Sin una palabra

—Suena delicioso.

 

—En cualquier caso, se lo conté todo. Lo del dinero, lo de la carta. Le di todos los detalles. Estaba muy interesado.

 

Mentí.

 

—Ya me lo imagino.

 

—El se?or Abagnall no tenía muchas esperanzas de encontrar huellas dactilares después de todos estos a?os.

 

—Ha pasado mucho tiempo, Tess, y tú las has manoseado bastante. Pero creo que dárselo todo fue la mejor elección. Si te acuerdas de algo más, deberías llamarle.

 

—Eso es lo que él me ha pedido y me ha dado su tarjeta. La acabo de colgar en el corcho, junto al teléfono, justo al lado de la foto de Grace con Goofy. No sé cuál de los dos tiene más cara de bobo.

 

—Muy bien —le dije.

 

—Dale un abrazo a Grace de mi parte —me pidió.

 

—Lo haré. Te quiero, Tess —me despedí, y colgué.

 

—?Te lo ha contado? —me preguntó Cynthia cuando volví a la habitación.

 

—Me lo ha contado.

 

Cynthia estaba estirada sobre la colcha, con el pijama puesto.

 

—Llevo toda la noche pensando en hacerte el amor loca y apasionadamente, pero estoy tan cansada que no creo que pudiera llegar demasiado lejos.

 

—No soy muy exigente.

 

—?Y qué te parece si te hago un vale?

 

—Perfecto. Quizá deberíamos dejar a Grace con Tess un fin de semana e irnos a Mystic, a un hotelito.

 

A Cynthia le pareció bien.

 

—Quizás allí arriba también consiga dormir bien —comentó—. últimamente mis sue?os han sido un poco… inquietantes.

 

Me senté en el borde de la cama.

 

—?Qué quieres decir?

 

—Es lo que le dije a la doctora Kinzler. Les oigo hablar. Hablan conmigo, creo, y yo hablo con ellos, o hablamos unos con los otros, pero es como si estuviera con ellos y al mismo tiempo no lo estuviera, y casi puedo alargar la mano y tocarlos. Pero cuando lo consigo, es como si fueran de humo. Simplemente se desvanecen.

 

Me incliné hacia ella y la besé en la frente.

 

—?Le has dado las buenas noches a Grace?

 

—Mientras estabas hablando con Tess.

 

—Intenta dormir un poco. Voy a darle yo también un beso.

 

Como siempre, la habitación de Grace estaba completamente a oscuras, para poder ver mejor las estrellas a través de su telescopio.

 

—?Estamos a salvo esta noche? —pregunté mientras me deslizaba en el cuarto y cerraba la puerta a mi espalda para que no entrara luz.

 

—Parece que sí —confirmó Grace.

 

—Eso está bien.

 

—?Quieres mirar?

 

Grace tenía el telescopio situado a la altura de sus ojos, pero no quería agacharme tanto, así que cogí la silla de Ikea de su escritorio, la coloqué frente al telescopio y me senté. Miré a través de la lente y no vi nada aparte de negritud salpicada de unos cuantos destellos de luz.

 

—Muy bien, ?qué es exactamente lo que estoy observando?

 

—Estrellas —respondió Grace.

 

Me di la vuelta y la miré; ella se reía con aire travieso en la escasa luz.

 

—Gracias, Carl Sagan —repliqué. Volví a situar mi ojo en el objetivo, y al intentar enfocarlo se desprendió de la base—. ?Vaya! —exclamé.

 

La cinta adhesiva que Grace había usado para asegurar el telescopio se había soltado.

 

—Ya te lo dije. Era un apa?o bastante cutre.

 

—Vale, vale —contesté.

 

Volví a mirar por el objetivo, pero se había desviado, y todo lo que pude ver fue un círculo tremendamente aumentado de la acera de enfrente de casa.

 

Y a un hombre observándonos. Su cara, borrosa y difusa, ocupaba toda la visión.

 

Me aparté del telescopio, me levanté de la silla y me dirigí a la ventana.

 

—?Quién demonios es ése? —dije, más para mí mismo que para Grace.

 

—?Quién? —preguntó ella, al tiempo que se acercaba a la ventana para ver cómo el hombre se alejaba corriendo—. ?Quién era, papá? —repitió.

 

—Quédate aquí —le ordené.

 

Luego salí de la habitación, bajé las escaleras de dos en dos y casi aterricé frente a la puerta. Corrí hasta el final del camino de entrada y observé la calle en la dirección en la que había huido el hombre. A unos cincuenta metros, las luces rojas de un coche aparcado se encendieron junto a la acera cuando alguien lo puso en marcha y se largó.

 

Yo me encontraba demasiado lejos, y estaba demasiado oscuro para ver la matrícula o entrever qué clase de coche era antes de que girara en la esquina y se desvaneciera. Azul, marrón, gris… era imposible de asegurar. Tuve la tentación de meterme en mi coche, pero las llaves estaban en casa, y para cuando las cogiera el hombre estaría ya en Bridgeport.

 

Cuando entré por la puerta principal me encontré a Grace allí de pie.

 

—Te dije que te quedaras en tu cuarto —le espeté, enfadado.

 

—Sólo quería ver…

 

—Vete ahora mismo a la cama.