—Las tiendas de menaje son estupendas. Esto es un cuchillo de pan que encontré en unas rebajas en Anttila. Es perfecto para hacer secciones finas de órganos. Tiene una superficie de corte mucho mayor que un escalpelo y resulta mucho más útil, por mucho menos dinero. Tienes que pensar siempre en estas cosas si quieres gestionar un centro como éste, olvidado por el Gobierno.
El auxiliar, Tuomas, trae el cuerpo de Sufia en una camilla de ruedas.
—?Quiere que haga algo? —pregunta.
—Rompe los precintos de la bolsa y fotografía el cuerpo mientras me acabo el café —responde Esko, rascándose la barba gris.
Tuomas abre la cremallera de la bolsa. Sufia queda al descubierto, desnuda y profanada, envuelta en un plástico negro brillante, como una ofrenda presentada a un dios iracundo sobre el brillante altar de acero de la camilla de ruedas.
Esko tiene unas oscuras ojeras bajo los ojos.
—Supongo que tú tampoco has dormido mucho —comento.
—Estoy para el desguace —responde.
Interesante que lo diga él, teniendo en cuenta que a Sufia sí que la han desguazado, a golpes de martillo, como un trasto viejo.
—Llevo diecisiete a?os de forense de la provincia —me cuenta—, y nunca he visto algo así, por no decir que tampoco he practicado una autopsia para una investigación de asesinato a un cuerpo tan mutilado. Tal como te dije ayer, tengo miedo de cagarla. Me he pasado la mayor parte de la noche leyendo revistas de medicina legal por miedo a olvidarme algo.
—No lo harás —le tranquilizo.
El auxiliar acaba de tomar sus fotos. Se sienta en un taburete en el rincón y se quita el gorro. Unos mechones de pelo rubio y lacio le caen sobre el rostro. Se pone a leer una revista. No me molesto en saludarle. Cuando lo he hecho, en el pasado, él nunca ha respondido; se ha limitado a asentir y ha seguido con lo que estaba haciendo.
Esko examina el cuerpo aún en el interior de la bolsa, antes de limpiarlo. Pone en marcha una grabadora. Declara que ha identificado positivamente a la víctima como Sufia Elmi a partir de sus registros dentales y da cuenta de su raza, de su sexo, del color y de la longitud de su cabello, y de su edad. Le quita las bolsas de las manos y le rasca bajo las u?as, y separa la materia que obtiene y las bolsas para que puedan usarse como prueba. Toma muestras de los labios y el interior de la boca con unos algodones para efectuar análisis de ADN, y prosigue.
—Tiene una cuerda con un sencillo nudo corredizo alrededor del cuello, y por debajo una laceración en la garganta. —Le levanta la cabeza y retira la cuerda—. Las marcas no son profundas; el esófago no está aplastado. La asfixia no fue la causa de la muerte.
Examina el cuerpo buscando muestras de pelo y fibras, o cualquier otra materia extra?a. Las únicas muestras de pelo que encuentra muy probablemente sean de la víctima, a menos que el asesino sea de ascendencia africana, y no tenemos muchos negros en Kittil?, ni autóctonos ni turistas. Recoge unas fibras, quizá procedentes de las ropas que ya no están.
Repasa el cuerpo con una luz ultravioleta para provocar la fluorescencia de las secreciones y a continuación extrae muestras de sangre con una jeringa para toxicología. Aunque ya lo ha hecho una vez, toma muestras de sangre de varias partes del cuerpo. Una sola gota de la sangre del asesino podría revelar su identidad. No encuentra nada más y empieza a repasar las lesiones.
—Empezaré por los ojos —decide—. Unas heridas punzantes han penetrado en la córnea, el iris, la esclera y el humor vítreo. Queda muy poco fluido ocular. Las intrusiones toscas e irregulares hacen pensar en un instrumento impreciso, las heridas circulares correspondientes alrededor de los ojos sugieren que el instrumento usado fue la botella de cerveza rota aún encajada en la vagina del sujeto.
Me pongo en pie y miro las cuencas de los ojos de Sufia. Ayer mismo, ella podía ver a través de esos agujeros negros ba?ados en sangre. Me sorprendo a mí mismo deseando haber seguido el consejo del jefe de Policía y haberme apartado de la investigación. Me vuelvo a sentar, y Esko prosigue.
ángeles en la nieve
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