Sin una palabra

—Entonces creo que me tomaré un vaso de vino con la cena —comentó ella.

 

Le devolví su sonrisa juguetona.

 

—Creo que te irá muy bien.

 

—Yo voy a tomarme un batido —dijo Grace—. De cereza.

 

Al llegar a casa después de la cena, Grace se esfumó a mirar algún documental del Discovery Channel que explicaba de qué estaban hechos realmente los anillos de Saturno, y Cynthia y yo nos acomodamos en la mesa de la cocina. Yo sumaba y restaba cifras en una pizarra Vileda, probando de distintas formas. Aquél era el lugar en el que nos sentábamos cuando teníamos que resolver problemas financieros importantes del tipo: ?podíamos permitirnos un segundo coche?, ?un viaje a Disney World dejaría nuestra cuenta en números rojos?

 

—Me parece —le informé, observando las cifras— que nos podemos permitir contratar al se?or Abagnall dos semanas en lugar de una. No creo que eso nos vaya a arruinar, ?no?

 

Cynthia puso su mano sobre la que yo estaba usando para escribir.

 

—Te quiero, ?sabes?

 

En la otra habitación, el locutor de la televisión dijo ?Urano? y Grace se rió.

 

—?Te he contado alguna vez —preguntó Cynthia— cómo destrocé la cinta de James Taylor de mi madre?

 

—No.

 

—Debía de tener doce o trece a?os, y mamá tenía muchas cintas de música. Le encantaban James Taylor, Simon y Garfunkel, Neil Young y muchos más, pero sobre todo James Taylor. Decía que tanto podía alegrarla como entristecerla. Un día me enfadé con mi madre: había una camiseta que quería ponerme para ir a la escuela y estaba en la cesta de la ropa sucia, así que me quejé porque no había hecho su trabajo.

 

—Aquello no debió de sentarle muy bien.

 

—Peor que eso. Me dijo que si no estaba satisfecha con la limpieza de la ropa, ya sabía dónde estaba la lavadora. Así que abrí el radiocasete que tenía en la cocina, cogí la cinta que había dentro y la lancé al suelo con todas mis fuerzas. Se partió por la mitad y la cinta se desparramó por todas partes. Quedó inservible.

 

Seguí escuchando.

 

—Me quedé helada; no podía creer que lo había hecho, y creí que iba a matarme. Pero en lugar de eso, dejó lo que estaba haciendo, vino hacia mí, cogió la cinta con toda la calma del mundo, miró cuál era y dijo: ?James Taylor. En ésta está Your Smiling Face. Es mí favorita. ?Sabes por qué me gusta? —me preguntó—. Porque empieza diciendo que cada vez que veo tu cara, tengo que sonreír, porque te quiero?. Bueno, era algo así. Y a?adió: ?Es mi favorita porque cada vez que la escucho me acuerdo de ti, y de lo mucho que te quiero. Y justo ahora, necesitas más que nunca que escuche esa canción?.

 

A Cynthia se le habían humedecido los ojos.

 

—Así que, después de la escuela, me fui en autobús al centro comercial y encontré la cinta. Se titulaba JT. La compré, la llevé a casa y se la di. Ella rompió el envoltorio de celofán y puso la cinta en el radiocasete y me preguntó si quería oír su canción preferida.

 

Una lágrima solitaria rodó por su mejilla y cayó sobre la mesa de la cocina.

 

—Me encanta esa canción —dijo Cynthia—. Y la echo tanto de menos…

 

Más tarde telefoneó a Tess. Por nada en especial, sólo para charlar. Después vino a la habitación en la que teníamos la máquina de coser y el ordenador, y donde yo estaba escribiendo un par de notas para mis estudiantes con mi vieja Royal; sus ojos rojos indicaban que había estado llorando.

 

Me contó que Tess había creído estar muy enferma, incluso terminal, pero que al final todo había sido una falsa alarma.

 

—Me ha dicho que no quería explicármelo porque creía que yo ya tenía bastantes problemas, y no quería cargarme con esto. ésas fueron sus palabras. Cargarme. ?Te lo puedes creer?

 

—Es una locura —dije.

 

—Y entonces descubre que no, que está bien, y siente que ya puede contármelo todo, pero lo que a mí me gustaría es que me lo hubiera contado cuando se enteró, ?entiendes? Porque ella siempre ha estado ahí cuando yo la he necesitado, y no importa lo que me está pasando a mí, ella siempre… —Cogió un pa?uelo de papel y se sonó. Luego continuó—: No puedo imaginarme lo que sería perderla.

 

—Lo sé. Yo tampoco.

 

—Terry…, lo de que estuvieras tan contento, ?no tendrá nada que ver…?

 

—No —la corté—. Claro que no.

 

Probablemente podría haberle contado la verdad. Podría haberme permitido ser honesto en ese momento, pero elegí no hacerlo.

 

—?Oh, mierda! —exclamó Cynthia—. Me pidió que la llamaras. Supongo que querrá contártelo ella misma. No le digas que ya te lo he explicado, ?vale? No podía guardármelo.

 

—No te preocupes —dije.

 

Bajé al salón y llamé a Tess.

 

—Se lo he contado —me dijo.

 

—Ya lo sé —respondí—. Gracias.

 

—Ha estado aquí.

 

—?Qué?

 

—El detective. Ese tal Abagnall. Es un hombre muy amable.

 

—Sí.

 

—Su mujer le llamó mientras estaba aquí. Para decirle lo que estaba preparando de cena.

 

—?Y qué era? —Sentí curiosidad.

 

—Oh, creo que algún tipo de asado… Rosbif con pudín de Yorkshire.