Sin una palabra

—A partir de ahora no te voy a ocultar nada —le dije a Cynthia—. Y ha ocurrido algo más que deberías saber.

 

Se detuvo antes de abandonar la cocina, pero no se dio la vuelta para mirarme.

 

—Acabo de hablar con la mujer de Abagnall —informé—. Ha desaparecido.

 

Pareció que se inclinaba hacia un lado, como si el aire la hubiera abandonado.

 

—?Cómo dices? —consiguió preguntar.

 

Le conté la conversación que había tenido con la mujer de Abagnall.

 

Se quedó allí de pie un momento más y apoyó una mano en la pared para recobrar la compostura.

 

—Tengo que ir a la funeraria —dijo al fin—. Hay que tomar algunas decisiones de última hora.

 

—Claro —respondí—. ?Quieres que vaya contigo?

 

—No —replicó, y se marchó.

 

Estuve un rato sin saber qué hacer además de preocuparme. Limpié la cocina, recogí la casa e intenté sin éxito asegurar el pie del telescopio de Grace.

 

Al volver abajo mis ojos se detuvieron en las dos cajas de zapatos que había sobre la mesita del café y que Abagnall nos había devuelto el día anterior. Las cogí, las llevé a la cocina y las puse sobre la mesa.

 

Empecé a sacar cosas, una por una, del mismo modo, me imaginé, que debía de haber hecho Abagnall.

 

Al llevarse las cosas de su casa cuando era una adolescente, Cynthia se había limitado a volcar el contenido de los cajones en aquellas cajas, incluyendo el de las mesitas de noche de sus padres. Como la mayoría de los cajones peque?os, éstos se habían convertido en depósito de todo tipo de cosas, importantes o no: calderilla, llaves que ya no se sabía para qué servían, recetas, quinielas, recortes de prensa, botones y bolígrafos viejos…

 

Clayton Bigge no era precisamente un sentimental, pero guardaba cosas curiosas, como recortes de periódico. Por ejemplo, había uno en el que aparecía el equipo de baloncesto al que había pertenecido Todd. Pero sobre todo, conservaba cualquier artículo que tratara sobre pesca. Cynthia me había contado que leía la sección de deportes del periódico en busca de noticias de torneos de pesca, y la de viajes por si aparecían lagos que no se incluyeran en los circuitos habituales y en los que había tantos peces que prácticamente saltaban dentro de la barca.

 

En la caja había una media docena de recortes de este tipo, que Cynthia debía de haber sacado de la mesita de noche de Clayton muchos a?os atrás, antes de que los muebles de la casa, y la propia casa, fueran vendidos. Me pregunté cuánto tardaría en darse cuenta de que no tenía mucho sentido seguir guardándolos. Desdoblé todos los recortes, con cuidado de que no se rompieran, para asegurarme de lo que contenían.

 

Uno de ellos me llamó la atención.

 

Lo habían sacado de las páginas del Hartford Courant, y trataba sobre la pesca con mosca en el río Housatonic. Quienquiera que hubiera recortado el artículo —Clayton, presumiblemente— había sido extremadamente meticuloso, resiguiendo con las tijeras el espacio entre la primera columna de aquel artículo y la última de otro que habían descartado. La historia había estado situada sobre unos anuncios u otros artículos que ya no estaban ahí.

 

Lo que me pareció extra?o es que hubieran dejado allí un artículo que no tenía ninguna relación con la pesca con mosca.

 

Sólo medía unos centímetros.

 

La policía aún no tiene ninguna pista sobre la muerte por atropello de Connie Gormley, de veintisiete a?os y natural de Sharon, cuyo cuerpo se encontró tirado en la cuneta de la carretera 7 el sábado por la noche. Los investigadores creen que Gormley, una mujer soltera que trabajaba en el Dunkin' Donuts de Torrington, caminaba junto a la autopista cerca del puente Cornwall cuando fue alcanzada por un coche que iba en dirección sur el viernes por la noche. La policía ha confirmado que por lo visto el cuerpo de Gormley fue colocado en el arcén después de que el coche lo golpeara.

 

La policía maneja la teoría de que fue el propio conductor del vehículo el que movió el cuerpo, para que tardara más en descubrirse.

 

?Por qué habrían recortado con tanto cuidado todo lo que había alrededor del artículo de pesca y sin embargo habían dejado aquella historia? La fecha que se podía leer en la parte superior del periódico era el 15 de octubre de 1982.

 

Estaba dándole vueltas a todo esto cuando oí que llamaban a la puerta. Dejé el recorte a un lado, me levanté de la silla y fui a abrir.

 

Keisha Ceylon. La vidente. La mujer con la que nos había citado la cadena de televisión y que había perdido inexplicablemente su capacidad para captar vibraciones sobrenaturales cuando se dio cuenta de que los productores no le iban a extender un cheque.

 

—?Se?or Archer? —preguntó.

 

Su aspecto seguía siendo atípico: traje de ejecutiva, sin pa?uelos ni enormes pendientes.

 

Asentí con cautela.

 

—Soy Keisha Ceylon. Nos conocimos en la emisora de televisión.

 

—La recuerdo —respondí.