Sin una palabra

—Antes que nada, me gustaría disculparme por lo que ocurrió. Habían prometido pagarme por mi trabajo y por eso discutimos; pero nunca debería haber ocurrido delante de su esposa, la se?ora Archer.

 

Yo no dije nada.

 

—En cualquier caso —dijo llenando el vacío; evidentemente, no esperaba tener que llevar todo el peso de la conversación—, el hecho es que sí hay algunas cosas que me gustaría compartir con usted y su esposa y que podrían ser útiles en relación con la desaparición de su familia.

 

Seguí sin decir nada.

 

—?Puedo entrar? —preguntó ella.

 

Lo que de verdad quería era cerrarle la puerta en las narices, pero entonces me acordé de lo que había dicho Cynthia antes de que fuéramos a ver a Keisha por primera vez: que tenías que estar dispuesto a parecer un loco si había alguna posibilidad, aunque fuera una entre un millón, de que alguien pudiera contarte algo que resultara útil.

 

Por supuesto, Keisha Ceylon era ya un cartucho quemado, pero el hecho de que estuviera deseando enfrentarse a nosotros otra vez hizo que me preguntara si debía escuchar lo que tenía que decir.

 

Así que, tras vacilar un momento, abrí la puerta y la guié hacia el sofá de la sala en el que se había sentado Abagnall unas horas antes. Yo me senté frente a ella y crucé las piernas.

 

—Entiendo perfectamente que se muestre usted escéptico —dijo—, pero hay un montón de fuerzas misteriosas a nuestro alrededor todo el tiempo, y sólo unos pocos de nosotros somos capaces de ponernos en contacto con ellas.

 

—Mmm —fue todo lo que pude decir.

 

—Cuando llega a mi poder información que podría ser importante para alguien que tiene un problema, me siento en la obligación de compartirla. Es la única manera responsable de actuar cuando has sido bendecido con un don así.

 

—Por supuesto.

 

—La compensación económica es secundaria.

 

—Me lo imagino perfectamente.

 

Aunque había dejado entrar a Keisha Ceylon en casa con mis mejores intenciones, empezaba a preguntarme si había cometido un error.

 

—Ya veo que se burla de mí, pero es verdad que veo cosas.

 

?No debería haber dicho ?veo personas muertas?? ?Acaso no iba de eso todo aquello?

 

—Y estoy preparada para compartir estas cosas con su mujer y usted, si así lo quieren —continuó—. Me gustaría, sin embargo, que consideraran la posibilidad de darme algún tipo de compensación, ya que la cadena de la televisión no estaba dispuesta a hacerlo por ustedes.

 

—Ah —dije—. ?En qué tipo de compensación está pensando?

 

Ceylon arqueó las cejas, como si no hubiera pensado en una cantidad concreta antes de llamar a nuestra puerta.

 

—Bien, me pone usted en un aprieto —respondió—. Había pensado en unos mil dólares. Eso es lo que creía que iba a pagarme la cadena de televisión antes de que faltaran a su palabra.

 

—Ya veo —dije—. Quizá si pudiera darme primero una pista acerca de la información que quiere compartir con nosotros, me sería más fácil decidir si vale mil dólares.

 

Ceylon asintió.

 

—Me parece razonable —accedió—. Déme sólo un momento.

 

Se recostó sobre los cojines, irguió la cabeza y cerró los ojos. Estuvo unos treinta segundos sin moverse ni emitir ningún sonido. Parecía haber caído en una especie de trance, lista para contactar con el mundo de los espíritus.

 

—Veo una casa —dijo de pronto.

 

—Una casa —repetí.

 

Por fin llegábamos a alguna parte.

 

—En una calle; hay ni?os jugando, y muchos árboles, y veo a una mujer mayor que pasa por delante de nuestra casa, y un hombre mayor; hay otro hombre con ellos, aunque es más joven. Creo que podría ser Todd… Estoy intentando ver bien la casa, concentrarme en ella…

 

—Esa casa —intervine, inclinándome hacia ella—, ?es de color amarillo pálido?

 

Ceylon pareció cerrar los ojos con más fuerza.

 

—Sí, sí, así es.

 

—?Dios mío! —exclamé—. Y las contraventanas, ?son verdes?

 

Torció la cabeza hacia un lado, como si lo estuviera comprobando.

 

—Sí, lo son.

 

—Y debajo de las ventanas ?hay jardineras? —pregunté—. ?Para poner flores? ?Petunias? ?Podría decirme si es así? Es muy importante.

 

Asintió muy lentamente.

 

—Sí, es exactamente así. Las jardineras están llenas de petunias. Esta casa… ?la conoce?

 

—No —respondí encogiéndome de hombros—. Me lo estoy inventando sobre la marcha.

 

Los ojos de Ceylon se abrieron de golpe llenos de furia.

 

—Hijo de la grandísima puta.

 

—Creo que hemos terminado —repliqué.

 

—Me debe mil dólares.

 

La primera vez que te enga?an es culpa tuya. La segunda…

 

—Creo que no.

 

—Me va a pagar mil dólares porque… —Intentó pensar en algo—. Porque sé algo más. He tenido otra visión. Sobre su hija, su hija peque?a. Corre un gran peligro.

 

—?Gran peligro? —repetí.

 

—Así es. Está en un coche. Si me paga, le contaré más para que pueda salvarla.

 

Oí una puerta de coche que se cerraba fuera.

 

—Yo también tengo una visión —dije, tocándome las sienes con los dedos—. Veo a mi mujer entrar por esa puerta de un momento a otro.