Ambos habríamos preferido ir a ver a Tess sin llevarnos a Grace, pero era casi imposible encontrar una canguro sin haber avisado antes. Y no sólo eso: el hecho de saber que alguien había estado observando nuestra casa hacía que no nos sintiéramos muy cómodos dejando a Grace al cuidado de otra persona.
Así que le dijimos que se llevara algo para entretenerse (ella agarró de nuevo el libro Cosmos y un DVD de la peli de Jodie Foster, Contact), de modo que nosotros pudiéramos hablar con tranquilidad.
Grace no estuvo tan parlanchina como era habitual en ella; supongo que notaba la tensión que se respiraba en el coche, y decidió, sabiamente, controlarse.
—Quizá podríamos comprar helado al volver a casa —dije, rompiendo el silencio—. O que Tess nos dé un poco. Lo más seguro es que todavía le quede del de su cumplea?os.
Al cabo de un rato abandonamos la carretera principal entre Milford y Derby y tomamos la calle de Tess.
—Su coche está en casa —se?aló Cynthia.
Tess conducía un todoterreno Subaru. Siempre decía que no quería quedarse atascada en una tormenta de nieve si necesitaba provisiones.
Grace fue la primera en salir del coche y correr hacia la puerta de entrada.
—Espera un momento, compa?era —le pedí—. No puedes irrumpir así de golpe.
Cynthia y yo nos acercamos a la puerta y yo llamé con los nudillos. Al cabo de unos segundos volví a hacerlo, con más fuerza.
—Quizás esté en la parte de atrás —sugirió Cynthia—. Trabajando en el jardín.
Así que rodeamos la casa. Grace, como era habitual, iba unos pasos por delante, saltando y brincando. Antes de que llegáramos a la parte de atrás, ella ya estaba de vuelta.
—No está —informó.
Fuimos a comprobarlo, por supuesto, pero Grace tenía razón. Tess no estaba en el jardín trasero, trabajando mientras el crepúsculo daba paso a la noche.
Cynthia llamó a la puerta de atrás, que daba directamente a la cocina.
No hubo ninguna respuesta.
—Qué extra?o —dijo.
También era extra?o que, pese a estar anocheciendo, no hubiera ninguna luz encendida en la casa. Dejé a Cynthia en el escalón inferior y atisbé por la minúscula ventana de la puerta.
No podía estar seguro, pero me pareció ver algo en el suelo de la cocina, como una mancha en las baldosas blancas y negras.
Una persona.
—Cynthia —ordené—, llévate a Grace al coche.
—?Qué pasa?
—No dejes que entre en la casa.
—Por Dios, Terry —susurró—, ?qué ocurre?
Agarré el pomo de la puerta, lo giré lentamente y empujé, para comprobar si la puerta estaba cerrada con llave. No era así.
Di un paso hacia el interior mientras Cynthia miraba por encima de mi hombro; tanteé la pared con la mano en busca del interruptor y encendí la luz.
Tess estaba tendida sobre el suelo de la cocina, bocabajo, con la cabeza torcida en un ángulo extra?o, un brazo estirado y el otro sobre la espalda.
—?Dios mío! —exclamó Cynthia—. ?Ha debido de tener un ataque al corazón!
No es que yo fuera licenciado en medicina ni nada parecido, pero para ser un ataque al corazón, había demasiada sangre derramada sobre el suelo.
Capítulo 20
Quizá si Grace no hubiera estado allí Cynthia se habría desmayado. Pero cuando oyó a nuestra hija llegar corriendo, lista para subir el escalón y meterse en la cocina, se dio media vuelta, le bloqueó el paso y se la llevó hacia el jardín delantero.
—?Qué pasa? —gritó Grace—. ?Tía Tess?
Me arrodillé junto a la tía de Cynthia y con mano vacilante toqué su espalda. Estaba tremendamente fría.
—Tess —susurré.
Había tanta sangre bajo ella que no quise darle la vuelta; además, oía unas voces en mi cabeza que me aconsejaban que no tocara nada. Así que me moví un poco y me arrodillé aún más para verle la cara. La visión de sus ojos abiertos e inmóviles mirando al infinito me dejó helado.
Pese a no tener mucha experiencia, me pareció que la sangre estaba seca y coagulada, como si Tess llevara así un buen rato. Y en la habitación flotaba un hedor terrible, del que justo ahora empezaba a darme cuenta.
Me puse repentinamente en pie y me dirigí hacia el teléfono de pared que había junto al corcho, y allí me detuve. De nuevo esa voz, que me decía que no tocara nada. Saqué mi móvil e hice la llamada.
—Sí, me esperaré aquí —le dije a la operadora de emergencia—. No pensaba ir a ningún lado.
Pero sí que salí de la casa por la puerta de atrás y di la vuelta hasta delante, donde encontré a Cynthia sentada, con Grace en su regazo, en el asiento delantero de nuestro coche, con la puerta abierta. Grace tenía los brazos alrededor del cuello de su madre y parecía que había estado llorando. Cynthia, por el momento, estaba demasiado impresionada para derramar una lágrima.
Me lanzó una mirada interrogativa, y respondí moviendo la cabeza arriba y abajo un par de veces, muy lentamente.
—?Qué ha pasado? —me preguntó—. ?Crees que ha sido un ataque al corazón?
—?Un ataque al corazón? —preguntó Grace—. ?Está bien? ?La tía Tess está bien?
—No —respondí a Cynthia—. No ha sido un ataque al corazón.