Cynthia y yo intercambiamos una mirada.
—Esta noche hay linguini con gambas y salsa de pimienta —nos informó con una sonrisa—. Es una manera de tener siempre una expectativa. Ahora, se?ora Archer, me preguntaba si tiene alguna foto de su padre. Me ha dado algunas de su madre y una de su hermano, pero no tengo ninguna de Clayton Bigge.
—Me temo que no.
—Me pondré en contacto con el departamento de tráfico —dijo—. No sé hasta qué a?o llegan sus archivos, pero quizá tengan una foto. Y tal vez usted pueda decirme algo más sobre la ruta comercial que cubría su padre.
—Sólo sé que llegaba hasta Chicago —explicó Cynthia—. él era comercial. Le encargaban… creo que eran suministros para ferreterías. Ese tipo de cosas.
—?No conocía su ruta exacta?
Ella sacudió la cabeza.
—Era sólo una ni?a. No sabía muy bien a lo que se dedicaba, sólo que estaba mucho tiempo de viaje. Una vez me ense?ó unas fotos del edificio Wrigley en Chicago. Hay una Polaroid en la caja —a?adió.
Abagnall asintió, cerró su libreta y la metió en su chaqueta, luego nos alargó una tarjeta de visita a cada uno. Asió las cajas de zapatos y se puso en pie.
—Me pondré en contacto con ustedes para comunicarles mis progresos. ?Qué le parece si me paga por adelantado tres días de trabajo? No espero encontrar las respuestas a sus preguntas en ese tiempo, pero ya me habré hecho una idea de si es posible descubrirlas.
Cynthia fue a buscar su talonario, que estaba en su bolso, extendió un cheque y se lo alargó a Abagnall.
Grace, que había permanecido en el piso de arriba todo ese tiempo, gritó:
—Mamá, ?puedes venir un segundo? Me he manchado la camiseta.
—Yo acompa?aré al se?or Abagnall al coche —dije.
Abagnall ya había abierto la puerta del vehículo y estaba a punto de sentarse en su asiento cuando le comenté:
—Cynthia me ha dicho que va a hablar usted con su tía Tess.
—Sí.
Si no quería que Abagnall perdiera el tiempo, lo mejor sería que supiera tanto como fuera posible.
—Hace poco me dijo algo, algo que Cynthia aún no sabe.
Abagnall no me preguntó, sólo esperó. Yo le conté lo de las donaciones de dinero anónimas.
—Bien —dijo.
—Le diré a Tess que le espere. Y también que se lo cuente a usted todo.
—Gracias —respondió pensativo. Se sentó en el asiento del conductor, cerró la puerta y bajó la ventanilla despacio—. ?La cree usted?
—?A Tess? Sí. Me ense?ó la nota, los sobres.
—No. A su mujer. ?Cree usted a su mujer?
Me aclaré la garganta antes de contestar.
—Por supuesto.
Abagnall levantó la mano para alcanzar el cinturón de seguridad y se lo puso.
—Una vez una mujer me llamó para que encontrara a alguien; fui a verla, y adivine a quién quería que encontrara.
Yo esperé.
—A Elvis. Quería que encontrara a Elvis Presley. Creo que fue más o menos en 1990, así que Elvis llevaba unos trece a?os muerto. La mujer vivía en una casa enorme y tenía montones de dinero, y también le faltaba algún tornillo, como debe de haber imaginado. No había visto a Elvis en toda su vida y no tenía ninguna relación con él, pero aun así estaba convencida de que el Rey todavía estaba vivo y esperando que ella le encontrara y le rescatara. Podría haber trabajado un a?o para ella, intentando encontrar alguna pista que ofrecerle. Esa mujer, Dios la bendiga, podría haber sido mi plan de pensiones. Pero tuve que decirle que no. Se enfadó mucho, así que le expliqué que ya me habían contratado una vez para encontrar a Elvis; lo había hecho y él me había dicho que estaba bien pero que quería vivir el resto de su vida en paz.
—?En serio? ?Y ella se lo creyó?
—Bueno, al menos hizo ver que lo creía. Seguro que luego llamó a otro detective. Por lo que sé, aún está trabajando en el caso. —Se rió para sí mismo—. ?Menudo chollo!
—?Qué es lo que quiere usted decirme? —pregunté.
—Supongo que lo que quiero decir es que su mujer desea de verdad saber qué les ocurrió a sus padres y a su hermano. No aceptaría un cheque de nadie si pensara que quiere que trabaje en vano. Su mujer no quiere que trabaje en vano.
—No, yo tampoco —dije—. Pero esa mujer que le pidió que encontrara a Elvis, ?quería que trabajara usted en vano, o realmente creía de corazón que Elvis aún estaba vivo?
Abagnall me dedicó una gran sonrisa.
—Hablaré con ustedes dentro de tres días; o antes si descubro algo interesante.
Capítulo 16
—Los hombres son débiles; no tú, por supuesto; y te decepcionan, pero muy a menudo son las mujeres las que realmente te traicionan —explicó ella.
—Lo sé. Ya me lo habías dicho —contestó él.
—Oh, lo siento. —Se estaba poniendo sarcástica. Y a él no le gustaba que se pusiera así—. ?Te estoy aburriendo, cari?o?
—No, está bien. Sigue; decías que las mujeres te traicionan. Estaba escuchando.
—Eso es. Como Tess.
—Sí, ella.
—Ella me robó.