Sin una palabra

Al final de la clase, mientras salía, dejó caer una hoja de papel en mi mesa.

 

Querido Cualquiera. ésta es una carta de un cualquiera a otro cualquiera, sin necesidad de ningún nombre, porque en realidad nadie conoce a nadie. Y los nombres no suponen ninguna maldita diferencia. El mundo en su totalidad está compuesto por extra?os. Millones y millones de ellos. Todos somos extra?os para los demás. A veces creemos que conocemos a alguien, especialmente a aquellos a los que se supone que nos sentimos más cercanos, pero si realmente los conocemos, ?por qué tan a menudo nos sorprenden las mierdas que hacen? Es como los padres: siempre les sorprende lo que hacen sus hijos. Los crían desde que son bebés, pasan todos y cada uno de los días de su vida con ellos y creen que son unos malditos y jodidos ángeles, y entonces un día la poli llama a su puerta y les dice: ??Sabéis qué, padres? Vuestro hijo acaba de aplastarle la cabeza a otro ni?o con un bate de béisbol?. O bien tú eres el hijo, y crees que las cosas van jodidamente bien, y entonces un día el tipo ese que se supone que es tu padre dice: ?Hasta nunca, que tengas una buena vida?. Y tú piensas: ??qué co?o es esto??. Así que a?os después, tu madre termina viviendo con otro tipo, y parece majo, pero te preguntas ?cuándo ocurrirá? Eso es la vida: preguntarte a ti mismo ?cuándo ocurrirá? Porque si durante mucho, mucho tiempo no ha ocurrido, sabes que está a punto de llegar. Mis mejores deseos, Cualquiera.

 

 

 

Lo leí un par de veces, y luego escribí una A en la parte superior con mi bolígrafo rojo.

 

Quería pasarme por la tienda de Pam a la hora del almuerzo para ver a Cynthia, y mientras me dirigía a mi coche en el aparcamiento de profesores, vi a Lauren Wells aparcando el suyo en el sitio libre junto al mío, conduciendo con una mano y sujetando un móvil contra su oreja con la otra.

 

Había conseguido evitarla durante los últimos dos días y en aquel momento no quería hablar con ella, pero Lauren bajó la ventanilla, me miró mientras seguía hablando por el móvil y me hizo una se?a para que aguardara. Apagó el motor y dijo al teléfono: ?Espera un segundo?, y luego se volvió hacia mí.

 

—?Eh! —exclamó—. No te había visto desde que volvisteis a ver a Paula. ?Vais a salir otra vez en el programa?

 

—No —respondí.

 

Su cara mostró un gesto de decepción.

 

—Qué lástima —dijo—. Podría haber ayudado, ?no? ?Dijo Paula que no?

 

—Nada que ver con eso —repliqué.

 

—Oye —insistió Lauren—. ?Podrías hacerme un favor? Será sólo un segundo. ?Podrías decirle hola a mi amiga?

 

—?Qué?

 

Me tendió el móvil.

 

—Se llama Rachel. Sólo tienes que saludarla. Di: ?Hola, Rachel?. Se va a morir cuando le diga que eres el marido de la mujer que salió en la tele.

 

Abrí la puerta de mi coche y antes de meterme grité: —Déjame en paz, Lauren.

 

Se me quedó mirando con la boca abierta y luego chilló, lo bastante alto como para que la oyera a través del cristal.

 

—?Te crees que eres la bomba pero no lo eres!

 

Cuando llegué a Pamela's, Cynthia no estaba allí.

 

—Ha llamado diciendo que el cerrajero iba a ir a vuestra casa —explicó Pamela.

 

Miré el reloj. Era casi la una. Calculaba que si el cerrajero había llegado a su hora, habría terminado a las diez o como mucho a las once.

 

Me metí la mano en el bolsillo para coger el móvil, pero Pam me ofreció el teléfono del mostrador.

 

—Hola, Pam —contestó Cynthia. Había visto el número en el identificador de llamadas—. Lo siento mucho. Ahora mismo salgo.

 

—Soy yo —dije.

 

—?Oh!

 

—Me he pasado por aquí; pensaba que estarías.

 

—El tipo llegó tarde y hace poco que se ha ido. Estaba a punto de salir.

 

—Dile que no se preocupe —terció Pam—; esto está muy tranquilo. Que se tome el día libre.

 

—?Lo has oído? —le pregunté a Cynthia.

 

—Sí. Quizá sea una buena idea. No puedo concentrarme en nada. Ha llamado Abagnall. Quiere vernos; vendrá a las cuatro y media. ?Podrás estar en casa?

 

—Claro. ?Qué te ha dicho? ?Ha descubierto algo?

 

Pamela arqueó las cejas.

 

—No me ha dicho nada. Dijo que lo hablaría con nosotros cuando viniera.

 

—?Estás bien?

 

—Me siento un poco rara.

 

—Ya, yo también. Pero puede ser que nos diga que no ha encontrado nada.

 

—Lo sé.

 

—?Vamos a ir a ver a Tess ma?ana?

 

—Le he dejado un mensaje. No llegues tarde, ?vale?

 

Tras colgar, Pamela me preguntó:

 

—?Qué pasa?

 

—Cynthia contrató… contratamos a un detective para que investigara la desaparición de la familia de Cynthia.

 

—?Oh! —exclamó—. Bueno, no es asunto mío, pero si quieres que te dé mi opinión, hace tanto tiempo que pasó que estáis tirando el dinero. Nadie sabrá nunca lo que ocurrió esa noche.

 

—Te veo luego, Pam —me despedí—. Gracias por dejarme usar el teléfono.

 

—?Le apetece un café? —le preguntó Cynthia a Denton Abagnall cuando éste llegó a casa.