas. Tenía la esperanza de encontrar su monedero y su móvil, pero esto es mejor que nada.

En las series de televisión, los investigadores de la escena del crimen lo rocían todo con luminol y, por arte de magia, aparecen manchas de sangre invisibles, se resuelven los crímenes y los asesinos comparecen ante la justicia. De hecho, el luminol reacciona con muchas sustancias químicas, entre ellas la lejía de uso doméstico, y puede destruir otras pruebas. Si la habitación hubiera sido limpiada por profesionales antes de que yo la revisara, quizás usara el luminol, pero lo dejo como último recurso.

Saco las huellas de los pomos de las puertas, del escritorio, del lavabo, de cualquier superficie donde pueda haberlas, y empiezo a recoger posibles pruebas. Primero me dedico a los detalles, recojo pelo púbico y cabellos de la cama y del ba?o. Luego paso a cosas más grandes. Saco las sábanas sucias de la cama y las doblo hacia el interior para no alterar las pruebas al empaquetarlas.

En un armario encuentro varios pares de medias sucias en un cesto, la mayoría de ellas manchadas de semen. Empaqueto también las colillas y las botellas de licor. Ya con el suelo despojado, me paso una hora a cuatro patas repasando la alfombra en busca de pelo y fibras, enfocando la linterna de lado para ponerlos al descubierto.

Acabo y miro el reloj. He quedado con Esko para la autopsia dentro de cuarenta y cinco minutos. Este lugar contiene un montón de pruebas, pero no es para echar las campanas al vuelo. No hay nada que lleve el caso a una conclusión rápida, pero sí mucho que puede ayudarme a avanzar. Me siento en el borde de la cama un momento, para hacerme una idea mental de la persona que ha vivido aquí. Aquí ha habido mucha borrachera y mucho sexo.

Los asesinados no tienen intimidad; sus defectos y sus secretos son objeto de escrutinio cuando se trata de hacerles justicia. Debido a las circunstancias de su muerte, me he pasado las últimas veinticuatro horas convirtiendo a Sufia lenta y progresivamente en una santa: Sufia, el ángel en la nieve. Ha sido un error; no sé nada de ella. Para llegar a la verdad, necesito verla tal como era. Esta habitación es el inicio. Espero que la autopsia me diga más de Sufia.





7


Esko me da una taza de café y le pide al auxiliar forense que le traiga el cuerpo de Sufia. Esperamos en la sala de examen y yo dejo vagar la vista para pasar el rato. En las paredes hay fotografías de la familia de Esko: la boda de su hija, una suya con su mujer en un picnic de verano... Echo un vistazo a una bandeja de utensilios quirúrgicos. Entre las sierras y los escalpelos, los cinceles y los fórceps, encuentro un par de tijeras de podar.

—?Y esto para qué es?

—Aquí el presupuesto es escaso —explica—. Un par de tijeras para cortar costillas de una empresa de suministros quirúrgicos cuesta el triple. Y tampoco es que mis pacientes vayan a desangrarse si les pillo una arteria con un instrumento de escasa precisión.

Se acerca a la mesa y saca un cuchillo de cocina de entre la colección de escalpelos: